Ilustración: Los Naked

El cambio no llegará en primera. El presidente de la gente se desinfló. La remontada quedó reventada. El Registrador le quitó el cinturón de seguridad a los asientos del carro. El teatro está abarrotado y desde todas las orillas gritan “¡fuego!”. La opción de última hora es un candidato que promete llevarnos a conocer el mar. Nuestra fiesta de la democracia es una ruleta rusa. 

Hasta hace pocos días, Gustavo Petro navegaba la cresta de la ola. El petrismo celebraba y se multiplicaba en redes sociales, las plazas estaban hasta las banderas y las parodias del candidato eran invitaciones virales a votar por él. Los analistas no descartaban el triunfo en primera vuelta. El establecimiento destartalado impulsaba a Petro en cada crítica y las alianzas cuestionables resbalaban de su teflón.

Me dirán que ese no es el pasado sino el presente. Petro sigue arriba, sus seguidores no tienen vacilaciones y las plazas se volverán a llenar. Tal vez es lo mismo, pero no es igual. A horas de que se abran las urnas, el viejo cascarrabias que le grita a las nubes, el candidato cuyo programa de gobierno es espetar eslóganes contra la corrupción, se robó la posta de la indignación.

El jueves en Charlas con Charli el estratega político Miguel Silva resumió así la situación: “A Petro le pasó una cosa muy particular y es que en ese voto anti-establecimiento tan grande que hay el tradicional es Petro. Alguien logró ganarle como símbolo del cambio profundo. Petro ahora es como el pasado y Rodolfo es el futuro. Es una cosa increíble”. 

Los seguidores de Petro que comentaron el video se apresuraron a descalificar al invitado. Querían colgar al mensajero. Sin embargo, no creo que Silva hable con el deseo ni mucho menos con la idea de hacerle un ‘spin’ a algún candidato en particular. De hecho, describe el escenario con preocupación. Si había desconfianza o temor por el populista de manual que promete ríos de leche y miel, el siguiente nivel del videojuego es peor: un veterano Mario Bros que augura un cambio a punta de gritos y sopapos.

En la última foto del ponderado de encuestas de La Silla Vacía, Federico Gutiérrez se queda parqueado en el 25% con Rodolfo Hernández a cinco puntos de su retrovisor. Algunos dicen que ya lo empató y lo pasó y que Gutiérrez se hundió. Es posible. Es posible que no alcancen los meses de aire y humo con el compresor de Semana y Vicky Dávila, los salones empacados con la maquinaria de los Char, el abrazo de César Gaviria y el discurso de ocasión de ser derecha y de centro y cambio con continuidad. Es posible que las aventuras de Fico estén por terminar.

Como terminaron también, hace semanas, las aventuras de Sergio Fajardo. El astillado centro lo abandonó a cuenta gotas, después en masa y, al final, tiraron la puerta sin ninguna discreción. Pero antes de eso, fue el propio Fajardo el que se abandonó. Su campaña fue sacar del cajón los apuntes de hace cuatro años, la estrategia fue declararse víctima de la polarización. El gato de Schröndinger no era eso ni lo otro, no estaba aquí ni allá, no era más de lo mismo ni un salto al vacío. 

Rodolfo Hernández es él y la suma de los restos políticos de Fajardo y Gutiérrez. Y que tenga cara de pelear con Petro en la segunda vuelta es más que suficiente para muchos; que sea chambón, ramplón y deslenguado es precisamente lo que quieren otros; en definitiva, que sea el opuesto a los demás es lo que moverá a algunos más.

Entre los muchos memes que posicionaron el mensaje de Gustavo Petro en esta campaña está el audio apócrifo que daba cuenta de su ascenso ante la impotencia de sus rivales: “Jejeje… los noto asustados”. Ahora también ellos están asustados. Pero no son los únicos. El vacío existe y las opciones están intactas para saltar. 

Fue editor de Mesa de Centro y de Charlas con Charlie. Abogado y periodista.