Recuerdo ya lejana la salvada del encierro en casa por la llegada de la semana santa, gracias a la aparición del Festival. Y cómo poco a poco la gente, los bogotanos, se fueron volviendo más tolerantes, hasta que el festival se llenó.
Pero siempre tuve dudas, ahora más, acerca de si se trataba efectivamente de un festival de teatro o de danza, que me encanta. Pero sobre todo, y aquí una blasfemia, de los costos del mismo. Se oía decir que el Festival pagaba mal a los grupos colombianos y que no se sabía a ciencia cierta cuánto costaba, y que recibía apoyos de todo el mundo. Y que a lo mejor ni apoyo estatal necesitaba, toda vez que casi sin excepción los abonos se agotaban. Si eso es cierto, aún es tiempo de revisar la oportunidad de los aportes estatales, sin llegar a poner en riego esta monumental obra. 
Pero ¿qué es lo que tiene el Festival -para atraer tanto público- que no tenga la oferta teatral normal de la ciudad?  Porque los bogotanos no es que asistan habitualmente ni masivamente al teatro. Y porque se sabe que los grupos locales, unos muy buenos otros no tanto, se las ven para subsistir. ¿Será puro arribismo? ¿Será que de nuevo, lo de afuera siempre es mejor? ¿Será que el Festival más que teatro es un evento social que todos tenemos que financiar? ¿Será que falla la promoción de las artes en la ciudad?