El Ministerio de Ambiente Vivienda y Desarrollo Territorial decidió emprender una revisión de las políticas ambientales de los últimos 15 años, producto de la Ley que creó el Sistema Nacional Ambiental SINA. En un proceso que ha tenido altos y bajos, pero que ha implicado una profunda reflexión sobre la forma en que se construyen políticas públicas desde lo ambiental, está claro que Colombia no sabe lo que quiere hacer con su biodiversidad.
Y cuando se dice Colombia, no es el Estado, ni el Gobierno: es toda la Nación. Tras dos años de debates, lo que aparece es que no tenemos un nivel mínimo de alfabetización sobre lo que significa ser un país megadiverso, ni parece preocuparnos que por esa misma razón todos los procesos económicos y el bienestar social dependan fundamentalmente de las dinámicas biológicas que sostienen el país y el bienestar de las personas (regulación hídrica, ciclado de nutrientes, depuración natural, polinización y control de plagas, prevención de desastre y, por supuesto, materia prima y comida). Por el contrario, la biodiversidad es un estorbo y es evidente que actuamos en consecuencia.
Extrañamente, la conciencia del tema está dispersa y es muy contradictoria entre ciertos ámbitos gubernamentales, algunas ONGs y organizaciones de base, pero no entre el público en general, para el cual no hay mayor diferencia entre veinte, doscientas o mil ochocientos tipos de pájaros, o ranas o plantas. Tal vez porque la biodiversidad es un fenómeno extremadamente local, y lo que reconocemos es nuestro entorno inmediato, tal vez porque el 75% de los colombianos vivimos en ciudades y nuestras ventanas apuntan a una naturaleza hecha de documentales y no de experiencias cotidianas, lo cierto es que, puestos a escoger, probablemente los votos a favor de la política minera, que promete ingresos sustanciales de caja, sepultarían las eventuales contradicciones que la preservación de la biodiversidad implica. Claro, en una balanza de ganancias financieras de corto plazo no hay lugar para considerar los flujos de beneficios difícilmente cuantificables y de largo plazo que se derivan de mantener una buena salud ecosistémica. Al fin y al cabo, si todo se daña, con los dólares podremos irnos a vivir a Miami, dirán los más cínicos. O reparar los ecosistemas, los herederos de Kuznet.
En fin, lo cierto es que Colombia requiere de un debate público de largo aliento sobre el significado de la biodiversidad y la oportunidad se presenta en este año internacional que pretende devolverle al tema su vigor y promueve un replanteamiento de las formas de gestión de la preservación, uso y restauración, basado en tres elementos: el reconocimiento de la total interdependencia entre sociedad y ecosistemas, manifiesto en el flujo permanente de bienes y servicios ecológicos, el carácter dinámico de los conjuntos socioecológicos, que implica una visión adaptativa permanente, y la importancia de los diferentes sistemas de conocimiento implícitos en el manejo de la biodiversidad, es decir, de la ciencia, de otros expertos y de las comunidades locales.
En conclusión, se busca garantizar la persistencia de la biodiversidad, pero en contextos sociales, económicos y culturales precisos, donde las dinámicas de transformación de la base genética, de especies, poblaciones y comunidades biológicas deben ser interpretadas como decisiones políticas que conllevan riesgos y oportunidades que se expresan a diferentes escalas temporales y espaciales. A ver si la gestión de la biodiversidad se convierte en un objetivo social de verdad y no en el de una minoría, ilustrada, iluminada o autodenominada.