Los empresarios aprenden en sus empresas, de su familia, si está conectada con el mundo empresarial, en las escuelas de negocios y claro, haciendo negocios. Los escritores aprenden leyendo a los maestros del pasado y a los contemporáneos y por supuesto, escribiendo. Los músicos aprenden oyendo música, de sus maestros y ensayando mucho. De hecho, hay autores como Malcolm Gladwell que sostienen que uno necesita por lo menos 10 mil horas de práctica continua para convertirse en un buen profesional en su campo.[ Fueras de serie, Taurus, 2009] ¿Y dónde aprenden los políticos? Fundamentalmente haciendo política, de otros políticos, puesto que dicho oficio no lo enseñan en las aulas universitarias. Cuánto no sufren los jóvenes politólogos cuando le cuenta a sus abuelas sobre lo que estudian y estas, con una mueca de desagrado, les preguntan, ¿mijito, está estudiando para político? Y tal vez muy para sus adentros se digan a sí mismas, ¡que desgracia!  

Los maestros de los políticos son los otros políticos. Por desgracia, no abundan los que puedan ser imitados positivamente. El material pedagógico disponible no es propicio para producir los mejores resultados, no solo para el político alumno sino también para la sociedad. El apego a la ética pública y a un compromiso firme con la promoción de los valores democráticos ha sido escaso en los grandes y pequeños timoneles del estado. Y en una actividad política que, por desgracia para todos nosotros, se parece más a una vía rápida para el enriquecimiento ilícito y el disfrute de la impunidad, los ejemplos que muchos quieren imitar son los de aquellos que se salen, a cualquier precio, con las suyas.

Mientras que los guerrilleros mueren bombardeados, los cabecillas paras, despojados del poder de matar y enriquecerse, se deprimen en las cárceles de EE.UU., la cúpula de DMG confiesa en ese mismo país que lavó dólares, los narcos son asesinados por otros narcos o son extraditados en los vuelos charter de la DEA, la mayoría de los políticos criollos hacen lo que se les da la gana y terminan con poder y riquísimos. Si les va mal, porque se descararon delinquiendo, a lo sumo les dan casa por cárcel y después, a disfrutar del parque de la 93, de la casa en Girardot, el club en Anapoima y el apartamento en Miami. Y por supuesto, de los carros con vidrios polarizados y guardaespaldas que parecen ser parte principal de la check list de todo político que quiere ser importante y temido.

Quizá el aprendizaje fundamental de esos políticos es que deben construir para sí la más completa impunidad. Y esa enseñanza se la transmiten dos supremos maestros en el arte de evadir cualquier responsabilidad, los ex presidentes Samper y Uribe. Aunque los dos estan en las antípodas del aprecio popular, Uribe aclamado y Samper denostado, ambos comparten la misma doctrina, ante cualquier señalamiento argumentado que se les haga, responder sin ruborizarse, ¡todo fue a mi espaldas! Los estilos por supuesto cambian. Samper tiene la habilidad de echar calambures, con lo que todo lo vuelve chiste. Uribe da la impresión de ser frentero, sin pelos en la lengua y sin ninguna capacidad de humor. Pero en el fondo son terriblemente iguales. Ambos ven la política como un oficio en el que el fin justifica los medios y en cuyo ejercicio el gobernante no debe someterse a la justicia del resto de los mortales. Y si esta trata de recordarles que sus acciones pueden haber traspasado los límites de la legalidad, entonces los ex presidentes usan todos los medios a su alcance para burlar a los jueces y reclamar el ejercicio de un privilegio que consideran suyo, el derecho a la impunidad.

La política colombiana está necesitada de una radical renovación del plantel de maestros. De lo contrario, muertos los guerrilleros, extraditados los cabecillas paras y los narcos, la actividad política puede terminar transformada en la actividad mafiosa por excelencia.