Entramos a la era del pacto ambiental. Durante la campaña que acaba de terminar, se promovió públicamente una breve pero concisa carta de navegación para ser firmada por todos los candidatos, con la que prácticamente nadie podía estar en desacuerdo, como frecuentemente pasa con los temas de pobreza, epidemias, desastres: todos coincidimos en que no debería haber. La pregunta, obviamente, es cómo, ya que por decreto ni modo.

Entramos a la era del pacto ambiental. Durante la campaña que acaba de terminar, se promovió públicamente una breve pero concisa carta de navegación para ser firmada por todos los candidatos, con la que prácticamente nadie podía estar en desacuerdo, como frecuentemente pasa con los temas de pobreza, epidemias, desastres: todos coincidimos en que no debería haber. La pregunta, obviamente, es cómo, ya que por decreto ni modo.

Porque la forma de matar pulgas no es en absoluto neutral: se puede matar al perro y disecarlo o conservar la foto, se le puede extraditar y verlo por Skype, o mantenerlo en estado de intoxicación permanente, un poco atontado, se le puede apalear o hervir de tanto en tanto para que se le caigan, o poner a los niños a despulgarlo a mano. Y claro, siempre está la opción de convencer a la gente que los animalitos que lo devoran no son pulgas, o no lo están devorando, o que el perro era falso, todo ello mediante ejercicios retóricos y mediáticos en los que muchos son avezados. Finalmente, se puede apelar a mostrar el perro sólo cuando el ciclo natural de las pulgas muestre una baja poblacional significativa, que es como mostrar el índice de precios al consumidor en mayo, justo cuando las cosechas de alimentos están en su apogeo.

En el sector ambiental, abundan las pulgas, hay pocos indicadores para hacerles seguimiento, y la nueva ministra tiene grandes retos por delante. Probablemente el más grande sea el de continuar con la recuperación del sector ambiental en sí, ya que en el intento por demostrar que estaba integrado con el desarrollo (una excelente idea en la teoría), dejó el pellejo.

Es decir, sea por el camino de volver a abrir los ministerios fusionados, sea por el de lograr que los sectores construyan y adopten políticas ambientales serias y comprometidas, o por una combinación de los dos, lo indispensable es que exista una política ambiental con jerarquía, capaz de afrontar los retos de la próxima década: pues es para 2020/2025 que una gran parte de la comunidad científica global predice el pico de la crisis global, derivada de la combinación del calentamiento global (que sí existe, aunque en el IPCC algunas personas hayan forzado la interpretación de algunos datos), la pérdida de biodiversidad y sobre todo, el colapso de los servicios ecosistémicos que viene tras de ella y que ya se empieza a sentir: disminución de cosechas por crisis de polinizadores y controladores naturales de plagas, aparición de nuevas enfermedades y fenómenos epidemiológicos por invasiones biológicas, desaparición de los recursos pesqueros (tema en el cual la ministra conoce de primera mano el conflicto) por sobreexplotación (a ver si logramos ser pioneros en prohibir las redes de arrastre) y contaminación por metales, saturación de fósforo y nutrientes por abonamiento excesivo y cien más, que amenazan para el 2050 dejar a la humanidad con 400 o 500 millones de habitantes a lo sumo (menos del 10% de la población actual), si es que en la pelotera por el último vaso de agua no nos erradicamos todos.

Ahora, el mecanismo financiero con el cual seguramente se espera desarrollar una política ambiental ajustada con el modelo de país minero que enfrentará la ministra será el de las compensaciones, con la promesa de contar con los recursos suficientes para ejercer la autoridad y controlar la actividad, innovar o restaurar: la aplicación poco rigurosa pero provechosa de la hipótesis de Kuznet, según la cual, primero es necesario crecer y en la prosperidad, recuperar la calidad ambiental.

Lo cierto es que el sector necesita recursos financieros para construir una posición más sólida en el Consejo de Ministros, y poder hablar sin que le pregunten. Con el sector petrolero se han aprendido importantes lecciones en lo ambiental para Colombia, y es probablemente uno de los que debemos aprender más: salvo conflictos de orden simbólico que no se resolverán fácilmente (la negativa de los U´wa a la perforación y extracción por razones de su cultura), el sector decidió hace un tiempo hacer lo mejor posible: desarrollar tecnología, planificar cuidadosamente, controlar la actividad y promover la responsabilidad ambiental. Por supuesto, hay ovejas negras, pero en general, la diferencia entre la forma actual de trabajar el petróleo y la de hace veinte años es abismal. Quién sabe con el carbón, las calizas, las arenas, el oro, el coltán… ¿Qué aprendizajes nos quedan de mil años de minería de esmeraldas?

La política ambiental viene con lecciones aprendidas, capital institucional propio de quince años, cierto prestigio internacional, pero muchas tareas sin hacer y que no dan espera. Si hay oro, también habría con qué. Pero esto es Colombia, no lo olvidemos. El país de la megabiodiversidad.

En fin, que pulgas tiene para rato la ministra…