En un país como el nuestro, en el que con tanta facilidad se señalan los responsables de crímenes y actos terroristas, es toda una sorpresa que a mes y medio del atentado junto a Caracol, no sepamos aun nada concreto ni de los responsables materiales y mucho menos de los intelectuales.

Al principio, tras el atentado terrorista, pareció activarse la inercia de los pasados 8 años: el atentado había sido cometido por las farc. Pero la cauta reacción del presidente Santos le puso freno de mano a esa primera interpretación, que sonaba casi como una manipulación. Todos quedamos entonces a la espera de una seria investigación que estableciese quienes habían sido los terroristas, los mismos de siempre u otro grupo criminal. Y hasta el momento no sabemos nada de nada. Las pruebas, inicialmente recopiladas con una velocidad pasmosa, no han sido ni confirmadas ni desmentidas. Y hasta el propio fiscal general, en una declaración completamente inusual, le comentó al Espectador: “El fiscal General de la Nación (e), Guillermo Mendoza Diago, dejó ver su sospecha por la facilidad con la que se ha venido dilucidando el caso del atentado perpetrado frente a las instalaciones de Radio Caracol. Señaló que el primero de los implicados se presentó ante las autoridades y empezó a dar cuenta de su grado de responsabilidad en el hecho de una manera casi jocosa y que no es normal que ante ese tipo de ataques los entes investigadores puedan obtener información tan fácilmente… Agregó que el organismo a su cargo debe seguir trabajando en otras hipótesis, pues ninguna es descartable de momento, y que no dejan de asaltarle muchas dudas respecto a la manera como ha venido fluyendo la información”. ¿Acaso alguien estaba sembrando el camino de la investigación de pistas falsas?

Por aquellos días no fueron pocas las personas que manifestaron su sospecha de que el atentado pudiera provenir de grupos de extrema derecha, nerviosos con eventuales cambios políticos que pudieran avecinarse en el país. Y aunque es necesario esperar a que esta investigación de resultados y no resulte en agua de borrajas, si vale la pena preguntarse por un siniestro extremo de la vida nacional, que ha salido indemne en sus actuaciones a lo largo de las últimas décadas. Para bien del país, la extrema izquierda terrorista ha sido completamente neutralizada desde el punto de vista político y, salvo los orates de la guerrilla, ya nadie se atreve a representarla. Infortunadamente, la extrema derecha terrorista, que algunos reducían al narcoparamilitarismo, no ha sido desmantelada. La caverna que estas fuerzas antidemocráticas representan, no ha sufrido un embate del estado y de los sectores influyentes de la sociedad, similar a la poderosa arremetida que arrinconó a las guerrillas y acabó con sus posibilidades políticas.

La caverna de extrema derecha ha salido impune de la gran mayoría de sus actuaciones. Sus eventuales vínculos con el paramilitarismo permanecen en la sombra, aun cuando se evidencia que los jefes paramilitares eran, en muchos casos, más los encargados de los ejércitos de matones,  que los diseñadores de la estrategia general de las acciones paramilitares.  Recuerden ustedes la entrevista-libro, Mi confesión, que le hizo Mauricio Aranguren a Carlos Castaño, en la que este jefe paramilitar hablaba de la junta directiva del paramilitarismo, conformada según él, por un grupo de notables cuyos nombres, de ser cierta dicha versión, permanecen en un confortable e impune anonimato.

Si el atentado junto a Caracol lo cometió la extrema derecha terrorista, bien harían las autoridades en no temer ir hasta el fondo en sus averiguaciones. Mientras dicha caverna conserve la capacidad de ordenar acciones siniestras, estará siempre en entredicho el carácter democrático de nuestro sistema. Cualquier reforma orientada a modernizar socialmente al país, se enfrentará a una violenta respuesta de este sector. Mal haríamos en librarnos solo del terrorismo de extrema izquierda si dejamos a un actor tan dañino, la caverna de extrema derecha, agazapado y esperando.