La prensa no ha suspendido un solo día el goteo sobre el caso de la muerte de Luis Andrés Colmenares, estudiante de la Universidad de los Andes, y su enrevesado periplo investigativo y ahora judicial, que tiene a dos estudiantes de esa misma universidad detenidas y a varios otros siendo interrogados. Lo más ilustrativo que he encontrado en la prensa sobre el llamado “Caso Colmenares” lo encontré en el periódico El Tiempo el domingo 6 de noviembre de 2011. Pero en la página 16 de esa edición dominical nada se refería de manera explícita al suceso. Lo que había allí era la crónica social dedicada a un solo evento acompañado del habitual despliegue de pauta publicitaria.
Las “sociales” de ese día se titulaban Los Andes y su rector, y se subtitulaban así: “En una ceremonia presidida por el Consejo Superior, y celebrada en la Plazoleta Lleras, de la Universidad de Los Andes, Pablo Navas Sanz de Santamaría se posesionó como nuevo rector de esa institución.” Un globito, como los de los diálogos de las comiquitas, informaba que asistieron “ministros, embajadores y rectores de colegios y universidades”, y también, a manera de casillas de tira cómica, se repartían 12 fotos de sociales en el 75% de la página.
El espacio restante lo ocupaba el anuncio de lo que parece ser un programa de televisión del Canal Citytv, propiedad de la misma casa editorial El Tiempo, es decir, una autopauta. Se trata de la serie Niños ricos, pobres padres o Niños pobres, padres ricos, el título se presta para ser leído de ambas maneras (¿era esa la intención?). Se anunciaba una emisión “especial mañana” del programa, su horario estelar de lunes a viernes y esta información iba enmarcada por las fotos de dos jóvenes, los protagonistas de la serie.
Por estos días otros protagonistas aparecieron en la galería fotográfica del portal de Internet de El Tiempo: “Los rostros del caso Colmenares”, y el pie de foto rezaba: “Estos son los principales protagonistas por el caso del homicidio del estudiante de los Andes”, y destacaba caras y caracterizaciones de diez de los actores del conflicto.
Tal vez por eso la página dominguera de noviembre resulta tan paradójica: sin hacer ninguna relación explícita el diseñador del periódico, el editor o la persona que decidió poner esa pieza publicitaria, generó una correspondencia extraña entre la noticia social y el producto a publicitar. La práctica de asociar contenido noticioso y publicidad es así de eficaz en términos de comunicación; no por nada las páginas de las secciones de “viajes” reseñan destinos salpicados de anuncios de aerolíneas y planes turísticos, o la sección de automotores al informar sobre mecánica y pico y placa reparte a diestra y siniestra pauta de carros.
Esta estrategia de producir asociaciones por contigüidad no solo se limita a la dupla periodismo-publicidad, al mero infomercial, también se extiende a periodismo-periodismo. Por poner un ejemplo, es común ver una noticia sobre la investigación a un político al que se quiere infamar, a un incómodo defensor de los derechos humanos o a un justo juez, y al lado la imagen de una masacre o el destacado de una cifra que da el saldo escandaloso de una corruptela millonaria. Después de todo el diseño gráfico impreso o virtual usa caprichosos bloquecitos de palabras y un mosquero de resaltados y viñetas que cumplen con alterar el ritmo de la lectura y dificultar la inmersión en el texto; se privilegia el acto de mirar sobre la acción de leer, se propicia una lectura vertiginosa y transversal que le garantiza al anunciante que su pauta o mensaje llegará.
En el caso de las sociales dominicales de ese día es difícil atribuirle una intención publicitaria o ideológica al montaje que se publicó, tal vez solo se trata de un acto de poesía involuntaria. A la luz del lema de la novela, “Un mundo de excesos sin límites”, y ante los hechos trágicos del “Caso Colmenares”, queda por esperar si habrá justicia o si debemos resignarnos a una forma de “justicia poética”, como la de este collage fortuito donde Luis Colmenares, un guajiro que destacó por sus estudios en una universidad de élite de la capital, desaparece bajo la ficción y no aparece en las “sociales”.
Nota: con preocupación veo que La Silla Vacía está “buscando amigos que aporten a su independencia”, es decir, busca entre sus lectores los fondos que las empresas públicas y privadas no se han atrevido a darle (aunque sí “invierten” en otros medios). Hace un tiempo escribí una entrada sobre esto, Periodismo y pauta publicitaria, quizá sea bueno visitarla ahora, entonces concluía así: “Tal vez La Silla Vacía es libre porque no hace dinero y no hace dinero para ser libre”. Libre de las empresas, del lobby noticioso, de la coacción, de la autocensura, y esta libertad se extiende a sus lectores. Hay que donarle a esa libertad.