Los presentadores del programa ‘Fuck News’ se burlaron del feminicidio de Valentina Trespalacios y desataron una ola de críticas en medios de comunicación y redes sociales. En su defensa, los dos Camilos –Pardo y Sánchez– han acusado a quienes los critican de imponer límites arbitrarios al humor y de actuar como una policía de la moral que pretende censurarlos. Su defensa no dista mucho de la estrategia predilecta de los conservadores: frente a los reclamos del carácter racista, clasista o misógino de sus comentarios, salen a cacarear lo primero que se les ocurre sobre la libertad de expresión para tratar de voltear la torta tramposamente y mostrarse como víctimas.

Quienes presentan el racismo o la misoginia como una forma avanzada y vanguardista del humor negro apelan en última instancia a la idea de que todo humor es subjetivo y depende de las sensibilidades y los gustos. Si todo es subjetivo, la crítica y el reclamo serán siempre infundados y fruto de un temperamento policial de quienes los profieren.

Pero esto no es así. No se trata de trazar una línea fija y absoluta entre el humor y la barbarie cruel o entre el humor y la discriminación que refuerza la opresión. Más bien, debemos darnos cuenta de que esos límites los traza cada persona basándose en un sistema de convicciones morales. Criticar ciertos tipos de humor no significa imponer una creencia moral externa a la esfera del chiste y de las risas porque esta esfera está ya atravesada por cuestiones éticas.

Todo porque la risa es un juicio normativo. Surge como una reacción frente a una incongruencia entre lo que algo debe ser y lo que realmente es. Toda risa se refiere entonces a una expectativa frustrada. Todo mimo, payaso o imitador hacen lo que no se espera o lo que no se debe en una situación y por eso causan gracia. Incluso el humor célebre de un programa como el Chavo del ocho radica en que los personajes hablan y responden de forma inesperada, como no se debe, jugando con el doble sentido del español.

No hay humor sin una expectativa, sin una imagen mental de lo que consideramos como correcto y deseable. Los caricaturistas políticos franceses del siglo XIX se burlaban de Luis XVIII y Carlos X porque consideraban, desde su corazón republicano, que su régimen y sus acciones frustraban constantemente las expectativas de lo que significa un buen gobierno. Pero, del mismo modo, los nacionalsocialistas hacían caricaturas de los judíos porque pensaban que un judío frustraba las expectativas de lo que debe ser un ser humano.

¿Cuál es la diferencia entre las caricaturas republicanas y las nacionalsocialistas? ¿Alabar unas y criticar las otras es una muestra de indignación selectiva? No. La diferencia entre ambas caricaturas está en la imagen de lo correcto que cada una presupone a la hora de hacer humor. Existe humor emancipatorio y humor reaccionario y podemos distinguirlo desentrañando las convicciones morales que están implícitamente a la base de todo chiste. Eso no nos hace policías de la moral porque todo chiste y todo humor proceden de un sistema moral. Solo estamos devolviendo el chiste a donde originalmente pertenece. Y sin duda es preferible creer que la monarquía está fuera de lugar a creer que los judíos lo están.

Los chistes sobre negros, mujeres o sexualidades disidentes parten de la premisa de que estas personas, de algún modo u otro, están fuera de lugar, y que, como el payaso, el mimo o el Chavo el ocho, frustran nuestra imagen mental de lo correcto y esperado en una persona.

¿Significa esto que todos los chistes sobre seres humanos son problemáticos en términos morales? No necesariamente, porque siempre es legítimo burlarnos de nosotros mismos. Asumir que en algunos momentos o situaciones estamos fuera de lugar o frustramos las expectativas es siempre una sana autocrítica.

También es legítimo burlarnos de los poderosos: el humor contra los poderosos es un arma eficaz contra la naturalización de las jerarquías sociales. El humor contra el poderoso envía el mensaje de que él, en cuanto que ejerce su posición de poder, está fuera de lugar y echa así por la borda el mito de que los poderosos encarnan los ideales más altos de la sociedad. A diferencia del humor contra el débil, el humor contra el poderoso no ataca a la persona, sino al privilegio mostrándolo como absurdo.

Si todo humor parte de un juicio sobre algo que está fuera de lugar, el humor contra los negros, las mujeres, los pobres o las minorías sexuales supone que todos ellos están fuera de lugar, pero (y esto es lo grave) por cuestiones que definen su identidad, su propia percepción y el lugar que quieren tener en el mundo; el humor contra los poderosos supone, por el contrario, que lo que está fuera de lugar es el privilegio.

Burlarse de un feminicidio es, por ello, reprochable. Es, de hecho, un caso extremo del humor contra el débil. Pues no solo considera a la mujer como objeto de burla –y, en esa medida, como algo divertido que, como tal, encarna algo fuera de lugar–, sino que también toma a la indignación y al dolor que despierta su cruel asesinato en la sociedad como otro objeto de burla que también estaría fuera de lugar. Es todo un acto de desprecio. Porque el desprecio –como lo contrario del reconocimiento– radica en responder a la pretensión que tiene todo ser humano de que su existencia singular e irrepetible valga algo para el mundo y sus congéneres con un escupitajo en la cara (o una vergonzosa risita).

Profesor Asistente del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Doctor en filosofía de la Universidad de Bonn. Doctor en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia.