Todos los que pasamos por una facultad de derecho llevamos adentro un Félix Chacaltana Saldívar. Chacaltana, personaje principal de la novela Abril Rojo – “cree en la ley, cree en el orden, cree que todos seremos felices si respetamos los procedimientos estipulados en el código procesal civil, procedimientos que sabe recitar de memoria”.

Todos los que pasamos por una facultad de derecho llevamos adentro un Félix Chacaltana Saldívar. Chacaltana, personaje principal de la novela Abril Rojo – “cree en la ley, cree en el orden, cree que todos seremos felices si respetamos los procedimientos estipulados en el código procesal civil, procedimientos que sabe recitar de memoria”.

En el fondo salimos educados creyendo que el Estado opera bajo una estructura lógica, estricta y con forma de pirámide. Si hay contradicciones, están los principios que permiten ordenar la situación, si los funcionarios no cumplen la ley, esta la justicia para enmendarlo y nosotros, los Felix Chacaltanas Saldivar, somos la espada de la ley, los justicieros, los llamados a poner al Estado en su sitio.

Pero el Estado no opera de forma lógica y, mirándolo de cerca, no es muy diferente a un tramposo. Las normas están llenas de vacíos que se completan con interpretaciones absurdas y los agentes estatales actúan de manera arbitraria amparados en algún inciso oscuro o bajo la jurisprudencia de baranda que se inventaron para la ocasión. Todo este desorden termina beneficiando a los corruptos, los avispados y a los funcionarios que con una concepción de la justicia bastante distorsionada terminan fregando a media humanidad en nombre de la legalidad.
 
Por eso me dan risa los políticos que defienden la ley y el orden. ¿Cuál Ley, cuál orden?