El miércoles en la noche estuve en el preestreno del documental ‘La Ola Verde. La ilusión de una generación’. En la entrada del teatro me encontré a Antanas Mockus, que estaba parado en la puerta como si esperara un taxi. “¿Cómo ha estado, profesor?”, le dije. Me dio la mano en silencio – por supuesto, no se acordaba ni remotamente de mí –. Pasé de largo y ahí se quedó él. Saludarlo fue suficiente para que volviera ese desasosiego de hace casi un año. Una pena de amor que creí superada.
Mientras vi el documental me hice la misma pregunta varias veces: ¿la Ola Verde fue tan grande como pareció? No, me respondí cuando veía a unos niños con camisetas verdes en un centro comercial jugando a ser estatuas; sí, me decía cuando oía esas frases maravillosas que parió Antanas – que parimos todos realmente – durante la campaña (“Soy como un camarógrafo, mi fortaleza es invitar a la sociedad a mirar en una dirección”); no, cuando veía el abrumador poderío de Santos (a quién volví a despreciar durante un ratico) o las tétricas declaraciones de Uribe; sí, cuando aparecían las multitudes en cualquier esquina de Colombia hinchadas de ilusión; no, y definitivamente no, cuando volví a ver el discurso de derrota en la primera vuelta, y cuando la cámara indiscreta de Margarita Martínez nos metió a la casa de Adriana y de Antanas, que no parecía la sede de una campaña presidencial sino de la campaña al consejo estudiantil de uno de sus hijos.
El público siguió la película con los dientes apretados. Alguno habrá cruzado los dedos como lo hacían los asesores verdes durante los debates. Las risas se soltaban con cuidado. ¿Íbamos a burlarnos de Mockus, que estaba ahí mismo, viendo con nosotros la autopsia de su candidatura? ¿Íbamos a reírnos de nosotros mismos, que el año pasado nos sentimos infantiles y a la vez decepcionados y a la vez felices? Estábamos en una terapia colectiva.
El documental colecciona varias escenas que jamás vimos. Mockus estuvo acompañado toda la campaña, siempre. Nunca pararon de hablarle sus asesores, sus amigos; él tomaba apuntes, recibía papeles, rumiaba ideas. Todo el mundo quiso darle un consejo, todos con la certeza de que ese sí daría en el blanco. Aún así, o precisamente por eso, a Mockus se le veía solo. Alguna vez le oí decir en radio que él trataba de construir puentes entre los teóricos y los pragmáticos. Pues en el documental se le ve abandonado al otro lado, al borde de un abismo. ‘Lucho’ y Peñalosa lo acompañan, sí, lo abrazan y le dan ánimo, pero están inevitablemente lejos (ojo a las intervenciones lucidísimas de ‘Lucho’). Y ni hablar de Sergio Fajardo, cuyo rol en la película es directamente proporcional al que tuvo en la campaña.
A la salida de la función estaban, además de Mockus y Fajardo, Enrique Peñalosa, Adriana Córdoba y varios integrantes de la campaña. Vi a un par de personas con camisetas verdes, como si aún esperaran ese triunfo en primera vuelta.
También estaba J. J. Rendón. Más de uno consideró indignante su presencia; otros decían que era la prueba máxima de civilidad política. Al final, él volvió a ganar. Mientras los verdes parecían ex novios que vuelven a verse sin haber resuelto sus cuentas pendientes, Rendón presenció el testimonio de una derrota que ayudó a forjar; se paseó cortésmente con una mujer que pareció escoger para la ocasión, y recibió las recriminaciones de Adriana Córdoba. “Se portó como un caballero”, dijeron los testigos.
Después de ver el documental, a varios nos sudaban las manos. Creo que muchos – al menos los antiguos militantes verdes, que eran la mayoría – querían emborracharse y llorar y reírse. El ambiente era el de un velorio, pero no el de uno trágico, no. Era el velorio de alguien que tuvo una buena vida. Hay nostalgia, recogimiento y alegría. Pero al final de cuentas hay un muerto en la sala.
Me encantó el documental (esta entrada no es publicidad política pagada). Recomiendo verlo para viajar en el tiempo, para volver a entusiasmarse y reprocharse, para revisar esas conclusiones que siguen apuntando a ningún lado. Eso sí, esos 73 minutos no desatan el nudo en la garganta que tengo desde el año pasado. Para eso hará falta otra ola que, intuyo, no será verde.
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