Se ha vuelto casi un cliché decir que tenemos seis muy buenos candidatos, que nuestra democracia está solida, que hay de donde escoger y que los colombianos nos debemos sentir orgullosos de tener buenas opciones, lo cual no pueden decir los venezolanos, los bolivianos o los argentinos. Todo eso es cierto, creo yo, como también es cierto que no todos los candidatos son iguales, ni que todos se merecen ser presidentes, ni que todos serían buenos presidentes.
Se ha vuelto casi un cliché decir que tenemos seis muy buenos candidatos, que nuestra democracia está solida, que hay de donde escoger y que los colombianos nos debemos sentir orgullosos de tener buenas opciones, lo cual no pueden decir los venezolanos, los bolivianos o los argentinos.
Todo eso es cierto, creo yo, como también es cierto que no todos los candidatos son iguales, ni que todos se merecen ser presidentes, ni que todos serían buenos presidentes.
No sería buen presidente Gustavo Petro, por ejemplo. Sin duda mejor que el Comisario Carlos Gaviria, pero igual, se ha dejado cooptar por el ala marxista del Polo y cada día sale con propuestas políticas cada vez más locas. Un día dice que hay que inflar la banca estatal para competirle a la privada (la última vez que esto se hizo le costó al país 13 billones de pesos), que hay que estatizar el agua (el último informe de The Economist dice que hay que hacer exactamente lo contrario: ponerle precio de mercado) y que debemos gravar con tasas tributarias confiscatorias a las empresas de minas y energía (cuando llevamos 50 años rogando para que vengan al país).
Tampoco sería buen presidente Rafael Pardo, quien se ha convertido en un social demócrata de última hora, cuando nunca lo fue, y peor aún se ha convertido en un peacenik cuando tampoco lo fue. No es, por supuesto, que uno sea río para no devolverse, pero es que bandazos ideológicos de esta naturaleza son tan extremos que uno duda si son actos de contrición sinceros o posturas meramente electorales.
Lo mismo digo de Noemí. Bastó un debate, el primero, para que colapsara la aspiración. Por algo será. Personalmente pienso que eso de escampar durante ocho años en una embajada resulta una pésima cartilla de preparación para la presidencia, entre otras cosas porque el fogueo constante de la vida pública resulta un mejor entrenamiento para una campaña presidencial que servir canapés en una recepción diplomática en Londres.
En cuanto a Mockus, creo que en varias entradas de este blog he explicado las razones por las cuales no comparto su aspiración. Primero, porque está enfermo, de una enfermedad grave, que tiene altas probabilidades de generarle una incapacidad severa en el caso de ser presidente. Segundo, porque ha demostrado que no tiene un programa de gobierno claro y específico. Dice una y otra vez que su programa es la “legalidad democrática” pero una y otra vez ha demostrado con desconoce la Constitución y la ley. Tercero, porque es errático y confuso en sus planteamientos; siendo débil cuando debe ser fuerte, como sería el caso de sus tratos con Chávez, y rígido cuando debería ser flexible, como sería su relación con las fuerzas opositoras mayoritarias del Congreso. Cuarto, porque tiene una visión maniquea de la política dividiendo al país entre buenos, los que están con él, y malos lo que no lo estamos.
Me quedan dos más, Vargas Lleras y Santos, pero como esta es una entrada sobre los votos que no serán, entonces me despido de ustedes hasta el próximo lunes.