Quienes nos burlábamos de Zuluaga sin duda subestimamos el músculo político de Álvaro Uribe Vélez. Pero el que más lo subestimó fue el propio Santos –su exministro, el director de su reelección–, con un problema adicional: entre más creyó Santos que el expresidente era agua pasada, más se creyó el cuento de qué él también era un peso pesado.
Hoy nadie duda que Óscar Iván Zuluaga tiene buenas opciones de ser el próximo presidente de Colombia. Que está mano a mano con Mr. Santos es un hecho, como también es un hecho que ganó la primera vuelta. Lo que pasó el 25 de mayo es el periódico de ayer, digerido por todos hoy, pero asombroso si nos paramos en el pasado reciente. En enero de este año –prácticamente la semana pasada– Zuluaga y los salones desocupados eran sinónimo; Zuluaga era el extra de su propia campaña.
Quienes nos burlábamos de Zuluaga sin duda subestimamos el músculo político de Álvaro Uribe Vélez. Pero el que más lo subestimó fue el propio Santos –su exministro, el director de su reelección– con un problema adicional: mientras más creyó Santos que el expresidente era agua pasada, más se creyó el cuento de qué él también era un peso pesado.
Ahora que la campaña reeleccionista anda en estado de emergencia y que la mitad del país hace todo lo posible por ayudarla –los medios, la izquierda, el centro, una parte de la derecha, los ciudadanos con tapabocas, los futbolistas–, Mr. Santos debe estar vislumbrando su error en todo su esplendor. Lo contempla cada vez que mira por la ventana del avión, cada vez que mira el hielo en su vaso, cada vez que el espejo le devuelve su cara.
«Me eligen Presidente y listo», creyó Santos en 2010. Lo creían también los analistas y los políticos. El del poder es el Presidente. Pues no. Repasen ustedes la ofensiva de Uribe desde que Mr. Santos se volvió Mr. Santos: escribió los titulares, dividió a la Fuerza Pública, torpedeó La Habana, se inventó unas denuncias y agrandó otras, creó un partido nuevo solo para oponerse, se lanzó al Senado, hizo elegir a una extensa lista de acólitos, copó las líneas telefónicas de las emisoras. Y está a punto de poner Presidente. Otra vez.
Si Mr. Santos le debe su presidencia a Uribe, Zuluaga le debe no solo cada voto que sacó y que sacará, sino también el personaje público que hoy es. Su voz, su discurso, su verbo intimidante, su tono, su sonrisa de ardilla, su gesticulación, su manoteo, todo. Y eso es increíble porque ha funcionado. Todos vimos en Andrés Felipe Arias un clon perfecto de Uribe, pero nadie creía que Zuluaga pudiera personificar esas carnitas y esos huesitos. Pero lo hizo, con lo cual queda claro que el poder de Uribe alcanza para producirse y venderse a sí mismo en serie, así las nuevas versiones de él parezcan caricaturas.
Ahora que el Zorro acaricia la victoria, intenta maquillarse como un político independiente y auténtico. La estrategia es obvia: ahora que sí tiene los reflectores encima, Zuluaga vende la idea de que guarda una sana distancia con su mentor; se mueve al centro para buscar votos y reivindica su nombre. Miren ustedes el comercial:

Que un candidato presidencial diga –casi a manera de reclamo– que él sí tiene ideas propias, sería una vergüenza en cualquier otro contexto. Acá es una necesidad. Para cruzar la meta de primero, Zuluaga debe despegarse de la rueda de Uribe. Eso sí, lo está haciendo con mucho cuidado, como si anduviera sobre vidrios rotos.
Más allá de la estrategia de campaña, Zuluaga es el primer interesado en recuperar su identidad. Gran parte de su frenetismo en los debates se debe a esa contradicción de tener que emular a Uribe y a la vez querer convencer a la gente de que es auténtico. La inseguridad que eso le genera le respira por los poros.
Es posible que Zuluaga quiera ser el presidente de su propia presidencia. Tal vez sea injusto decir a secas que es un títere. Pero si llega a ganar las elecciones, no olvidará lo que le pasó a Santos, y tendrá una deuda con Uribe mucho mayor a la que aquel tuvo.
De cualquier forma, las opciones serán malas para nosotros: si Zuluaga acepta su papel de amanuense, habrá –como muchos tememos– un Presidente en cuerpo ajeno. Y si decide hacer su propio camino, o al menos tener vuelo propio, la respuesta furiosa vendrá esta vez desde el Senado, con un movimiento político renovado y miles de cordones umbilicales entre el zuluaguismo y el Centro Democrático. Uribe, entretanto, empezará a moldear un nuevo muñeco e iniciará metódicamente su saboteo.