Alguna vez Carlos Gaviria dijo que la seguridad democrática sólo había servido para que los ricos volvieran a sus fincas. Para él y sus camaradas, los campesinos no se beneficiaron de la desmovilización paramilitar o de la persecución a las guerrillas. Todo era un embeleco de los oligarcas que subían de su finca en Anapoima.

Alguna vez Carlos Gaviria dijo que la seguridad democrática sólo había servido para que los ricos volvieran a sus fincas. Para él y sus camaradas, los campesinos no se beneficiaron de la desmovilización paramilitar o de la persecución a las guerrillas. Todo era un embeleco de los oligarcas que subían de su finca en Anapoima.
Los políticos mienten y exageran, pero la frase de Gaviria va más allá. Es una muestra del cinismo y la estupidez de la izquierda colombiana. En pueblos como Tibú o Santa Rosa, que fueron azotados por décadas por la violencia guerrillera y paramilitar, todos tienen una historia de terror. Algunos cuentan como el ELN les ”expropiaba” sus reses o perseguía a cualquier funcionario que se apareciera por allá, así viniera a ponerles el agua o a vacunarlos contra la tuberculosis. Otros hablan sobre los asesinatos selectivos practicados por los paramilitares y los carros negros que desaparecían a cualquier forastero que caminara sin un conocido por las calles del pueblo. La vida en esos tiempos era un martirio, viniera de donde viniera el plomo.

En Tibú, un campesino me contó que hace cuatro años un funcionario de USAID llamó al comandante del puesto de Policia para preguntarle hasta que punto les podían garantizar la seguridad a un equipo que venía en avioneta a visitar el pueblo. “Hasta el polideportivo que está a tres cuadras de la estación” -dijo el Policía. En este infierno nadie entraba, incluida la inversión pública y privada.

Hoy -aunque suene a publireportaje- la seguridad ha logrado que los campesinos vean el futuro con esperanza. En Tibú, los grupos armados están a raya -por ahora-. Con la seguridad ha llegado la inversión y la presencia del Estado. Cientos de campesinos tienen hoy una vida que jamás habrían soñado hace ocho años. Sería entretenido que Carlos Gaviria le explicara a estos campesinos como la seguridad democrática sólo sirvió para que los ricos pudieran volver a sus casas de campo.