Al entrar a una zona dominada por un poderoso guerrero, un hombre le pide a su esposa que diga que son hermanos. Teme que para quedarse con ella puedan matarlo. La mujer accede y el guerrero retiene a la supuesta hermana del hombre que gracias a este engaño se salva.

En otra región, una pareja no puede tener hijos. La mujer, que es estéril, le pide a su esposo que se acueste con la sirvienta para que le de un hijo. Surge así una extraña maternidad subrogada doméstica que concluye sorpresivamente pues con el embarazo y el parto la madre biológica se rebela. La patrona enfurece y maltrata a la futura madre que huye convirtiéndose en una peculiar desplazada por la violencia.

Estas dos historias, que podrían haber sucedido recientemente en Colombia, son antiguas. La primera es la entrada de Abrám y Sara a Egipto, donde ella es retenida por el Faraón (, 11-13). La mujer que se rebela en el segundo episodio es Agar, madre de Ismael y sierva de los mismos Abrám y Sara (, 16). Los relatos hacen parte del capítulo “Textos de Terror: violencia contra las mujeres en la Biblia Hebrea” en una  de escritos religiosos, jurídicos y literarios sobre los lejanos orígenes de la violencia contra las mujeres. Editado en el 2011 por dos profesoras de universidades públicas españolas, el objetivo del libro es demostrar que “la violencia padecida por las mujeres tiene raíces tan profundas que no resulta fácil su erradicación … Acabar con la forma de pensar de muchos hombres que se consideran en posesión del cuerpo de la mujer … requeriría comenzar por la identificación de esas raíces para tratar de aflorarlas a la conciencia colectiva para así poder anularlas”.

El autor del primer capítulo, un , es perspicaz y logra responsabilizar a Abram por las agresiones. “La vida del hombre, del marido, vale más que la honra de la mujer. Abram dispone de Sara como si fuera su propiedad. Debido al engaño, el faraón la toma por mujer. Se produce un abuso sexual del que es responsable Abram”. En el segundo episodio Abram, que simplemente accede a la petición de su esposa y después deja en manos de ella la forma de lidiar con Agar, también es culpable: “la reacción de Sara fue maltratarla y el maltrato fue legitimado por el patriarca”.

Después de la pesca de atropellos contra el género femenino en la Biblia y el Talmud se aclara que ni Platón ni Aristóteles “entienden correctamente la situación y estatus de las mujeres”. Se habla del manus, la patria potestas y “las malas costumbres de la mujer” en las fuentes romanas. Se menciona la prohibición de que la mujer sea mayor que el marido en el derecho visigodo. Se recuerda que el Cid Campeador “se desenvuelve en un ambiente netamente falocéntrico” y que tanto su esposa doña Jimena como sus hijas  Elvira y Sol “encarnan el ideal patriarcal de las mujeres como buenas damas y doncellas”. También se hace un detenido análisis de acoso sufrido por María San Juan en Guernica en 1489 “para forzar una relación sexual no consentida”. 

Esta elaborada arqueología de los abusos ni siquiera menciona en un pie de página las raíces de la violencia en China, Japón, India, Mongolia, Turquía, los países árabes, la América precolombina o, por decir algo, los actuales Yanomano. El lector queda con la idea que la causa de los maltratos es la tradición patriarcal y represiva judeo cristiana. Un supuesto que no concuerda con el hecho que esta influencia ha sido escasa o nula en los que se consideran actualmente los  en cuando a la situación de las mujeres.  

Tampoco se hace un esfuerzo para explicar por qué, desde hace siglos, no todos los hombres educados en la tradición judeo cristiana abusan o golpean a las mujeres. Un ejercicio similar -buscar ejemplos de cualquier cosa en la tradición occidental- serviría para encontrar las raíces profundas de innumerables conductas: homicidio, secuestro, violaciones, alcoholismo, depresión, glotonería, avaricia, envidia, lujuria.

No sorprende que se eviten las comparaciones interculturales, puesto que manifestaciones similares de violencia de género se han dado en todas las sociedades, lo que por definición desvirtúa la “teoría” de las raíces culturales. Y llevaría a la necesidad de excavar bien profundo, más allá del homo sapiens, para empezar a tomar en serio el conocimiento acumulado de biólogos, etólogos y sobre todo primatólogos sobre las raíces instintivas de comportamientos violentos por cuestiones similares: lucha por las hembras y búsqueda de exclusividad con la madre de la prole. Por alguna misteriosa y tal vez divina razón se sigue pensando que de las especies sin alma, sin lenguaje, sin cultura y sin religión nada se puede aprender en materia de agresión, dominación, o competencia entre machos o hembras.

Lo que más inquieta de este tipo de ejercicios dramático-retrospectivos sobre el patriarcado es bien simple, ¿en qué ayudan a solucionar o prevenir la violencia contemporánea contra las mujeres? Fuera de horrorizarse o avergonzarse con la historia, ¿qué puede hacer cualquier persona o institución con ese conocimiento tan profundo? ¿Cómo podría una comisaría de familia, la fiscalía, la Policía Nacional, el ICBF, un centro de salud, los vecinos o los parientes de una mujer agredida capitalizar esa sabiduría? Quedan muchos interrogantes para profundizar esta retrospección a lo largo de la Semana Santa. Uno de ellos es por qué, a pesar de estas revelaciones y con un feminismo tan activo y bien financiado, multitud de españolas siguen asistiendo a las  en las se celebra la tradición que las oprime. ¿Será otra maniobra del Procurador?