Los jóvenes políticos en Colombia actúan con un descaro estremecedor aprovechándose que acá todo lo tiernamente joven se asocia irresponsablemente con progresismo, cambio y prácticas políticas limpias. Hay ejemplos por todos lados. Nicolás Uribe, el caso a mostrar de la renovación uribista, defiende lo que él llama con la frescura de no entender que perseguir la en este país es un acto autoritario, excluyente y por supuesto chapado a la antigua.
Pero hay otras perlas de pubertad política, que no se pueden dejar pasar de agache. El domingo 31 de enero María Isabel Rueda en su programa “Sal y Pimienta” presentó con bombos y platillos a Catalina Tapias como la promesa de la política colombiana. La antigua edil de Chapinero -ahora candidata a la Cámara de Representantes por la capital- describió su propuesta política a los oyentes mañaneros de Caracol sin darle mucha trascendencia al hecho que -a sus escasos 25 años- ya haya dado su primer “voltearepzao” de Cambio Radical al Partido Conservador. Enseguida, la candidata no esperó para asegurar sin reparos ni humildad que su gran logro era ser la candidata más joven del país, como si en Colombia tener cédula nueva garantizara inteligencia u honestidad.
Pero el problema de los jóvenes políticos va más allá de unos casos aislados de viejos vicios e ideologías arcaicas y recae en el hecho que un político joven no es sinónimo de renovación o de propuestas inteligentes para problemas serios. Para la muestra, la en el Concejo de Bogotá, más conocida por sus escandalosas fiestas que por la seriedad de sus propuestas. O la propuesta de Tapias de crear el Instituto Colombiano de la Juventud, ¿para qué diablos serviría una entidad de esa categoría?
El modelo de ascenso de estos nuevos políticos permite que las personas pasen de un aula universitaria a presentar su nombre en una balota electoral, sin la necesaria experiencia profesional o la rigurosidad académica requerida. Esto implica que los nuevos políticos aprendan de su oficio a través de un ejercicio de prueba y error a costa de la sociedad, sin aprender de lo público antes de meterse a experimentar con la vida de todos. Es importante recordar -más aún en épocas electorales- que la ingenuidad, la intolerancia, la corrupción y las malas maneras políticas son universales y, cómo no, atemporales.