Después de leer el acuerdo de México entre el gobierno colombiano y el ELN uno queda con la sensación de que para lograr el desarme de esa guerrilla habrá que refundar la patria. Y quien sabe si sea suficiente. Es un texto que en apariencia desarrolla la misma agenda pactada hace diez años por ese mismo grupo y el gobierno de Santos, pero esta vez con un lenguaje más sinuoso, más ambiguo, con más eufemismos. Lo que más incomoda del texto es lo que se lee entre líneas.

El documento, cuya caracterización de la realidad colombiana dicen compartir la delegación del gobierno y la del ELN, nos pinta un panorama desolador de lo que somos. La manera cauta como se elude hablar de la violencia y de la guerra, la centralidad que tiene la denuncia del sistema y los defectos de la democracia, la necesidad manifiesta de volver a crearlo todo, la manera como se ignora lo que hemos construido desde la civilidad, incluyendo otros acuerdos de paz, termina por concederle al ELN una aspiración histórica: que su alzamiento armado es un derecho, una guerra justa. Ese subtexto que emerge como bruma en cada párrafo pasa por alto el hecho irrefutable de que la guerra es también una decisión ideológica y política. Una elección. 

Coincide la publicación del polémico acuerdo con la exhibición de la película de Marta Rodríguez y Fernando Restrepo: Camilo, el amor eficaz. Con la magia del cine, Marta Rodríguez pudo a sus 90 años conversar con Camilo Torres Restrepo, el sacerdote que se inmoló en febrero de 1966 a nombre de la revolución en las filas del ELN. Es un diálogo de ficción construido como pretexto para hacerle un reclamo pendiente. Se duele la cineasta de que Camilo haya abandonado la lucha verdadera, con la gente de las barriadas pobres, del campo tan sufrido, para enrolarse en una lucha inútil: la armada. 

En los agitados años sesenta Camilo emergió como una estrella rutilante que interpretó la urgencia de un cambio social. Sacerdote y académico pudo como pocos líderes en Colombia inspirar a la gente basado en el amor y no en el odio de las clases, concepto tan en boga en aquellos tiempos. El amor eficaz era un llamado a la acción colectiva, en el que se unen el corazón, la mente y el espíritu. Un buen día ese líder excepcional, quien sabe si acorralado por sus enemigos, o con la urgencia de cambiarlo todo en un día, tomó las armas y murió en su primer combate. Una vida tan pródiga no merecía un final tan patético. 

En aras del debate digamos que las circunstancias del Frente Nacional contribuyen fuertemente a que muchas personas optaran por las armas: una democracia restringida, el Estado de Sitio, la guerra fría, la ola revolucionaria en el tercer mundo, el Concilio Vaticano, etc. Cierto es también que a Camilo muchos de sus caminos se le fueron cerrando: lo perseguían las autoridades; la iglesia lo impelió a abandonar la sotana si se dedicaba a la revolución, su radicalización incomodó a muchos de sus otrora condiscípulos. 

Aun así, Marta le dice sin titubeos: te equivocaste. El pueblo no estaba en el cuento de la revolución, sino en su lucha diaria. Había que tejer mucho más, organizar, persistir, y creer en ellos. ¿De dónde sacaste que la revolución estaba cerca? le pregunta la documentalista como quien habla ante el cadáver de un suicida. 

Recuerda que sin Camilo posiblemente no habría filmado sus Chircales, una película que se mete en la piel de una familia que construía ladrillos en Tunjuelito y con quien compartió los sueños y las miserias de la pobreza más extrema. Luego vinieron otras cintas sobre el etnocidio indígena, las luchas campesinas, las violaciones de los derechos humanos, de la memoria y la vida. Muchos como ella le han cumplido a la consigna del amor eficaz. Pero ¿Fue Camilo incoherente con su propia filosofía? ¿Fue él quien finalmente abandonó la lucha?

Contrario al documento de la agenda de México, la película deja claro el mensaje de que las armas fueron una elección equivocada, y no “el único camino que les dejó la oligarquía” como repiten los elenos hace más de medio siglo. La lucha armada no fue ninguna forma superior de lucha, más bien el espejismo de un triunfo rápido que se convirtió en laberinto y pesadilla. 

En México el ELN reclamó como propio el cadáver de Camilo Torres, pues esa muerte en combate se ha convertido en su mito fundacional. Pero del sacerdote revolucionario hay que rescatar su mensaje más profundo, ese del amor eficaz que no tiene nada que ver con matar, y que nos impele al respeto de la vida. ¡Qué lejos está el ELN de esa consigna!

Marta Ruiz es comunicadora social de la Universidad de Antioquia. Fue periodista y editora en temas de Seguridad y Justicia de la Revista Semana durante siete años. Es autora del libro "Esta ciudad que no me quiere" (2002) coeditora de "Bajo todos los Fuegos" en el mismo año....