Por Francesca Ramos Pismataro
Por Francesca Ramos Pismataro
Sin lugar a dudas, la presencia cada vez más activa de Rusia en la región llama la atención y preocupa a distintos círculos de poder en el hemisferio, principalmente a los Estados Unidos. Son ya varios los países de la región con los que la potencia extrarregional, en los últimos años, ha ido renovando las relaciones bilaterales, alcanzado acuerdos de distinta naturaleza.
Entre ellos, y nombrando solamente algunos, están: Chile (acuerdos de cooperación espacial y en el plano nuclear con fines pacíficos), Francia (el proyecto “Soyuz desde Kourou” en la Guyana francesa), Argentina (cooperación técnico-militar), Brasil (en su programa espacial entre varios otros), Bolivia (cooperación militar y lucha contra el narcotráfico), Uruguay, Nicaragua, Perú, Cuba y claro está Venezuela, país con el que ha firmado amplios acuerdos energéticos, comerciales, científicos, agroindustriales y en materia de defensa, entre otros, además de una nueva y significativa compra de armas.
Rusia, geopolíticamente, busca su reposicionamiento global. Su papel más dinámico en la región es prueba de ello. Con Brasil mantiene relaciones tradicionales, es su aliado regional de primera línea. Con Venezuela abre un capítulo inédito, un nuevo socio, por explorar que cuenta en la actualidad con un gobierno que ofrece múltiples posibilidades de negocios para sus empresas.
En Colombia la sui generis relación ruso-venezolana vino a llamar la atención de algunos dirigentes políticos en el año 2008. En plena crisis en las relaciones bilaterales, el senador Germán Vargas Lleras denunció la carrera armamentista de Venezuela. El mismo año, y más concretamente en el marco de los ejercicios navales conjuntos en aguas del mar caribe entre Rusia y Venezuela, que denotaban la consolidación de una relación estratégica, el ministro de defensa colombiano Juan Manuel Santos señalaba: “Quién iba a pensar hace un par de años que nosotros estaríamos (…) por lo menos cercanos a un resurgir de la guerra fría entre las grandes potencias del mundo, en donde países vecinos están directamente involucrados”.
Hoy, en plena campaña electoral en nuestro país el tema se “recalentó”. Como señalábamos, no es la primera vez que la alianza entre Rusia y Venezuela genera temor en los círculos colombianos. El candidato presidencial Germán Vargas Lleras alertó de nuevo sobre la carrera armamentista que adelanta Venezuela y le dirigió una carta al Canciller Bermúdez en los siguientes términos: “Lo mínimo, señor Canciller, ante los sucesos de esta semana en materia de la multimillonaria compra de armamento a Rusia y de las nuevas detenciones arbitrarias de colombianos, es llamar a consultas a la señora embajadora de nuestro gobierno en Caracas y retirar su presencia temporalmente. Se trata de una medida que cuando menos deja en claro que no se trata de asuntos que dejen indiferentes ni al gobierno ni al pueblo de Colombia”.
Al respecto de estas relaciones es necesario anotar que la relación ruso-venezolana no tiene por motus político primario a Colombia. Es una relación que el actual gobierno venezolano ha construido en el marco de una política internacional diversificada, ambiciosa y en la que Venezuela está llamada a ser un jugador de peso. Si bien los jugosos negocios de venta de armas han fortalecido la relación entre ambos países (Venezuela acude a Rusia como vendedor de armas por el veto estadounidense) , no se puede obviar que esta relación no es coyuntural ni ha sido improvisada. El dinamismo actual responde a unos objetivos y estrategias de consolidación y diversificación de las relaciones internacionales de Venezuela y a la construcción de nuevos polos de poder- contemplados desde el inicio del gobierno de Hugo Chávez. (Ver los planes de desarrollo económico y social de la nación 2001-2007 y 2007-2013)
Otra elemento a considerar es, que dado el deterioro que ha sufrido la relación bilateral colombo-venezolana, como consecuencia de múltiples desencuentros entre ambos gobiernos, se creen escenarios complejos de poder, – ya varios analistas se han referido a una especie de guerra fría en la región- que sirven para alimentar el discurso político confrontacional por parte de líderes políticos colombianos y venezolanos. Lo cierto es que compras significativas de armamentos y alianzas militares con potencias enturbian más la frágil estabilidad regional creando lo que las relaciones internacionales denominan como un “dilema de la seguridad”.
Si lo quisiéramos poner de forma sencilla y sucinta, se puede decir que Rusia está aprovechando unos intereses de un país por mostrar su fuerza a través de la compra de armas al segundo proveedor más calificado, pero el objetivo de Rusia es, a nuestro juicio, comercial. Le podrán poner acuerdos militares limitados y otras gabelas pero el hecho es en esencia comercial. Y no es el único. China se está moviendo de la misma forma consolidándose en Latinoamérica como un proveedor de productos militares (con Ecuador por ejemplo) y en general de productos de todo tipo y ahora entra como inversor en proyectos de transporte e infraestructura que antes eran monopolio de europeos y norteamericanos.
Nos tendremos que acostumbrar a nuevos intereses comerciales y a nuevos proveedores que están ya transformando la geografía africana y de otros continentes. Esta visión temerosa ha encontrado el propósito del líder venezolano, que en términos académicos, se llama disuasión y que produce un efecto más allá de las mismas compras.