Los problemas de la educación en Colombia no se deben a características de personalidad generalizadas de estudiantes, maestros o familias. Los análisis del sector educativo en Colombia no pueden quedarse en este nivel si quieren aportar a dilucidar qué es lo necesario para mejorar la calidad de la educación.
Por: Jorge Mahecha*
Hay personas que creen que los principales problemas de la educación en Colombia son de personalidad de los estudiantes, de los profesores, y de enfoque pedagógico. Creo que este un enfoque equivocado y limitado en perspectiva. Entender la educación como sector implica entender que, como en otros sectores, hay diversos niveles y actores, que interactúan entre sí de formas complejas. No se puede confundir la educación como sector con la pedagogía como profesión, así como no se puede confundir el sector salud con la profesión médica. Claro, se relacionan, obviamente, pero tomar una cosa por la otra lleva a generalizaciones ligeras y a imprecisiones que no ayudan a entender ni cuál es el problema que se quiere abordar ni cómo arreglarlo. La nota titulada “¿Por qué somos tan malos en matemáticas? que se publicó en el diario El Tiempo el pasado 28 de Septiembre, parece ir por esta ruta, y su aporte para entender los problemas de la educación matemática en particular en Colombia, es cuestionable aún como artículo de divulgación general.
Aparecen una serie de razones y recomendaciones para el bajo desempeño en matemáticas de los estudiantes Colombianos, consultadas con expertos de primer nivel, dice la nota. El producto de la consulta es un decálogo de generalizaciones ligeras sobre profesores, estudiantes y familias en Colombia. Los profesores resulta, tienen problemas de actitud y de vocación, y sorprendentemente al parecer, no van mucho a clase (ver punto 10). El problema de los docentes es de amor, de pasión por las matemáticas, y el de los estudiantes es que en ellos predominan el inmediatismo, el facilismo, la falta de hábitos y la falta de concentración. Las familias resultan ser también una mala influencia porque un número no especificado de padres o acudientes usan la frase “yo también era malo en matemáticas”, lo cual dice la autora, con la asesoría de cinco expertos de primer nivel “refuerzan su supuesta dificultad (de las matemáticas) y generan prevención. A esto se suma la actitud negativa hacia los buenos estudiantes de matemáticas, a quienes se los califica de nerds y son blanco de matoneo.” Como si fuera un hecho conocido y estudiado que un factor de riesgo para el matoneo es ser bueno en matemáticas.
El lado pedagógico del análisis no es mucho mejor. No dice nada que no sea cierto, pero las recomendaciones son amplias y genéricas, tan buenas para las matemáticas como para cualquier otra asignatura: que se enseñen conectándolas con la vida diaria y con otras asignaturas, que no se limiten a la memorización y a las fórmulas, que los estudiantes deben comprender lo que dice un problema para poder resolverlo. Como si el problema fuera de innovaciones pedagógicas, que son un fenómeno de carácter social más bien restringido, y no de calidad o acceso . Sorprende que editorialmente estas generalidades se consideren de valor para tratar de entender porqué el nivel de logro de los estudiantes en matemáticas en Colombia es bajo. Hay además una mención inexplicable al derogado hace cuatro años, decreto 230 de 2002, y a la promoción automática. Ya no hay promoción automática obligatoria: cada establecimiento educativo debe definir un sistema propio de evaluación y promoción como lo establece el decreto nacional sobre evaluación 1290 del 2009.
Los múltiples problemas de la nota, que empiezan por la forma en como se contextualiza el problema, que va desde el hecho de que sólo 49 estudiantes aprobaron las pruebas de matemáticas en la Universidad Nacional sede Palmira, pasando por una declaración atribuida a la Ministra de Educación y conectando con resultados de las pruebas PISA para terminar en una serie de recomendaciones realmente de poco valor para entender los problemas de la educación matemática en Colombia, son criticables en sí mismos y por lo que representan para el periodismo sobre educación en el país. Cuando se hacen atribuciones simplistas sobre los malos resultados de los estudiantes en matemáticas a aspectos superficiales como la falta de concentración y no a aspectos estructurales como que por ejemplo la jornada escolar de los colegios públicos en Colombia tiene dos o tres horas menos que los colegios de mejor rendimiento, a los bajos resultados de los egresados de carreras de educación en las pruebas Saber Pro, o a las diferencias entre educación privada y pública, se trivializa el análisis de la información en educación y se pasa del nivel sectorial al de las anécdotas y las pequeñeces. Es que los niños no ponen atención, es que no son, como dice la nota “constantes, dedicados, pacientes, críticos, analíticos y reflexivos”, es que los profesores tienen que cambiar de mentalidad. Como si fuera sencillo. Como si la forma en que los profesores se aproximan a la enseñanza de las matemáticas o de cualquiera área estuviera mediada sólo por sus estados sicológicos, y fuera independiente de factores de contexto como por ejemplo, la calidad de la formación que recibieron o las condiciones sociales de sus estudiantes. Cómo si los estudiantes tuvieran que llegar a los colegios siendo ya críticos, reflexivos, etc., en cambio de ir a los colegios a aprender a ser así, precisamente.
Respaldan la nota cinco expertos muy notables: “Margarita Ospina, magíster en matemáticas y doctora en ciencias matemáticas; Ignacio Mantilla, matemático y rector de la Universidad Nacional; Jesús Alonso Ochoa, director de la carrera de Matemáticas de la Universidad Javeriana; Crescencio Huertas, profesor de la maestría en enseñanza de las ciencias exactas y naturales de la Facultad de Ciencias de la Nacional, y José Ricardo Arteaga, director del Departamento de Matemáticas de la Universidad de los Andes“. Es casi una pequeña comisión de sabios. Queda la pregunta de en qué consistió su asesoría.
*@JorgeMahecha Mágister en Educación, CIFE, Universidad de Los Andes