El lunes pasado, Viviane Morales escribió una columna en la que acusa a Francia Márquez y a las posiciones antirracistas de obstruir el diálogo democrático.

Morales secunda las ideas de Esparza (el ‘vice’ de Ingrid Betancourt) y nos dice que, si bien hay problemas, “heridas raciales” e “injusticias dolorosas”, no puede hablarse de racismo en Colombia.

Señala además que quienes denuncian el racismo impiden el desarrollo de una “conversación democrática”. La columna de Morales es un ejemplo de racismo vergonzante y de total incomprensión de la naturaleza de la democracia.

Vale decir, para comenzar, que Morales no da ningún argumento para su idea de que no hay racismo a pesar de los problemas y las injusticias. Ella no hace más que repetir el cliché del ‘análisis’ bogotano: hay una deuda histórica, pero no hay racismo.

Pero esta consigna de análisis no solo es un cliché, sino que es una contradicción y un sinsentido.

Si uno asume que existen injusticias contra personas que comparten un color de piel, uno está obligado por sana lógica a aceptar la existencia del racismo, pues el racismo no es otra cosa que un conjunto de injusticias contra personas que comparten un mismo color de piel.

Lo que hace Morales es lo mismo que decir que hay figuras geométricas con tres ángulos pero que no existen los triángulos.

¿Por qué Morales (entre muchos otros) admite que hay injusticias, pero no le gusta que hablemos de racismo?

La respuesta es simple: el intento por eliminar el término racismo para referirse a las injusticias contra las personas negras no solo es problemático desde un punto de vista lógico y conceptual, sino que tiene un propósito político definido: si quitamos el término racismo del vocabulario, las injusticias que sufren las personas racializadas se vuelven más tolerables.

Por ello Morales se esfuerza en mostrar a quienes hablan de racismo como fanáticos moralizantes que ven el mundo en categorías binarias (opresores/oprimidos, buenos/malos) que niegan la complejidad de las cosas y la realidad singular de los individuos.

Es sorprendente que esta crítica provenga de alguien que, por sus convicciones religiosas, se ha opuesto a la problematización de las categorías binarias y a la complejidad de las cosas cuando se trata de la adopción gay y el aborto.

Cuando hablamos de racismo no valen las categorías binarias, pero en la familia y en el aborto sí: solo hay hombre y mujer, y el feto, como no está muerto, debe estar vivo desde el momento de la concepción.

Hay que aclarar, además, que las posiciones antirracistas no son necesariamente binarias ni moralizantes y que no lo es, especialmente, el antirracismo de Francia Márquez.

La forma en que la candidata vicepresidencial respondió a los ataques y burlas de la tristemente célebre Marbelle lo demuestran con claridad.

Marbelle fue racista. No hay duda. Pero la respuesta de Márquez fue un mensaje de inclusión, una invitación a construir desde la diferencia. Para Márquez hay un mundo en el que Marbelle y ella pueden coexistir como iguales, un mundo que está por construir y en el que la propia Marbelle (y cualquiera) es bienvenido.

Para la cantante ese mundo no existe y no puede existir, y alguien como Francia Márquez tiene que quedarse por fuera debido a su color de piel.

Frente a un ataque frontal de racismo, Francia Márquez no responde con una posición moralizante –como parece imaginarlo Viviane Morales–, ni siquiera enrostra a Marbelle su naturaleza racista y opresora, sino que resalta su capacidad auténticamente humana de construir un mundo heterogéneo en las diferencias.

Lo que no sabe Marbelle es que, al insistir en sus burlas después de la respuesta de Márquez, no deshumaniza a Francia, sino que se deshumaniza a sí misma; lo que no entiende Morales es que esa invitación a construir un mundo en el que cualquiera es bienvenido (sea negro o blanco, se llame Francia o Marbelle) es el acto más democrático que puede existir.

Porque la esencia de los impulsos y las instituciones democráticas no es tanto la regla de las mayorías, sino el principio de que cualquiera tiene capacidad política para gobernar y, por tanto, la idea de que no existen jerarquías naturales.

El antirracismo es, por consiguiente, parte sustancial de la democracia: todo demócrata debe ser antirracista.  

Por esta razón, la tesis de Morales de que Francia Márquez cancela la conversación democrática es falsa.

La exfiscal se refiere aquí a la discusión que tuvo la candidata con Esparza y señala que Francia Márquez es intolerante porque censura a los blancos a la hora de hablar sobre la “situación” e “identidad” de las personas de color.

Morales miente porque Francia Márquez nunca le negó a Esparza la posibilidad de hablar, en general, de la situación de las personas racializadas.

Tenemos que partir de una premisa para el análisis: cuando Francia Márquez se refiere a las injusticias padecidas por las personas racializadas, está denunciando algo que ha vivido en carne propia. Esa es la naturaleza de su denuncia y de su acto de habla.

El problema de la respuesta de Esparza es que él rebate las afirmaciones de Márquez como si él también viviese las injusticias padecidas por la candidata.

No es que Esparza no pueda hablar de las regiones y personas racializadas. No es que no pueda criticar a Francia Márquez. Puede hacerlo, como cualquiera.

Lo que no puede es hablar de las situaciones de las personas racializadas como si él fuese una de ellas. Morales convierte una reflexión básica sobre el lugar y las vivencias corporales desde las que hablamos y nos referimos al mundo en un acto antidemocrático de intolerancia y de censura.

Flaco favor les hace Morales a las reflexiones filosóficas sobre el discurso y al concepto de democracia al llamar intolerante a todo lo que no entiende.

Profesor Asistente del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Doctor en filosofía de la Universidad de Bonn. Doctor en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia.