Ante los errores del Gobierno de Petro y la crisis económica que va llegando, ante sus bravuconadas contra el Estado de derecho, ante la imprecisión y la blandura de su gabinete, y ante la inmoralidad y la ingenuidad de su política exterior y de paz, la respuesta debe ser liberal. Por ahora, se sospecha que será ultraconservadora y quizás más antiliberal que este Gobierno.

El progresismo de Petro ya da muestras de debilidad ante la opinión pública. La gente, que con esperanza o con justificada aversión a que ganara el ingeniero Hernández lo eligió, se está cansando de la inflación, de la suavidad y la complacencia del Gobierno con los grupos armados ilegales y con las dictaduras latinoamericanas, y de una administración errática, liderada por un presidente que habla mucho, que confunde y que se ha rodeado de dudosos cortesanos e ideólogos, al tiempo que ha aislado a la única voz cuerda del Gobierno, la del ministro Ocampo, el único que se ha atrevido a condenar, con decoro pero en público, las aventuras de sus compañeros y compañeras de Gobierno.

El expresidente Duque, recogiendo la antipatía de muchos por el Acuerdo de Paz y representando él mismo el privilegio y la desigualdad, convenció con su gestión y su personalidad a miles de personas centristas de que lo mejor era preferir el progresismo de Petro que la continuidad de esa derecha. Duque representó el éxito de una política económica y social que ha ensanchado la clase media, la materialización de derechos y los valores de esa clase, pero que, de cierta forma, les ha dado la espalda a las víctimas de la violencia, y que sólo oblicuamente ha atacado la pobreza extrema y la desigualdad.

Petro ha reivindicado, precisamente, a esos que han estado excluidos. En estos meses se ha dedicado a desconocer los méritos claros de la política social y económica que ha hecho crecer a Colombia desde por lo menos 1991, enemistándose con el sector privado y con una clase media de millones de personas que, poco a poco, se han reencontrado con sus valores de clase, que privilegian el orden público, la libertad económica y los gobiernos y los líderes que se dedican más a administrar un aparato burocrático y técnico sofisticado que a hacer política. Al olvidar a esa clase media, el progresismo le está dando una oportunidad a la derecha de consolidar una base de oposición a Petro.

Ante el desorden de la administración, la derecha ha sabido mantener una calma improbable: ha apoyado ciertas políticas, ha llamado a la calma y hasta ha hecho tratos sospechosos con el Gobierno, como el de la venta y el probable lavado de millones de hectáreas. Está, así, dejando que el Gobierno se meta autogoles y que termine de dañar la economía con sus decisiones y sus indecisiones. Esa derecha, como el progresismo de Petro, prospera en el caos y muy pronto va a empezar a proponer candidatos e ideas atroces, sacadas del manual de Bukele, Trump y Bolsonaro.

Mientras tanto, el liberalismo de verdad —no el de César Gaviria, que lidera un partido de manzanillos, ni el de Ernesto Samper, que está jugado con Petro— está huérfano. La persona llamada a liderar la oposición liberal aceptó un cargo en el Gobierno y los que están afuera también están desdibujados, mostrando su debilidad intelectual, su cobardía cívica o, en el mejor de los casos, su sonambulismo. Todo esto, por supuesto, al amparo de los dirigentes del sector privado y ante el silencio de las entidades de control, más dedicadas a defender sus privilegios pensionales que las instituciones.

El liberalismo tiene entonces el deber de reaccionar y debe defender una agenda basada en ciertos pilares que ha protegido a lo largo de los años: la individualidad y la libertad, la diferencia entre lo público y lo privado, el respeto por las leyes y las instituciones, la separación de poderes, las políticas macroeconómicas prudentes, la defensa de la inversión y la iniciativa privada, la excelencia técnica en el alto Gobierno y la administración, la construcción racional y progresiva de un estado de bienestar, el respeto por los derechos humanos en Colombia y afuera, y la lucha coherente y sensata contra el cambio climático, basada en las oportunidades y desafíos del país. Muchas personas están esperando la defensa de estas ideas y ven, con malestar, que han sido olvidadas por quienes decían afirmarlas.

Ante una crisis económica, social y probablemente constitucional, las opciones van a venir del Pacto Histórico (más desorden, más humos, más mediocridad), de la derecha (autoritarismo, militarismo, religiosidad) o del liberalismo. Defender esa reacción liberal, esa tercera opción, parece ser el compromiso y la fatalidad de quienes queremos seguir viviendo en el Estado liberal y democrático creado en 1991.

Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale. Ha estudiado en la Universidad de Chicago y en Oxford. Es abogado y literato de la Universidad de los Andes. Es cofundador de la Fundación para el Estado de Derecho, y ha sido miembro de la junta directiva del Teatro Libre de Bogotá y del Consejo...