Seguridad democrática: es el huevito que . Es mucho más que matar guerrilleros, cosa que sin duda Santos sí hace. Representa además la vocación sentida de que el orden hay que mantenerlo por la fuerza, mejor si es la fuerza legítima y legal, pero en todo caso la fuerza eficiente de las manos duras, en la calle y en la casa. Este mandato se desparrama a todo tipo de orden que se ve amenazado: la pacífica ida los domingos a misa y a la finca, el respeto a los mayores, el  canto del himno con el corazón en la mano, el casto beso en la frente a los niños de pelo corto y las niñas pulcras de moño, la besada del anillo pontifical, el sombrero en la mano cuando llega el patrón, la sonrisa amable con el que la campesina le sirve un tinto al señor de la tierra que ella trabaja.  Es también el orden que se escucha en la risa cómplice de los compadres que toman cerveza a la sombra, en esas tiendas donde las mujeres apenas atienden; el orden que impone el zapato paterno que pisa duro acallando las protestas de niños y animales domésticos; el orden del silencio de los parques urbanos, donde al caer la tarde no hay chicos que fuman marihuana, pintan grafitis, y arman escándalo. Los barrios donde a la salida de los colegios no venden droga, y adentro de los colegios no se da educación sexual y se valora, en cambio, la virginidad. Donde los indigentes ocupan su limosnero lugar, y el que se atreva a robar un celular sabe que puede pudrirse en la cárcel tanto como ser linchado por los  vecinos airados. Es también, por supuesto, la tranquilidad de los caminos sombreados de un campo que se recorre en grandes camionetas, donde no se ven campesinos con tierra “recuperada”, sino en cambio vacas, muchas vacas, por no hablar de enormes extensiones de palma africana, banano y caucho.
Confianza inversionista: es el huevito que Santos espera consentir y empollar hasta que llegue a vistoso gallo. El término tiene muchas dimensiones, de las que rescato tres. La primera es la confianza que sienten los directivos de las grandes empresas al pensar que tranquilamente pueden venir a invertir su dinero, es decir, comprar minas y acciones  y tierras, y edificios, y fábricas, y tiendas, y bosques, y puertos llenos de contenedores hasta el cielo, y a cambio  traernos muchos dólares. O yuanes. La segunda dimensión del término es la confianza que siente el gobierno en los inversionistas, de que estos serán a fin de cuentas, por ponerlo en costeño, unos “bacanes”, y nos van a dejar, por ejemplo, los bosques vueltos a poner después que pasan las máquinas, y buenos salarios y puertos funcionando, y una ética de trabajo, y por supuesto, mucha, mucha prosperidad. Y la tercera… esa es la dimensión desconocida a la que lleva el TLC que los Estados Unidos, doblado por su crisis pero aún no quebrado, negoció país por país, ojalá para ventura de todos los pobres del mundo. Pero de ese huevo a lo mejor no sale gallo, sino serpiente emplumada.
Cohesión Social: este es el huevito que el mismo Uribe está revolviendo con el pulso firme y con el tenedor bien agarrado. Técnicamente, y hay una literatura enorme, es la forma nueva de decir que hay confianza en las autoridades y en las demás instituciones sociales, que todos nos sentimos “del mismo lado,” que las reglas son claras y el juego limpio. Pero en la versión de la derecha, la cohesión social se requiere una oposición menguada y amilanada, cuando no directamente intimidada, y requiere a todos políticos unidos detrás de un solo proyecto nacional.  Con Uribe en la oposición anunciando el quiebre de sus huevitos, y con sus admiradores portándose mal a lo largo y ancho del Congreso, lo que se está armando parece más bien un tremendo huevo perico con la cohesión social.