En el reciente desagravio al periodista Hollman Morris, el Presidente Santos lo llamó “un gran periodista.” En las fotos, Morris aparece sentado junto a una alta funcionaria, Paula Gaviria, directora de la Unidad de Atención y Reparación a Víctimas. Atrás quedaron las épocas en que Santos, como ministro de defensa de Uribe, lo acusaba de hacerle apología al delito; atrás quedó la época del Hollman chuzado.
Lo que hoy tiene Morris, para lo que le sirva, es lo que los líderes de muchas organizaciones sociales llaman “protección política”. Es el reconocimiento mediante afirmación pública de las autoridades, inequívoca y fuerte, que la persona amenazada no pertenece a la delincuencia y no es un enemigo del Estado.
Parece fácil y, sin embargo, los gobiernos y las autoridades locales han sido reacios a ofrecer protección política. En el pasado se ha preferido una y otra vez ante un “riesgo extraordinario” probado, pagar camionetas, escoltas, celulares y las conocidas rondas policiales que a veces intimidan más de lo que protegen.
¿Será que la protección política le habría salvado la vida a Alba Mery Chilito este 7 de febrero? Difícil saberlo en este país de rumores.
Quizá el efecto de la protección política sea sicológico, y a los que dan las órdenes de asesinar poco les importe lo que digan las autoridades. O quizá el efecto sí sea protector porque, como dicen tantos panfletos y sufragios con amenazas, el líder es un “objetivo militar” precisamente por considerarle un enemigo del gobierno de turno. En medio de la violencia política, la neutralidad de muchos líderes sociales es, cuando menos, una identidad política sospechosa; y cómo suele suceder en las guerras civiles, la neutralidad conlleva el castigo de ambas partes en conflicto.
Al respecto, el expresidente Samper contó hace un año una “anécdota” en una entrevista a “El Aguilucho-2011”, la revista de los alumnos del Gimnasio Moderno. Empieza diciendo: “El primer día que llegué a Palacio me di cuenta lo que es uno darle instrucciones a los militares.” Según cuenta, se quejó de lo feo (“lobo”) de un jarrón en su oficina y por la tarde el jarrón ya no estaba. Al preguntarle al edecán militar “¿Qué pasó con el jarrón?” éste respondió que lo habían quitado (“lo mandaron fusilar” se burla Samper) siguiendo sus órdenes…
No dejaría de ser cómico el cuento, si no trajera el recuerdo inevitable del expresidente, y futuro Senador, Álvaro Uribe, señalando su desagrado con gente como Morris, y no precisamente por “lobo”. Hace unos años, la Silla cubrió el vínculo sistemático entre estas declaraciones y por lo menos las chuzadas del DAS… Pero Uribe persiste; hace poco, y a propósito de su defensa de la antigua directora del DAS, insistió una vez más que Morris tenía vínculos con las FARC. Ya veremos si las palabras de Santos ofrecen protección política frente al expresidente trinador. Y sus seguidores.