La semana pasada llegaron a Bogotá dieciocho niñas provenientes de Carmen de Bolívar supuestamente afectadas por la vacuna del papiloma humano para un evento en la Universidad del Rosario. La escena en la terminal de buses, según los reportes de prensa, fue dramática: convulsiones, desmayos, vómitos y toda clase de sintomatología anormal.
La semana pasada llegaron a Bogotá dieciocho niñas provenientes de Carmen de Bolívar supuestamente afectadas por la vacuna del papiloma humano para un evento en la Universidad del Rosario. La escena en la terminal de buses, según los reportes de prensa, fue dramática: convulsiones, desmayos, vómitos y toda clase de sintomatología anormal.
Desde finales del año pasado las autoridades nacionales han afirmado que la patología de las niñas nada tiene que ver con la vacuna y que, por el contrario, los trastornos de las niñas se deben a “episodios de causa psicogénica”. El presidente Santos, por su parte, dijo que se trataba de un episodio de “sugestión colectiva” y defendió el programa de vacunación, ante lo cual los padres de las niñas respondieron indignados que sus hijas no “eran unas actrices” y que le demandaban al gobierno una solución al problema.
Cómo es usual en Colombia el tema rápidamente se extranjerizó y se judicializó.
Una tal Alicia Capilla, presidente de la Asociación de Afectadas por la Vacuna del Papiloma de España, ha tomado el caso de Carmen de Bolívar como la prueba reina de que la vacuna es la equivocación médica más grande desde la talidomida, a pesar de no existir un caso en todo el planeta que se le asemeje ligeramente.
Por otra parte en un ejemplo más del galimatías judicial que impera en el país el Tribunal Superior de Bolívar ordenó mediante tutela suspender la tercera dosis de la vacuna a una de las niñas, supuestamente en defensa de su derecho a la salud, algo que sería suficientemente estrambótico sino fuera porque dos meses antes el Tribunal Administrativo de Bolívar había negado una tutela a once niñas argumentando exactamente lo mismo, que lo hacía en defensa de su derecho a la salud.
Parece que los “episodios de causa psicogénica” no son solamente propios de las niñas adolescentes sino también de los honorables magistrados del distrito judicial de Bolívar.
Sin embargo el tema de fondo es que la mala prensa generada por el caso de Carmen de Bolívar está a punto de hacer fracasar el programa de vacunación masiva en contra del VPH, el cual pasó de una cobertura de primera dosis del 78.5% al 20.4% en la segunda. En Bolívar, por ejemplo, la cobertura de segunda dosis fue del 0% y el Atlántico del 1.4%.
Esto debe tener de plácemes a la señora Capilla y a fanáticos religiosos como el señor Jesús Magaña de la “plataforma pro-vida y pro-familia Unidos por la Vida” quien asegura que la vacuna promueve la promiscuidad entre las adolecentes.
El fracaso del programa de vacunación puede que evite hordas de vírgenes sexualmente desaforadas y salve al mundo de las garras de las multinacionales farmacéuticas, en opinión de los señores Magaña y Capilla, pero las tres mil mujeres que anualmente mueren en Colombia de cáncer cervical no se contagiaron de “sugestión colectiva” sino del VPH. Estas muertes, que son de verdad y no producto de alucinaciones, no ocurrirían si se aplica una vacuna cuyos resultados están científicamente probados.
El descenso al oscurantismo medieval no es particular de Colombia. La guerra en contra de las vacunas viene avanzando en muchos lugares del mundo, inclusive en algunos inesperados, como los Estados Unidos. Desde hace algunos años ha hecho carrera el mito de que las vacunas en los niños pueden causar autismo, que son un “coctel de venenos” o que tienen efectos secundarios peores que las enfermedades que pretender evitar, nada de lo cual es cierto.
Por ahora nos quedamos con unas adolescentes queriendo llamar la atención, que es en últimas lo que afirman los expertos que ocurre con las niñas bolivarenses, y con tres mil mujeres colombianas que se van a morir este año por causa del VPH y que se seguirán muriendo año tras año si se suspende de facto el programa de vacunación.
Otras víctimas más, como diría el profesor Mockus, del terrible mal del malpensamiento.