Ahora que empieza la siguiente ronda de negociación sin que se haya resuelto del todo la primera, se pregunta uno qué será lo que están discutiendo en esta ronda sobre “participación política.”

Puede por ejemplo que al hablar de participación  hagan referencia al repertorio de anteriores negociaciones de este tipo, que se enfocan en que los líderes logren entrar al establecimiento político. Con el M-19, por ejemplo, se negoció una circunscripción especial de paz para entrar al Congreso que se cayó con la fallida reforma constitucional de 1989. Y en la prensa se ha hablado bastante de si podrán o no los de las FARC hacer política.

Otra posibilidad, razonable considerando la historia de la Unión Patriótica, es que hablen de seguridad. Y ese es un tema de por sí espinoso, porque nada parece indicar que este gobierno, o los anteriores, sepa quién mata a los líderes sociales y a los políticos de izquierda. O quién los amenaza, a granel. Así parezca razonable que el gobierno, o los organismos de seguridad del Estado, o la Fiscalía, deberían saber quién es la mentada “mano negra,” si lo saben, no están contándonos.

Pero lo más interesante, o quizá solamente la novedad, sería si van a discutir los modelos de participación ciudadana. Porque curiosamente, ya que usan la misma palabra, los conceptos de participación son diferentes entre izquierda y derecha.

Es participación, a la derecha diría yo, las audiencias que hacía Uribe en los Consejos Comunitarios, donde viajaba por las veredas tomando guarapo y escuchando, y regañando, a los funcionarios y pobladores que dejaban entrar a su carpa. Y la gente hacia filas para ser escuchada. Es una participación jerárquica, casi que una súplica del ciudadano a los poderes.

También  es participación, aunque un poco más al centro, la participación que es eje del Plan de Desarrollo de Santos, recomendada desde hace quince años por el Banco Mundial y el BID como herramienta democrática de gobierno eficiente, y transparente. Consiste básicamente en la creación de espacios oficiales de socialización y de consulta, donde se invita a las personas a opinar sobre un tema, se registran sus opiniones, y, en el mejor de los mundos, se debaten, se considera qué se adapta y qué no, y se responde eventualmente a los participantes. Y se les regresa a su casa, a veces con viáticos en los bolsillos y con la tranquilidad de haber ayudado al gobierno.

Sin embargo la izquierda latinoamericana tiene una tradición de participación que no se parece a las descritas. Se centra en el traslado de poder de los gobiernos a las comunidades organizadas en diferentes esquemas que implican más o menos poder, pero sin duda, poder de decidir sobre sus propias vidas. En Colombia, además de una rica tradición de educación popular en ese sentido, hemos tenido dos experimentos de participación como poder ciudadano, iniciados por los gobiernos de la época. Uno es las Juntas de Acción Comunal, en los años cincuenta, y el otro fue la ANUC en los años setenta. En ambos casos se organizó, con mayor o menor éxito, enormes redes de personas para que trabajaran juntas en la mejoría de sus vidas, y para que tomaran decisiones sobre el destino de sus comunidades.

¿Esto será lo que piensa las FARC que es la participación? No sé. Pero si la Marcha Patriótica es su estilo de hacer política participativa, la reciente marcha por la paz deja un sabor agridulce. Vinieron muchos sí, de los rincones más lejanos del país, y caminaron a la Plaza de Bolívar. Pero lo hicieron en silencio. Sus pancartas no decían más que “Marcha Patriótica.” Sus rostros no tenían más que cansancio. Y la  mayoría no tenía más consigna que los pitos ensordecedores que llevaban algunos para animar la marcha.

Por eso me pregunto si los representantes de las FARC en La Habana pedirán la experimentación institucional con nuevas formas de participación ciudadana, o si pedirán tan sólo  protección y poder para sí mismos, y la creación de nuevos espacios para ser elegidos. Está por verse.