Para una educación católica conservadora, es profundamente ofensivo decir que las características femeninas son definidas por la sociedad y la historia, y no por Dios, o que las personas pueden nacer en un sexo y decidir ser de otro.
El debate a la cartilla del Ministerio de Educación tiene por lo menos dos dimensiones.
En una dimensión, cercana a lo que en los países anglo-parlantes se ha llamado la política post-verdad (o las simples mentiras, entre nosotros.) La cartilla existe pero no es la cartilla homo-erótica anunciada, y en la medida en que esto es una falsedad, el único interés que tiene para una persona reflexiva es meditar sobre el potente uso de las post-verdades (o mentiras) en la política actual, y el uso de mentiras y verdades a medias para el linchamiento moral del oponente. Allí no puede uno menos que maravillarse ante la ironía que genera el hecho que una posible cartilla contra el matoneo, despierte lo que es una dinámica reconocible de matoneo, con todo y su proclividad a la mentira, contra un objeto corriente de matoneo (la joven lesbiana de las gafas.)
En otra dimensión sin embargo podría uno dejar de lado el interés moralizante en el uso de la mentira en la política, y las verdades que oculta, y tomarse más en serio la acusación de que la cartilla del Ministerio y Naciones Unidas (de dibujitos menos interesantes que los de la homo-erótica publicada por los medios) contiene una ideología de género. Y que los profesores y padres de familia tienen derecho a resistirse a esta ideología, sea por libertad de cátedra y enseñanza, sea por libertad religiosa y de culto.
El término ideología de género, a pesar que aquí lo usan también las iglesias cristianas es, hasta donde le puedo seguir la pista, propio de la Iglesia Católica. Bajo la anterior administración de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, siendo Benedicto XVI parte importante del gobierno de Juan Pablo II, se usó a menudo a esta expresión, que ha perdido vigencia, pero no desaparecido, bajo Francisco. Para los anteriores Papas, como para los sectores conservadores en el catolicismo que siguen esa orientación, la ideología de género se refiere precisamente a la idea (reproducida en la cartilla realmente existente) que la identidad sexual de las personas, así como los roles de género, son socialmente construidos y no eternos, esenciales y asignados por Dios.
En suma, para una educación católica conservadora, es profundamente ofensivo decir que las características femeninas son definidas por la sociedad y la historia, y no por Dios, o que las personas pueden nacer en un sexo y decidir ser de otro. También lo es decir que el deseo homosexual es natural, y respetable, ya que para los católicos conservadores el deseo homosexual, al perturbar la idea de una identidad sexual claramente definida, es una inclinación al mal, una inclinación a violentar la voluntad divina.
Por supuesto muchos católicos (y cristianos) pueden estar en desacuerdo con los conservadores católicos y cristianos, y decir en cambio que el amor de Dios y el mandato a la caridad y la compasión precisamente exigen el tipo de comprensión y dulzura al que llama la cartilla. Esta diferencia existe en el seno de la Iglesia católica, como supongo al seno de algunas otras iglesias, y no obsta para la persistencia del problema más amplio, que no es religioso sino ciudadano.
Existe una tensión ineludible entre la enseñanza constitucional sobre la identidad sexual (donde la identidad sexual es socialmente construida y la libertad humana incluye el escoger una identidad sexual) y la enseñanza religiosa (donde la identidad sexual se ubica en los genitales que se tiene al nacer por voluntad de Dios.) Existe una tensión ineludible entre el rechazo religioso al deseo homosexual, y su protección por parte del Estado constitucional.
¿Cómo resolver esta tensión? ¿A qué tienen derecho los niños y niñas? Esta creo es una pregunta difícil, incluso si uno parte del hecho ineludible que el Ministerio de Educación es un ministerio técnico, cercano a la ciencia más que a la fe religiosa, y sujeto a la ley y a la Constitución.
La primera dimensión del problema de las cartillas es fácil. El uso de la mentira como parte de una lucha por la favorabilidad en la opinión pública en un momento de polarización política es inaceptable. La política educativa debe partir de los principios compartidos por todos los sectores de ser fieles a la verdad, exigentes con la transparencia, pero también razonables y tolerantes en la búsqueda de la mejor educación para nuestros hijos e hijas.
Pero superada el problema fácil del rechazo a la post-verdad, las preguntas de difícil respuesta abundan. Por ejemplo: ¿Es la Corte Constitucional el único intérprete autorizado de la Constitución, o lo son también otros órganos del poder público, como la Procuraduría o el mismo gobierno? ¿Bajo nuestro régimen constitucional, pueden los padres de familia guiar la educación de sus hijos en los colegios a partir de sus convicciones religiosas incluso si estas convicciones religiosas indican la superioridad de una orientación sexual particular? ¿Puede el gobierno indicar que estas convicciones son erradas?
El impacto de la protesta sería más duradero si se enmarcara en esta segunda dimensión del problema de la cartilla. Pero por las fotos, lo que ha abundado es la ofensa personal a la Ministra porque es lesbiana. Y con el odio, el fanatismo. Y los que quizá tienen razones que vale la pena debatir, razones sobre su fe, lo que han hecho es alimentar las llamas de un odio que por conocido no deja de ser macabro. E inmanejable. Creo que los mejores entre ellos, entre los cuales cuento buena parte de la jerarquías católicas, se arrepentirán de haberlo hecho.