No hay que gastar mucha tinta para describir el resultado electoral de las consultas partidistas del pasado domingo. Dos palabras bastan: una debacle. O más bien dos debacles, la del Polo y la del Partido Liberal.
No hay que gastar mucha tinta para describir el resultado electoral de las consultas partidistas del pasado domingo. Dos palabras bastan: una debacle. O más bien dos debacles, la del Polo y la del Partido Liberal.
Entre los dos no sumaron el millón y medio de votos en lo que debería ser su elección interna más importante, la elección de su candidato presidencial. Para que se den una idea de la dimensión de las debacles les recuerdo que el Partido Conservador en su consulta interna de 2007 para elegir directivas, no candidatos a la presidencia, obtuvo solito casi el mismo millón y medio de votos.
Como era de esperarse los responsables de las debacles buscaron la calentura en las sábanas. Que la gente no entendió la consulta, que hubo poca difusión, que a los “colombianos le interesan los octagonales y no las finales” (esta es de Gómez Méndez), fueron las explicaciones más comunes.
Solo faltó que Carlos Gaviria saliera y le echara la culpa a la CIA, pero no. En un raro acto de cándida auto reflexión el candidato derrotado le dijo al periódico El Tiempo que parecía “que la gente no quisiera saber nada de lo que es oposición a Álvaro Uribe”.
Efectivamente, doctor Gaviria, después de este domingo ya sabrá usted que ese setenta y pico por ciento en las encuestas no es un invento de Invamer-Gallup; aunque para ser justos yo diría que no es que el gobierno de Uribe sea particularmente bueno, sino que la oposición es especialmente mala.
Tratar a las FARC como niños incomprendidos, homologarse con Chávez, ponerse del lado de Correa e irse a hablar mal del país a los Estados Unidos no son precisamente actos que los congracien con el pueblo colombiano, para no hablar del modelo de gestión administrativa que el Polo ha desplegado en la capital, donde reproducen magnificadas todas las cosas que le critican del gobierno nacional.
Me gustaría decirles a los opositores que tranquilos, que ya no va doler más pero les diría mentiras. Lo peor está por venir. Si fuera parlamentario del Partido Liberal o del Polo estaría sudando frío en este momento porque la votación por las listas respectivas de cada partido no pinta mucho más numerosa que la desplegada el domingo pasado. Esto quiere decir que entre los dos no lograran ni el 25% de las curules del parlamento, o sea que no daría abasto ni el pabellón de quemados del San Juan de Dios para atender a todas las bajas políticas de la próxima elección.
Esto constituiría un entierro de quinta para el Partido Liberal, una fuerza política que cuando le iba mal obtenía el 60% del Congreso; en lo que sería su peor resultado en 150 años de historia (participando en elecciones libres, por supuesto). El desempeño del Polo, por su parte, confirmaría la tesis de un amigo mío que asegura que los partidos de izquierda en Colombia tienen una vida útil de cinco elecciones después de las cuales se autodestruyen como un tamagotchi.
Por ahora el jugo de níspero rueda por los pasillos de la Casa de Nariño celebrando la abrumadora derrota de la oposición mientras se prepararan para recoger como frutas maduras los siete millones de votos que les están haciendo falta para quedarse cuatro años más.