Hace unos días, el presidente Petro publicó un trino con la foto del político colombiano Gabriel Turbay. Dijo Petro que ese hombre es objeto de un desconocimiento que es una injusticia histórica. Tiene toda la razón el presidente.
Gabriel Turbay ha atravesado la historia de Colombia como un fantasma, pero además, como el malo del paseo. Lo segundo, porque es considerado el culpable de la derrota liberal en 1946, o el “oligarca enemigo de Gaitán”; lo primero, porque no se sabe gran cosa de él.
Algunos se dedican, sobre la base de que no conocen al hombre ni sus controversias, a inventarle destinos. Los novelistas son excelentes en esto. García Márquez lo puso de soltero cotizado en Hollywood; más recientemente, Santiago Gamboa en una columna bonita pero falsa le atribuye un suicidio que no ocurrió.
El problema se vuelve mayor cuando este desconocimiento y los dos prejuicios arriba citados se vuelven datos oficiales de los manuales de historia. Yo misma, que he hecho estudios de historia, tenía una idea simplista de Gabriel Turbay. Por suerte, gracias a un padre santandereano que tiene muy fresca la memoria, y gracias a la pandemia, que alteró mis planes de investigación, he podido acercarme al hombre, a sus ideas y a su época (en abril de 2021 escribí una columna donde resumo su vida).
Lo que empezó como una inquietud sobre el hombre se ha convertido en una interrogación por el sentido de los hechos y por la forma como nos han llegado. Y es que examinar los acontecimientos desde el punto de vista de Gabriel Turbay es ratificar que la historia la escriben los vencedores. Esta premisa, que todo historiador entiende racionalmente, implica que se debe mirar hacia lo no contado, a donde no apuntan los proyectores. Pero no es fácil llevarlo a la práctica, porque estamos atravesados por los pre-juicios, y estos, como su nombre lo indica, se instalan más allá de la racionalidad, son del orden de las emociones.
La vida de Gabriel Turbay fue una sucesión de luchas desde temprana edad (entre otras, tuvo que lidiar con el asma, con su ascendencia libanesa en un medio no siempre abierto, con su pobreza cuando estudiante). El trazo de su carácter que sus contemporáneos subrayan es su gran voluntad. En su trayectoria política tuvo muchos logros, pero también fue vencido. Perdió las elecciones presidenciales en 1946, perdió la vida en 1947, y se perdió definitivamente su memoria después del trauma mayor que fue el asesinato de Gaitán en 1948.
La primera gran derrota, y la más amarga, fue la pérdida de las elecciones. Fue amarga por varias razones, y una central es que la lid no fue limpia, fue vil. A Turbay lo atacaron por la vía del racismo y la violencia. Curiosamente, de esa campaña electoral ha quedado la idea de que la víctima de racismo fue principalmente Gaitán, siendo que no fue así. Estas líneas de Germán Arciniegas de 1947 rememoran lo que fueron esas elecciones:
“De pronto, y solo porque su nombre cerraba el paso a otras ambiciones, se resolvió borrarle de la nómina de los hijos de Colombia. En la campaña que se adelantó contra su nombre se acudió a las armas menos nobles, a las más ruines, para aniquilar esa juventud que tan gallardamente había llevado en sus manos la bandera de un partido limpio en los días de mayor riesgo y aventura.
Al pueblo nuestro, que es generoso, abierto, cándido, se le azuzó como si fuera una jauría rabiosa, para que mordiera al hombre que por él había combatido 25 años, sin tregua ni reposo. Se armaron las manos de guijarros, las lenguas de sucias palabras, los aires de encendidos apóstrofes, en días turbios que hay que recordar para vergüenza, no precisamente de nuestras gentes humildes, sino de quienes así de siniestramente las acaudillaban. (…) Yo escribo esto con pasión, con ira, porque sé que no hay derecho a eliminar de esta manera las vidas de quienes más largamente han servido a la República”.
El responsable de este racismo no es simplemente “la época”. Como bien lo dice Arciniegas, hubo caudillos del racismo (los gaitanistas llenaban las plazas con afiches “Turco no”,) políticos racistas (encabezados por Laureano Gómez o Guillermo León Valencia), intelectuales racistas (desde Juan Roca Lemus hasta grandes escritores como Eduardo Caballero Calderón), prensa racista (medios escritos y la reciente radio). Pero también hubo sectores que no lo fueron, que nunca usaron estas sucias armas y trataron de alertar sobre ello, sin éxito.
La segunda derrota, la inevitable muerte, truncó la carrera de quien se reponía de las heridas de la campaña y se disponía a regresar al país. He dicho que una de las razones de su derrota fue el racismo, pero no fue la única. Otro factor de peso fue la oposición de la jerarquía del partido liberal, en particular de su jefe más respetado, Alfonso López P, y de otros círculos de Bogotá. Turbay era un provinciano. Tenía el apoyo de la convención del partido, de muchos diputados y líderes en las regiones. Pero, pese a ser el candidato escogido por el partido, esos círculos de Bogotá le cerraron la puerta, como también cerraron la posibilidad de una alianza Gaitán-Turbay. Este es un episodio de la historia que no nos han contado, como tampoco nos han contado cuáles eran las ideas de Gabriel Turbay.
Este aspecto es fundamental. En vez de etiquetarlo como “oligarca”, podemos acceder a su pensamiento. Por ejemplo, con el libro que se publicó en 1946, Las ideas políticas, y que contiene sus discursos desde la proclamación de su candidatura, o examinar su obra como ministro (entre otras, el registro civil, la cédula electoral, la carrera diplomática). Gabriel Turbay era un demócrata cabal, para quien la deliberación y confrontación de ideas eran centrales. El creía que el Parlamento era el órgano central de la democracia. En ese espacio dio debates memorables para la modernización de Colombia, por ejemplo, sobre la reforma del Concordato, en años en que la iglesia católica y sus aliados conservadores querían mantener a las colombianas y los colombianos en una suerte de oscurantismo.
Ciertamente, el hombre de 1946 no era el joven que había sido leninista. El mundo había cambiado. Turbay, que por varios años representó a Colombia en el exterior, tenía clara conciencia de la guerra fría que se avecinaba, de la amenaza totalitaria estalinista, de la circulación de las ideas fascistas. Pensaba en grande, y quería darle un rol a Colombia y a países similares en la futura organización del mundo (tenía unas ideas de avanzada para formar una ONU realmente democrática, sin el veto de las cinco potencias).
Por razones obvias, la historia colombiana se ha concentrado en Gaitán, que representa otro tipo de político de izquierda. Pero el proyector enfocando a Gaitán no debe hacer olvidar a Turbay, que fue un estadista, un hombre de izquierda y también un gran organizador de partido. A los 75 años de su muerte, es justicia examinar su legado, y ponerlo a dialogar con el presente.
NOTA: En Bucaramanga se realizará un simposio conmemorativo el próximo 16 de septiembre.