La confianza es el aceite del motor del mundo. Sin confianza por ejemplo, no hay economía: usted pregunta cuánto cuesta, y confía en que le digan cuánto es, paga, sin haber recibido, invierte, sin haber visto el contrato, e incluso, va a trabajar todos los días confiando en que a fin de mes le van a pagar. Hay una línea de estudios en economía que argumentan que las naciones más prósperas son aquellas en la que hay más confianza entre los ciudadanos. Es claro que de la confianza depende que la vida en pareja, en familia, no sea un infierno. Sin confianza no hay amistad, y sin ella el trasegar cotidiano de los pasillos del trabajo no es más que amargura y sufrimiento.
Podríamos incluso decir que la confianza define una ética: actuar correctamente es ser digno de confianza.
No deja de ser entonces gracioso, pero también preocupante, la falta de confianza que caracteriza el proceso de paz, a pesar de enormes esfuerzos. A las FARC y a los grandes medios de comunicación se les erizan los pelos cuando se ven y se pelan los dientes como perros callejeros. De la Calle se la pasa ofuscado, o tratando de controlar el ofusque. Los guerrilleros, a sus anchas, no hacen más que mostrar, de formas más o menos veladas, su profundo desprecio por todo el que no sea venezolano, cubano o guerrillero. Y ni hablar de la desconfianza en las calles de Colombia, donde pocos parecen creer en el proceso de paz.
Lo raro es que los que menos confían, al parecer confían en el derecho. Ahí está las FARC pidiendo Constituyente, con el argumento que el gobierno de turno no representa al Estado, y sí lo representa la voluntad del constituyente. Como si no supieran que el derecho se cambia con la misma facilidad con que se hace, que es mucha, y no hay sino que ver las vueltas que ha dado por el congreso la Constitución de 1991. Y como si las FARC no supieran (más que nadie) que el derecho se incumple con la misma facilidad con que se cumple.
Si no es porque confían en que las Constituciones se cumplen, ¿por qué pedir Constituyente? No me imagino (uno nunca sabe) que hasta allí les quede el orgullo herido de hace 20 años haber querido estar presentes, y que los haya dejado el bus de la historia, con un empujoncito fatal del bombardeo a Casaverde. Y el hecho que el M-19 haya, por un instante, figurado tanto, no puede ser todavía sal en la herida, considerando la rápida auto-destrucción de la ADM-19. Tampoco me imagino, aunque puede ser, que no se les ocurran mejores formas de ofuscar a la delegación del gobierno.
En algún momento las FARC tendrían que, contra toda la evidencia histórica, confiar en el proceso de paz y confiar en que el país urbano y joven sea garante de los acuerdos. Su entusiasmo, si lo logran despertar, vale más que los papeles que al fin y al cabo son las leyes. Si lo desprecian, o lo ignoran, será difícil que logren la confianza, y los votos, que requieren. La encrucijada de la vida civil es que los guerrilleros para ser dignos de confianza, deben tener confianza en el país que existe fuera de sus áreas de influencia. Es un reto enorme para quienes han sido formados, y armados, por la amargura de la desconfianza y el miedo.