Terminaron las elecciones y con ellas uno de los períodos más estresantes, divertidos e interesantes de La Silla Vacía. Pero también es el período en el que más está en juego la credibilidad del medio.
Los titulares, los momentos en los que se publican las historias, las fotos, los ángulos, los temas escogidos están todos bajo sospecha: siempre ronda la pregunta de si hay una segunda intención (o un pago) detrás de cada uno de ellos. Durante estas elecciones, fuimos interpelados desde casi todas las campañas.
A la campaña de Aurelio Suárez, el candidato del Polo, le pareció injusto que no pusiéramos su foto en el artículo sobre los logros de la Alcaldía de Samuel Moreno en el Sumapaz. Le pareció ‘mala leche’ que usáramos la del desprestigiado Samuel Moreno en cambio.
A miembros de la campaña de Gina Parody les pareció de muy mala fe que hubieramos publicado la historia sobre la filtración de una encuesta interna de la campaña a El Tiempo en la que ella aparecía punteando.
A los seguidores de Gustavo Petro les pareció una típica movida de la guerra sucia contra él que publicaramos el artículo titulado “La maquinaria de Petro” hablando sobre cómo varios de los mayores sindicatos oficiales de la ciudad y el magisterio habían decidido votar por él.
A los simpatizantes de Carlos Fernando Galán les pareció que el cubrimiento que hicimos de su esfuerzo fallido por purgar las listas de su partido era injusto.
Y a gente cercana a Peñalosa le pareció que el énfasis que hicimos en la participación de Uribe, J.J. y La U en su campaña opacó otros temas que eran mucho más relevantes como sus conocimientos técnicos sobre la ciudad y dedujeron que había una clara intención de perjudicarlo.
Pero nada generó tanto escozor entre los usuarios como los perfiles. Si a las campañas les disgustó lo negativo que publicamos sobre los candidatos, a varios de los lectores de la Silla les ofendió lo positivo que publicamos sobre el aspirante que no les gustaba. Tanto el perfil de Petro, como el de Peñalosa y el de Parody generaron airadas respuestas de usuarios que en la sección de comentarios y a nuestros correos escribieron indignados diciendo que La Silla había perdido su independencia, que estaba abiertamente alineada con un candidato u otro; dos nos escribieron preguntando si Parody nos había pagado; Margarita Mendoza, nuestra usuaria más crítica desde el primer día, simplemente renunció a La Silla a partir del perfil de Peñalosa. Y fueron frecuentes los comentarios sobre que tal artículo u otro era publicidad política pagada.
Una de las características de los usuarios de La Silla Vacía es que no tragan entero. Y para el equipo de La Silla siempre es interesante y aleccionador leer sus comentarios porque de alguna manera juegan el papel que antes jugaba el editor: aportan ángulos distintos, muestran los huecos del análisis, completan la información que faltó con links a otras historias, detectan usos incorrectos del lenguaje.
Y como lo hemos demostrado, a veces en grande y a veces en pequeño, La Silla se equivoca. Pero hay algo en los comentarios sobre ‘la publicidad política pagada’ que es ofensivo y que creo que apunta a un fenómeno propio del periodismo en Internet. Es lo que expertos como Kovac y Rosenstiel han llamado el ‘periodismo de afirmación’. Que consiste en que mucha gente a veces va a un medio en internet no a buscar información sino una confirmación de sus prejuicios. Y por eso rechaza cualquier dato que no encaje con la visión previa que tiene de un personaje o de un hecho. Si el personaje le disgusta, sólo acepta información que acentúe su caricatura de él. Si le gusta, sólo soporta los datos que engrandecen su admiración.
El periodismo de afirmación es un riesgo del que los usuarios tienen que cuidarse y es un riesgo del que medios como La Silla tienen que protegerse: en algunas ocasiones es fácil predecir qué quisieran leer los usuarios. El reto es no caer en la tentación de complacerlos.