La experiencia con el proyecto de ley de reforma al sistema de salud mostró que al gobierno de coalición de centro izquierda que ha querido armar el presidente Gustavo Petro le falta una pieza esencial: el respaldo político de los miembros del gabinete considerados “liberales social demócratas”. Mientras no ostenten representación política alguna su capacidad de negociación al interior se vuelve poca o nula.
El problema es que en Colombia por el desprestigio de la política “los intelectuales” consideran, desde hace ya décadas, que es un desprestigio pertenecer a un partido político y entonces éstos no cuentan con cuadros que les permita identificarse con personas que los representen en un gabinete. Cuando a un partido le piden postular nombres para un ministerio no los encuentra, tienen que sacarlos del sombrero y adoptar a algunos completamente ajenos o a quienes son amigos de algún congresista.
En el gobierno actual hay cinco o seis ministros reconocidos por tener un pensamiento político diferente al del presidente, pero todos parecen escogidos por su condición de “intelectuales independientes”, lo que hace que su presencia en el gabinete no tenga la correspondencia que debieran tener en las fuerzas que conforman el espectro político colombiano actual.
La situación es tan exótica que el ministro José Antonio Ocampo, que fue director programático del candidato Sergio Fajardo de la Coalición de la Esperanza, no representa a los congresistas que salieron elegidos por los partidos que formaron esa coalición en una lista única y a su vez cada uno de ellos se considera un “intelectual independiente” que adopta posturas individuales y repita la manida y vacía frase de que apoya “lo bueno” y se opone a “lo malo”. Visto, claro, desde su juicio moral y su postura ideológica que sorprendentemente no es necesariamente la misma de los miembros de su partido.
La situación de Ocampo es especial porque pareciera representar a esos jugadores etéreos pero poderosos que los economistas llaman “los mercados”. Todos los que se resisten a los cambios dicen que ojalá se quede porque es un mensaje para “los mercados”, pareciera ser como la garantía de que Petro no hace lo que estaría más cercano a su pensamiento y eso puede ser un propósito deseable, pero se consigue con negociación política. Es decir, con evaluación de la correlación de fuerzas y no porque el ministro sea un prestigioso profesor de la Universidad de Columbia porque ni los estudiantes, ni los profesores de esa universidad votan los proyectos de ley.
Quizás Petro cometió el error de omitir la negociación política al integrar su gabinete. Lo obvio sería que los miembros de la lista de la Coalición de la Esperanza se sintieran representados en el gabinete y, por tanto, comprometidos con unos proyectos de gobierno, previamente negociados a su interior.
Ese mismo sector político tiene una amplísima representación en otros cargos del gobierno. El embajador en Washington fue la formula vicepresidencial de Fajardo, el viceministro del interior formó parte de esa lista al senado, el director del Icetex fue muy activo en el apoyo a Fajardo, el ministro de educación participó en la consulta que lo eligió como candidato, el embajador en Brasil también era parte de los líderes de esa campaña y un largo etcétera de funcionarios que, sin embargo, una vez nombrados nadie parece reconocer como propios. Todos son “intelectuales independientes”.
Pero lo mismo ocurre con los otros partidos, llamémoslos tradicionales, que forman parte de la coalición de gobierno. Al Partido Liberal le atribuyen un par de ministros y algunos otros funcionarios han sido designados previa postulación de los congresistas del Partido. En la misma situación están los conservadores y los de la U, sin embargo, ninguno de ellos tiene la legitimidad, ni el mandato de ser sus voceros al interior del gobierno, ni tienen canales de comunicación con esos partidos para ser intermediarios de la negociación con el gobierno.
La circunstancia descrita pone a los ministros en una situación de debilidad que los hace parecer como opositores al propio gobierno al que pertenecen y seguramente provocará su salida relativamente pronto por decisión del uno o del otro, pero derivada, no de la terquedad del Presidente, sino de la ausencia de contraparte para negociar y comprometer el apoyo a los proyectos una vez son presentados por el ejecutivo.
En España el Presidente Pedro Sánchez se pasa la mitad de su tiempo negociado con Podemos, el otro partido, distinto al propio, que conforma la coalición. Incluso hay casos en los que no es posible ponerse de acuerdo, pero se sabe de qué se trata y está claro con cuántos votos cuenta cada quién y cuáles las consecuencias si la divergencia lleva al rompimiento. Acá no, si a un ministro le parece “inaceptable”, simplemente se va o lo van y todo sigue tal cual porque el ministro por “independiente” debe entenderse que es solitario. Se va solito.
No basta con suponer que esos ministros representan un sector de la opinión y especialmente de los electores que sumaron para que Petro ganara la segunda vuelta de la elección presidencial, eso Petro ya lo reconoció suficientemente con la amplia representación que les confirió en el gabinete. Ahora estamos en una fase distinta que se mide en votos en el Congreso y por tanto la pregunta que hay que hacerse ahora es qué pasa en ese escenario si un ministro “socialdemócrata” renuncia. Si la respuesta es nada, pues el ministro tiene nula capacidad de negociación y muy poca incidencia.
Quien se mete a la política tiene que asumirlo. Sea ministro o congresista tiene que aceptar que forma parte de un grupo, que tiene que negociar, que no se trata de lo que hacemos los que opinamos en un espacio como éste, que nos parece que la de la salud es ley estatutaria u ordinaria. No son académicos definiendo los criterios para distinguir entre un tipo de ley de otra. No, no son intelectuales independientes.