Por Carolina Maldonado Carreño
Los datos recientemente publicados del Barómetro de las Américas – LAPOP han aportado un nuevo dato acerca de nuestro sistema educativo: la escuela es el principal espacio de discriminación racial contra los afrocolombianos. En una muestra representativa de adultos negros por autoreconocimiento, cerca del 35% de los afrocolombianos han experimentado alguna vez discriminación racial. De ese grupo, el 40% señalaron a los colegios y universidades como espacio donde existe la mayor discriminación racial, seguido por el sistema de salud (14%).
Estos resultados se unen a los del informe “Investigando el racismo y la discriminación racial en la escuela” que constata la existencia de prácticas racistas en los colegios del distrito. Este informe evidencia que los maestros tienen muy poca conciencia acerca de la discriminación y de su responsabilidad en ello. En su mayoría atribuyen al Estado, a los dirigentes políticos, y hasta a los afrodescendientes la responsabilidad de las desigualdades sociales ligadas a la raza. Tanto los maestros como los libros de texto que se siguen usando en las escuelas reproducen las prácticas racistas coloniales hacia los afrodescendientes. Y lo que es más grave: los maestros no reconocen ser racistas, y no consideran que ejerzan ningún tipo de discriminación contra sus estudiantes afrocolombianos o sus familias. Sin embargo, utilizan expresiones relacionadas con el color de la piel (“negritos”), reproducen estereotipos sociales (“los negros fueron traídos del África por su fuerza” o “las negras hacen muy bien el trabajo doméstico”), y tienen percepciones y actitudes negativas y estigmatizadoras contra los niños afrocolombianos (“son perezosos” o “son buenos para los deportes”).
Esto obviamente no es potestad de los maestros del distrito. Basta con revisar las reacciones y opiniones racistas que suscitó el comentado artículo de la revista Hola. Estos se reproducen en casi todos los espacios de interacción en un país que cree que no es racista porque es mestizo. Sin embargo, que la discriminación y el racismo sean el pan de cada día en nuestro sistema educativo es un dato aterrador. Eso indica que también allí los niños están aprendiendo y asimilando que existen jerarquías culturales, y que ciertos individuos tienen un estatus y poder superior relacionados con el color de su piel. Están aprendiendo el racismo naturalizado y de convicción tan generalizado Colombia. Un racismo que no es consciente en el discurso pero que es tanto o más poderoso que el racismo explícito y abierto en la creación y mantenimiento de las diferencias.
Y claro que medidas como la Ley Antidiscriminación y la Cátedra de Estudios Afrocolombianos representan un paso importante para contrarrestar el racismo y la discriminación racial en las escuelas. Sin embargo, no es suficiente con que “los docentes de ciencias sociales promuevan procesos de reflexión en torno al tema de la afrocolombianidad” (MEN). ¿Por qué adjudicarle únicamente a los maestros de ciencias sociales esa responsabilidad?, y ¿De qué sirve promover procesos de reflexión en el aula cuando los maestros siguen teniendo actitudes, creencias y prácticas racistas?
Ese es sin duda otro aspecto de la calidad de la educación (uno que no es posible capturar en los resultados de las pruebas Saber que parecen ser los únicos indicadores que se tienen en cuenta). Para lograr un cambio en esto se necesitan intervenciones efectivas para eliminar las prácticas, actitudes y creencias racistas de los salones de clase. Se necesitan intervenciones que modifiquen las formas de interacción y los comportamientos de los maestros en las escuelas. Y en la modificación de actitudes no creo que sirvan los sistemas de incentivos que pueden ser útiles para mejorar otros aspectos de la calidad de la educación. Para esto se necesita entrar a los salones de clase y trabajar con los maestros para que se hagan conscientes de sus actitudes, y desarrollen nuevas maneras de percibir y relacionarse con sus estudiantes.