Faltan 196 días para el fin del mandato de Duque, según @YaCasiSeVaDuque, una cuenta de Twitter que se encarga de recordarle diariamente a sus seguidores lo que queda del actual gobierno.
Con el sol a las espaldas los balances del presente mandato empiezan a hacerse y no son particularmente destellantes como lo indica una encuesta de Guarumo publicada hace unos días donde se les pregunta a los colombianos cuales son aquellos temas por los cuales recuerdan al presidente Duque. Casi una quinta parte dice hacerlo por la vacunación, otra quinta parte por los subsidios (que son los mismos que siempre se han otorgado, reempaquetados) y otra igual por la reactivación económica y después de eso no lo recuerdan por nada, seguido por la economía naranja y por otras iniciativas que no logran ni un dígito de recordación.
Supone uno, viendo el vaso medio lleno, que las cosas no son tan malas como parecen. A eso de principios de 2020 la calificación de la gestión presidencial, mirada desde la perspectiva histórica, estaba por los lados de Marroquín y Sanclemente, la octogenaria dupleta que recibió un país y entregó dos en 1903, y ahora parece estar en las inmediaciones de Andrés Pastrana y Guillermo León Valencia, lugares número 35 y 36 entre 42, correspondientemente, según el ranking de mandatarios hecho por la Fundación Liderazgo y Democracia hace unos años.
Cuando sobrevino la pandemia, como suele ocurrir en este tipo de situaciones, la gente volcó su mirada hacía el presidente y se puso, por lo menos por un instante, a las ordenes del gobierno. Y, hay que decirlo, en este momento de decisión Duque estuvo a la altura de las circunstancias, manejando la crisis con la misma impericia que demostraron los más destacados líderes mundiales.
Por que no hay otra forma de describirlo, el manejo del Covid fue un despliegue de improvisación abrumador y, en realidad, no podía ser de otra forma. Lo cierto es que ningún gobierno del planeta ha manejado bien la pandemia: solo hay grados de mal manejo, desde los francamente criminales hasta los levemente ineptos, pero todos acaban siendo insatisfactorios. Es natural: la última edición del manual para el manejo de pandemias globales se escribió hace cien años y estaba bastante desactualizado.
Ayudó también que el sistema de salud colombiano es, tal vez, el mejor del mundo en desarrollo y, sin duda, mejor que cualquiera del continente americano, lo cual amortiguó los peores estragos de la enfermedad, sin dejar de lado que la infraestructura de salud pública colombiana ya contaba con amplia experiencia en el manejo de programas de vacunación. Por eso, a pesar de las asustadurías y de las mezquindades de algunos mandatarios locales que veían en la pandemia una oportunidad para anotar goles políticos, la vacunación contra el Covid fluyó con relativa facilidad. Eso no es poca cosa.
Lo qué si fue grave, y se convirtió en el principal traspié del gobierno, fue la presentación de una inoportuna e inconveniente reforma tributaria en medio de una crisis económica y sanitaria mayúscula. Ojalá algún día cuando se escriban las memorias de los protagonistas sepamos cual fue la línea de pensamiento –o ausencia de él– que los llevó a cometer semejante estupidez. El resultado fue casi la repetición de un 9 de abril auto infligido, por poco les toca echar mano del revolver de doña Berta, que según la leyenda esta guardado en la caja fuerte de la secretaria general de presidencia, para defenderse de las turbas que iban a incendiar la Casa de Nariño.
Las protestas de mediados de 2021 desatadas por el tiro en el pie del gobierno habían tenido su ensayo general en noviembre de 2019 y correspondían a un malestar gestante desde comienzos del mandato que primero fue anestesiado por el Covid y que luego se exacerbó por la brutalidad tributaria. Todo fue cosecha nacional y no el producto de una conspiración extranjera promovida por el comunismo internacional o el Foro de Sao Paulo o por el castrochavismo o por Soros o por cualquiera de los cocos que la derecha se inventa para no mirarse en el ombligo de sus propias responsabilidades, como lo insinuaban las patéticas misivas que una de las eminencias grises del régimen circulaba en cadenas de WhatsApp.
La consecuencia mas palpable y mas dañina del incidente no fue la destrucción de la infraestructura de transporte, ni la guerra civil que casi se desata en las goteras de Cali, ni el supercontagio provocado por las marchas masivas sino el retiro del grado de inversión del país por parte de las calificadoras internacionales. Este demerito que se antoja burocrático (pasamos de BBB- a BB+) tiene unas implicaciones de tal trascendencia económica que son difíciles de exagerar. Solo basta con recordar que el dólar está a cuatro mil pesos y que el barril de petróleo sigue cercano a noventa dólares para darse cuenta el tamaño de la bomba cambiaria en la que estamos sentados. Mientras los incautos se creen los anuncios rimbombantes de los ministros del despacho que masajean las cifras para mostrar crecimientos mejores de lo que son, los más avispados no dejan de comprar dólares a la menor oportunidad, al ritmo de setecientos millones de verdes mensuales en lo que es tal vez la fuga de capitales más sigilosa de nuestra historia.
Mientras tanto el presidente continúa haciendo lo que hacen los presidentes que están por irse: inaugurar cualesquiera dos ladrillos pegados con palustre, viajar a donde lo inviten y nombrar a los amigos en los cargos diplomáticos con la esperanza de que logren desempacar el trasteo antes de que el nuevo gobierno los devuelva de las mechas.
El final de este mandato esta siendo lánguido y triste, como la tarde de los domingos lluviosos. Este gobierno nunca llegó a ningún lado porque nunca supo para donde iba. En el último debate presidencial el gobierno actual casi ni se menciona, así fuera para despotricar de él, lo cual es tal vez el mejor indicador de su irrelevancia. Serán cuatro años perdidos o por lo menos desaprovechados, sin ninguna iniciativa de recordación y ninguna reforma importante, con el consuelo de que se manejó una situación inmanejable de la mejor manera posible y con la seguridad de que el presidente y su equipo cercano obraron siempre de buena fe y con las mejores intenciones, las cuales infortunadamente no fueron suficientes.