Hace cinco años el NO obtuvo la mayoría de los votos en el plebiscito en el que se preguntó a la ciudadanía si estaba de acuerdo con las condiciones que se habían pactado para que la guerrilla de las FARC se desmovilizara y entregara las armas. Se desperdició así la posibilidad de que ese hecho relegitimara el sistema político colombiano.
El desarme de las FARC fue durante tres décadas un propósito nacional, a pesar de lo cual, cuando se logró, medio país lo rechazó. Por cuenta de esa controversia política, las encuestas muestran hoy que la mayoría de las personas perciben que ni la guerrilla ni el gobierno lo han cumplido ni que ese hecho, nada menos que desarmar a las FARC, le haya cambiado positivamente la vida.
Esa frustración, una parte importante de la opinión, especialmente la de los jóvenes, se la achacan a los opositores al acuerdo, a los promotores del NO, que después ganaron también la elección presidencial y convirtieron la fiesta, que se esperó durante treinta años, en una trifulca sin fin y en un nuevo NO SE PUEDE, que ha generado un sentimiento de angustia que se podría resumir en el título de la novela del escritor Antonio Caballero: Sin remedio. Es como: en este país nada se puede.
Ese error, el de haber desaprovechado el desarme de las FARC para “refundar la patria”, le ha costado políticamente mucho a quienes hace cinco años celebraban haber ganado el plebiscito.
Ganaron la elección presidencial pero se quedaron con un gobierno impopular, a partir de las objeciones a la ley de la Jurisdicción Especial de Paz. La discusión no era, ni es, sobre el contenido de las objeciones, sino sobre el símbolo de querer destruir lo que entonces todavía era una ilusión.
Después vino la actitud displicente frente a la muerte de ex combatientes y líderes sociales, claramente asociadas a deficiencias en la implementación del acuerdo.
La mezquina actitud presidencial de ni siquiera mencionar el acuerdo hace inútil cualquier esfuerzo de su consejero, Emilio Archila, de convencer a los colombianos y a la comunidad internacional de que el Gobierno cumple el acuerdo.
No importan los porcentajes de avance, no suman los PDETS aprobados y en ejecución, importa el símbolo político de un gobierno que insiste en difundir el mensaje de que era mejor que no hubiera habido acuerdo. Eso transmite a los jóvenes una sensación de desazón, de no futuro, que es la que se expresa en las calles cada vez que hay oportunidad.
Las declaraciones del Ministro de Defensa de que el acuerdo dejó tres FARC, además de agresivo, injusto con los más de 10.000 ex combatientes que dejaron las armas y están cumpliendo con el acuerdo es, otra vez, desilusionante.
Los funcionarios del gobierno, encabezados por el Presidente, no se dieron cuenta que lo que más incide en la calificación de un gobierno es el estado de ánimo de los ciudadanos y que el pesimismo, el que se genera por la percepción de que el acuerdo no sólo no sirvió sino que fue negativo, se refleja en desaprobación del gobernante.
Los empresarios que se sumaron al rechazo al acuerdo con las FARC no calcularon que generar esa sensación de que en Colombia es imposible resolver algún problema también terminaba salpicando al sistema económico porque ayudaba a reforzar la percepción de que el capitalismo no es un sistema que asegure bienestar para la mayoría de las personas y que toda esa frustración se traduce en el apoyo a proyectos políticos de borrón y cuenta nueva.
El desarme de las FARC tenía que venir acompañado de reformas de contenido social y político, no tanto y no solo, por construir las condiciones para evitar un nuevo rebrote de violencia, sino porque era una gran oportunidad para rehacer la confianza en las instituciones, generar optimismo, crear ilusión todos sentimientos positivos necesarios para desatar acción colectiva.
Otra vez, un sector de la élite política y social prefirió promover emociones tristes para conseguir transitorios triunfos políticos que, cinco años después, están convertidos en la fuente de desaprobación del gobierno que eligió, en el rechazo al sector político que promovió el NO y en una casi segura derrota electoral en el 2022.
La magia del ajedrez proviene del hecho de que el jugador cuando hace una jugada sabe cómo van a ser las tres o cuatro siguientes y antes de hacerlas tiene calculadas las posibilidades de jugada del contrincante y las consecuencias de todos los escenarios posibles. Los promotores del NO se aventuraron a hacer una jugada que les daba un aparente triunfo, quizás porque pensaron que era un jaque mate.
Si la partida continuaba, como era inevitable que ocurriese, no era difícil prever que frustrar la ilusión de que la desmovilización de las FARC fuera un hecho positivo terminaría devolviéndose como está ocurriendo.
No permitir que floreciera el sentimiento de reconciliación, sino alimentar el de venganza es profundamente perjudicial para una sociedad por profunda que sea la herida que haya que sanar.
Los promotores del NO, incluido el hoy Presidente de la República que era y sigue siendo su vocero, siguen sosteniendo que se irrespetó el resultado del plebiscito. Insisten en que era mejor que no hubiera acuerdo a que se firmara el que hubo. ¿Qué creen que hubiera pasado si las FARC no se desmovilizan? ¿Cuál sería la situación hoy? No participaron en el proceso unos 1.500, que hoy están convertidos en el doble. ¿Cómo sería si no fueran 1.500, sino 15.000 como eran?
El uribismo apostó, por ganar batallas electorales de corto plazo, por impedir el acuerdo de desarme de las FARC, parecería que ganando perdió la batalla definitiva en la historia.