por Lina Moros, Maria Alejandra Vélez e Iván Darío Lobo (Profesores, Facultad Administración, Universidad de los Andes)

Desde hace cinco años invitamos todos los semestres a dos desmovilizados a un curso de pregrado de la Universidad de los Andes para compartir su historia de vida con los estudiantes. En las diferentes versiones del curso y con el apoyo de la Agencia Nacional para la Reintegración (ACR), ex combatientes de izquierda y derecha, más o menos adoctrinados, más o menos “arrepentidos”, más o menos “convencidos”, han compartido con los estudiantes sus vivencias antes, durante y después de pertenecer a un grupo armado.  

Esta actividad tiene dos partes. En la primera los ex combatientes dan una charla sobre sus razones para alistarse en un grupo armado: por necesidad económica, por simpatía ideológica, por reclutamiento forzado o porque era el único modelo a seguir en su comunidad. Cuentan también algunas de sus experiencias como parte del grupo y cierran comentando sobre su proceso de desmovilización y reintegración a la sociedad. La segunda parte, que es la que aquí más nos interesa, ocurre en la clase siguiente, en la que ya no están los ex combatientes. Allí propiciamos una discusión en torno a una pregunta para los estudiantes: ¿qué sintieron con la charla?

Plantear así la pregunta ubica la discusión inicial en el plano emotivo y no puramente en el técnico o teórico, que son los que predominan en discusiones previas sobre el conflicto armado durante el curso. Con ello buscamos que los estudiantes vayan más allá del análisis distante del conflicto para comprometerlos en un nivel emocional y así hacer que emerjan más directamente sus creencias, valores, formas de ver el mundo e incluso sus prejuicios –heredados o construidos.

En las distintas versiones del curso, los estudiantes han manifestado sentir “impacto”, “indignación”, “rechazo”, “desconfianza”, “admiración”, “comprensión”, por mencionar solo algunas de las reacciones más recurrentes. Con ese inventario discutimos para comprender, colectivamente, las razones por las cuales se manifiestan esas emociones. Los debates han sido siempre álgidos y hondamente polarizados.

Hemos acumulado distintos testimonios sobre los efectos de “llevar el conflicto al aula”. Como profesores, para nosotros hay dos preguntas centrales: (i) ¿aprenden algo los estudiantes de esta experiencia pedagógica?, y (ii) ¿qué lectura es posible hacer de lo que hemos encontrado?

Sobre la primera pregunta, algunos fragmentos de las apreciaciones de los estudiantes son reveladores:

“Antes que perdón tiene que haber arrepentimiento y castigo. No puede haber reintegración sin castigo; sin eso no se merecen que la sociedad los acoja”.

“Creo que nos hace falta educación; a los desmovilizados, a la sociedad civil, a todos. Eso es lo primero”.

“Ante un problema como este, como estudiantes no podemos hacer realmente nada”. “Yo me rehúso a concederle lo más mínimo a alguien que no es capaz de pedir perdón”. “En un contexto como el colombiano la línea entre víctimas y victimarios es difícil de trazar”.

“En vez de ver a una ex combatiente yo vi a un ser humano”.

 “A mí me dio rabia, porque no veo arrepentimiento en ellos”.

“Uno juzga a priori. Pero en algunos casos estas personas entraron a los grupos porque no había otra alternativa”.

 “Yo nunca me había sentido responsable de lo que viene en el postconflicto. Sentía que no me tocaba”.

“Yo siempre había visto el conflicto desde las cifras. Aterricé esas cifras a caras”.

“La charla me obligó a reflexionar sobre mi posición frente al conflicto”.

Igualmente reveladora resulta la experiencia de una estudiante proveniente de una familia golpeada dura y sistemáticamente por el conflicto durante años, crítica acérrima de los ex combatientes y férrea opositora a las concesiones en pro de la reconciliación. Al final del curso ella decidió vincularse como voluntaria de la ACR. A pesar de seguir creyendo que “estos grupos están equivocados”, quería “entender por qué hacen lo que hacen”.

Sobre la segunda pregunta, hemos hecho al menos dos posibles lecturas. La primera es pedagógica. Interesados en que los estudiantes del curso desarrollen un pensamiento menos dogmático, más crítico y más empático sobre la realidad del conflicto en Colombia, nos hemos enfrentado al desafío de aceptar que nosotros mismos debemos ser tolerantes con aquellos que se resisten –por inercia o elección- a ampliar su visión. Hemos además comprendido el nivel al cual muchas de las visiones dicotómicas sobre el conflicto –los “buenos” y los “malos”, las “víctimas” y los “victimarios”- están condicionadas por los contextos sociales de los cuales provienen los estudiantes y –en cualquier caso- pueden ser desdibujadas, aunque sea de manera parcial, recurriendo a estrategias pedagógicas no convencionales.

La segunda lectura es ética. El conversatorio con los desmovilizados propicia cierto nivel de empatía para acercar al estudiante a la realidad del otro –desde los sentimientos que esa realidad genera- para comprenderla, antes que juzgarla. Permite además que los estudiantes reflexionen sobre sus propias posturas y actitudes y sobre las implicaciones que estas tienen para ellos y otros. Porque existe una transmisión tácita de valores, actitudes, formas de ver el mundo e ideologías, puede decirse que –aún sin proponérselo- en el ejercicio de su rol todo profesor toca la dimensión ética. Tomar conciencia sobre ello nos ayuda a entender la enorme responsabilidad que en este rol tenemos ante los desafíos que el país enfrenta.

Sería ingenuo pensar que todos –o siquiera la mayoría- de estudiantes cambia radicalmente su visión sobre el conflicto luego de pasar por esta experiencia. Aun así, como ejercicio de cierre del curso les pedimos a los estudiantes que entreguen una reflexión breve sobre su aprendizaje más importante durante el semestre. El conversatorio con los ex combatientes es con frecuencia destacado como una experiencia transformadora.

Las ideas que hemos compartido tienen el propósito de resaltar el salón de clases como un posible espacio de diálogo y transformación en el postconflicto. Como este, hay otros ámbitos cotidianos en donde se puede dar una construcción silenciosa pero profunda a favor de la reconciliación.