Hace unos años me empecé a dar cuenta que los estudiantes universitarios, en especial los primíparos, eran diferentes. Ya no venían hechos en la forja del fracaso del Caguán y el terror de las pescas millonarias. Ahora habían pasado el bachillerato hablando de paz, y del futuro económico del país, y del de ellos. Estaban orientados hacia el mañana de una forma nueva, sin la ironía y el pesimismo que fue nuestro. Eran, me dijo un curso de sociología del derecho luego de una larga discusión sobre la forma como la guerra había impactado a sus familias, “la generación de la paz.”

Esta semana los he visto llorar desconsolados. Derrumbarse. No todos sin duda, pero muchos, demasiados para quienes queremos guiarlos y educarlos, y nos complacemos cuando los vemos entrar en la adultez con la mirada clara y llenos de entusiasmo.

Pero también me están enseñando a reponerme, a ilusionarme, los estoy viendo responder al reto con una madurez más allá de sus pocos años, y una energía y capacidad de desvelarse propia de los veinte.

Y estamos en un momento en que mucho depende de los estudiantes, y de que la gente salga a la calle y exija soluciones. Estamos en un momento en el cual quienes toman decisiones se quedaron, ojalá por poco tiempo, sin salida; un momento en cual se dividió el establecimiento, y ni los que promovieron el No tienen una solución clara a la debacle que crearon sus propuestas. Estas semanas, estos meses, si no hay movilización ciudadana los políticos se limitarán a su oficio: conservar su poder, y permanecer vigentes.

Por eso digo que el Plan B son los estudiantes: allí están todos los días y las noches desde el domingo 2 de octubre, trabajando para presionar el gobierno, organizando marchas, acampando, mandándose mensajes y reuniéndose, presionando a los políticos para que lleguen a un acuerdo. Si ellos se cansan, si la presión ciudadana flaquea, quedan pocas esperanzas para el futuro con el cual sueñan.

Para hoy, miércoles 12 de octubre, los estudiantes de Bogotá tienen planeado recibir la marcha de los indígenas y las víctimas de la guerra que llegan desde diversas partes del país. Les quieren hacer calle de honor y entregarles abrazos y flores. Quieren que sean los indígenas los que protejan su campamento de la Plaza de Bolívar. Quieren cantar el himno y darle la bienvenida a un país nuevo, el que han estado esperando, un país con muchos retos sin duda, pero retos distintos a los de la guerra entre el Estado y la guerrilla. Un país para el cual se trasnochan estudiando, un país que están esperando desde que tienen trece, catorce, quince años- un país sin guerra de guerrillas, un país que sea otro, y que sea de ellos.