A juzgar por los comentarios a mi última entrada, creo que el punto de la misma se malentendió -o quiso ser malentendido- por algunos.
Obviamente mi intención no era banalizar la tragedia del secuestro, ni mucho menos. Todo lo contrario, me repugna profundamente todo este episodio, empezando por las violaciones monstruosas del derecho internacional humanitario, de la ley colombiana y la simple decencia humana cometidos por las FARC.
A juzgar por los comentarios a mi última entrada, creo que el punto de la misma se malentendió -o quiso ser malentendido- por algunos.
Obviamente mi intención no era banalizar la tragedia del secuestro, ni mucho menos. Todo lo contrario, me repugna profundamente todo este episodio, empezando por las violaciones monstruosas del derecho internacional humanitario, de la ley colombiana y la simple decencia humana cometidos por las FARC.
Es que para mí al igual que para la mayoría de colombianos, no hay duda que la responsabilidad de toda esta tragedia reposa en las mentes criminales de Alfonso Cano y sus secuaces y que no existe ninguna, absolutamente ninguna, justificación no solamente de lo que ha pasado en los últimos años con los secuestrados sino del baño de sangre al cual han sometido a Colombia durante los últimos 40.
Lo digo porque esto, que para los casi 45 millones de colombianos de bien es apenas obvio, para un grupúsculo de personas que se han autoproclamado sus voceros, no parece serlo. Me refiero a los llamados “Colombianos y Colombianos por la Paz” que arropados en banderas humanitarias han servido como cómplices de toda esta tragedia, quizás no tan accidentalmente como pareciera.
El tiempo y la forma como se han desarrollado las entregas lo confirma. Que se ha haga en plena época electoral y no hace un año, cuando se anunciaron, que se haga a cuenta gotas y con rueda prensa incluida para cada una y además, en el caso de Moncayo, con entrevistas in situ por parte de una cadena de televisión extranjera de un gobierno afín a los secuestradores es para mí suficiente prueba de que no estamos frente a un acto humanitario sino frente a una estrategia mediática que busca reencauchar políticamente a una banda terrorista abominable.
El peor acto, sin embargo, de esta obra absurda, fue en mi opinión, la lectura del increíblemente cínico “parte médico” de Moncayo leído, como quien no quiere la cosa, por Piedad Córdoba , la principal coreógrafa. Afirmar, como afirma, que Moncayo, quien ha vivido la mitad de su vida en un infierno, esta divinamente y que hasta tiene problemas de triglicéridos altos trasciende la sorpresa y más bien enferma a quien la escucha. Como también enferma el reportaje in situ donde nos quiere dar la impresión que los doce años de infierno fueron, como dije en mi malentendida entrada, un divertido aunque largo “paseo ecológico”. Repito: no lo dije yo y no, ni más maltaba, es lo que yo pienso, es lo que los señores de Telesur nos intentaron decir y lo que le quisieran vender al resto de mundo.
Cuando escribí mi última entrada todavía no habían entregado los restos del coronel Guevara y con este último acto no puedo sino confirmar lo dicho. Salió nuevamente la esbirra a decirnos que el valiente y digno Teniente Coronel (y me robo las palabras de otro valiente, el hoy Mayor Mondragón) de la gloriosa Policía Nacional de Colombia murió a causa de de una enfermedad tropical, cuando los que saben, saben que no fue así.
El infierno vivido por el Teniente Coronel en manos de sus infrahumanos captores, hace que en comparación, el infierno del Cabo Moncayo pareciera –y no me malentiendan- un incómodo paseo ecológico.