Todos los candidatos presidenciales pretenden los votos de los ciudadanos que se reconocen como liberales y quizás, también, el sello del Partido, pero como en las “relaciones tóxicas” los acercamientos se desarrollan en medio de la ostentación del pretendido de sus virtudes y de los reclamos airados del pretendiente acompañados claro de solicitudes de propósitos de enmienda.
Esa curiosa situación ha puesto al Partido Liberal en la doble situación de asediado y enjuiciado.
Había habido ruidosos desencuentros con los candidatos que quieren representar el Centro político, que no es otra cosa que el liberalismo, pero el último episodio resultó aún más aparatoso porque los reclamos subieron de tono. La acusación llegó a ser promotor de la “política de la muerte”, que, claro, ya son palabras mayores.
El Partido Liberal ha estado asociado en el imaginario colectivo a “la reivindicación de las causas sociales” fruto de su aporte a históricos logros, tan icónicos, como la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de los derechos de los trabajadores o el voto y la participación política de las mujeres. Esa asociación es la que los candidatos quieren conseguir.
Hechos más recientes, con protagonistas aún vivos, se asocian con el liberalismo, pero no se le reconoce su paternidad. Por ejemplo, de la Constitución de 1991, que es el hito más grande en materia de otorgamiento de poderes a los ciudadanos para hacer valer sus derechos en toda la historia republicana, promovida en un gobierno liberal, todos quieren ser partícipes. Hasta Petro, que no estuvo en el proceso constituyente, dice que estuvo y sí, esa es la gran ventaja de la Constitución que no puede ser exhibida como un trofeo de un solo actor político.
Del acuerdo que permitió la desmovilización de las Farc también hay muchos sectores que se atribuyen su maternidad y el Partido Liberal reclama, con razón, que su capacidad política, representada en la bancada más grande del Congreso, fue determinante para conseguir primero su aprobación y después para impedir que se reversara.
Hasta ahí la parte más tranquila de la discusión. Las virtudes indiscutibles del pretendido.
Después, el debate, que el liberalismo ha perdido en la opinión pública, sobre las ventajas o desventajas de las políticas económicas que se impulsaron en la que algunos llaman “la tercera república liberal” y que se refieren a la apertura económica y la promoción de la participación del sector privado en la provisión de algunos bienes y servicios públicos, que algunos llaman las privatizaciones.
Paradójicamente los mayores críticos de esas políticas estuvieron desde el principio al interior del Partido Liberal. Una expresión de la vieja tradición de un partido de matices.
Las cifras muestran, de una parte, grandes avances en materias sociales expresadas especialmente en ampliación exponencial de coberturas en materia de salud, educación y otras como agua potable y en general servicios públicos domiciliarios, y, de otra parte, importante deterioro en producción agraria e industrial.
Este debate es muy airado y sobre simplificado: neoliberal y privatizador son usados y recibidos como epítetos injuriosos y claro, en la política también se abusa de ellos para aparecer como del lado de los pobres y exagerar sobre las perversiones del mercado y las ganancias de determinados empresarios. Eso debería corregirse con un sistema tributario progresivo que el liberalismo dice promover, según aparece en la declaración programática que aprobó en su última convención y que pocos por fuera han leído.
El balance de si la política económica y social promovida en esa “tercera república liberal” es un juicio inacabado y las fuertes expresiones de Francia Márquez podrían ser una buena oportunidad para hacerlo. La revisión de lo bueno y lo malo de sus resultados es en el fondo la definición de lo que el próximo gobierno debería preservar y de lo que debería cambiar.
Esta segunda parte de la discusión es la que la izquierda, representada hoy en el Pacto Histórico, le plantea al liberalismo y donde Petro pretende rectificaciones, que seguramente el propio Partido Liberal estaría dispuesto a promover. Ahí no necesariamente hay un desencuentro, pero, como suele ocurrir en “las relaciones tóxicas” los epítetos caldean los ánimos y dificultan la conversación.
La tercera parte de la discusión, la plantean varios de los pretendientes y están relacionadas con prácticas clientelistas en las que han estado involucrados muchos miembros del Partido Liberal y en las que varios de sus congresistas sustentan su capacidad para elegirse y reelegirse. Ese es el debate con el que Fajardo ha prácticamente cerrado la posibilidad de conseguir apoyos liberales, aunque siempre busca eufemismos para encontrarlos. Otra vez “las relaciones tóxicas”, que las canciones expresan bien: porque te miro y no me miras.
Márquez y Fajardo creyeron encontrar el camino: señalar a César Gaviria como el culpable y la personificación de todos los males. Es la manera de decir: “me gusta lo bueno de ti, pero tienes que demostrarme que vas a cambiar”.
Si lo dijéramos en forma más seria, ese planteamiento en realidad es la propuesta de un estilo de gobierno: no reconozco las directivas de los partidos y trato de buscar acuerdos individuales con los miembros de esos partidos, es decir, lo que finalmente hizo Iván Duque cuando resolvió repartir mermelada a borbotones.
Petro cuando terció en el debate entre Márquez y Gaviria, lo expresó en forma certera: “reconozco en César Gaviria el vocero que escogió el Partido Liberal”. La personalización del señalamiento lleva consigo un desconocimiento de procesos internos de ese Partido.
La novela, como las buenas telenovelas, se va a alargar. La realidad política y los tiempos en que se deberían tomar las decisiones no va a permitir que ninguno de los pretendientes se quede con el sello liberal: el que lo asocia a las reivindicaciones sociales y, en el caso de Petro, el que lo compromete con el respeto de las reglas.
El asedio y los reclamos son una buena oportunidad para hacer el balance y, claro, también, si el Partido Liberal decidiera hacerlo, los procesos de autocrítica y de enmienda que crea que le resultan pertinentes.
Nota: El autor de la columna ha sido director del Instituto de Pensamiento Liberal durante varios años