Por Javier Corredor

Hay por lo menos dos tipos no excluyentes de defensores del voto en blanco*: los expresivos adolescenciales, y los extremistas ideológicos. Son los que votaron por Nader en la elección crucial de los Estados Unidos en el 2000, y los que se abstuvieron para darle la victoria a Piñera en las elecciones del 2010 en Chile. En el primer caso, votar no es un acto político, es un acto expresivo. Algo así como hacerse un tatuaje, participar en un flashmob, o pintarse el pelo de rojo. Por eso no hay argumento que valga: el punto de votar es expresarse, no solucionar nada. En psicología existe un concepto denominado las ganancias secundarias de la depresión. Palabras más, palabras menos, este concepto señala que parte de la conducta depresiva se explica por las ganancias que ésta produce en otros niveles, incluyendo una ganancia en atención social. Creo que los defensores del voto en blanco del primer tipo obtienen ganancias en este sentido: las ganancias secundarias del voto en blanco. Cada vez que expresan su intención de voto, su originalidad en pensamiento, entre sus amigos de izquierda, se ponen en el centro de la interacción, captando la atención total de quienes consideramos que hay urgencia política en el momento.

El segundo tipo, el extremista ideológico, surge de la tradición de la izquierda más radical en la cual no hay urgencia política, solo una promesa mesiánica de victoria. Para ellos, no sólo no existe una diferencia real entre los dos candidatos actuales sino que el ascenso del candidato de extrema derecha representa una oportunidad para agudizar las contradicciones. Algunos dicen sin pudor, por ejemplo, que las victorias de la izquierda en el cono sur son el producto colateral de la dictaduras. ¿Y los desaparecidos? No importa: fueron un costo necesario. Este segundo tipo cree en lo que se podría llamar una política vudú (voodoo politics); esto es, una comprensión mágica de la relación entre las intenciones y las consecuencias del accionar político. No importa lo que suceda en el medio, al final, si esperamos lo suficiente, vendrá la victoria del proletariado.

Lo curioso, y lo terrible, es que para ambos tipos el futuro es un juego. Si tuvieran consecuencias reales, votarían; pero no las tienen, y por tanto pueden mantener su aura inmaculada. Quienes han estado en medio del conflicto entienden mejor la urgencia del momento, a pesar de que, como uno, sepan que el futuro en cualquier caso no depara una situación ideal. Por eso es que a la hora de tomar una decisión fueron los sobrevivientes, los que estuvieron en el exilio, entre otros, los que tuvieron la capacidad de hacer a un lado la pureza de la teoría política, y lanzar un guiño explicito o codificado para señalar que las próximas elecciones no son un ejercicio abstracto, un contrafactual, un experimento mental en una teoría filosófica, sino un riesgo real con consecuencias ciertas.

Creo que el problema del votante en blanco se relaciona en parte con la educación en ciencias sociales, convivencia y ciudadanía que se imparte en el país. Es importante que el entendimiento institucional deje de ser representado a través de la memorización de las ramas del estado, o de elecciones ficticias que en poco representan la complejidad de lo que implica gobernar un país. Es importante también que más que fechas aprendidas de memoria, los estudiantes entiendan la naturaleza emergente de los procesos sociales; esto es, que entiendan que múltiples fuerzas interactúan para producir los resultados observables en el nivel social, y que esos resultados no son explicables por teorías conspiratorias o decisiones individuales. Y finalmente, es necesario y urgente que el conflicto armado y la memoria histórica, la urgencia y consecuencia de las decisiones políticas que de ellos se derivan, dejen de ser un tema tabú en la escuela; tema que es invisibilizado cada vez que se menciona directamente, y remplazado con eufemismos, importantes pero insuficientes, como por ejemplo el desarrollo de la inteligencia emocional y la educación del carácter. 

El voto en blanco tiene efectos importantes en ciertas circunstancias históricas; en otras, tiene efectos devastadores. Una nueva educación en ciencias sociales le permitiría a muchos distinguir entre estas dos situaciones. Por eso las reformas educativas en ciencias sociales, convivencia y ciudadanía son urgentes. Lo triste es que tal vez para el domingo ya sea demasiado tarde. 

* Acabo de tener una conversación muy interesante con un defensor del voto en blanco que no cae en estos dos tipos; no sobra aclarar que no son todos los que caen en estas dos categorías.