En un curso general sobre arte y cine de la Universidad de los Andes se proyectó La Toma (2011), el documental de Miguel Salazar y Angus Gibson. Los estudiantes de ese curso de pregrado, nacidos casi quince años después de la tragedia del Palacio de Justicia, reflexionan sobre lo que vieron en la película. Esta es una selección editada de los textos que escribieron:
En un curso general sobre arte y cine de la Universidad de los Andes se proyectó La Toma (2011), el documental de Miguel Salazar y Angus Gibson y se puede ver en: https://www.ictj.org/es/multimedia/video/la-toma.
Los estudiantes de ese curso de pregrado, nacidos casi quince años después de la tragedia del Palacio de Justicia, reflexionan sobre lo que vieron en la película. Esta es una selección editada de los textos que escribieron:

Documentales para muertos de archivo
Muerte es un sustantivo muy apático. Asistir a un funeral es más incómodo que doloroso. Ver el dolor de segunda mano es políticamente correcto y el protocolo asociado es ya un dogma. Creo que el documental es algo semejante. El documental es un género parsimonioso y crudo, como los rituales de la muerte. Es más metódico que emocionante; y creo que es culpa de los periodistas.
Es infortunado ver un documental sobre un suceso de investigación jurídica, porque todas las decisiones de las partes son siempre ficciones mejor o peor contadas. Si se me permite la frivolidad, diré que la necesidad de politizar la mirada del observador es indecorosa. Es indecorosa, angustiosa y le implica una responsabilidad enorme a los realizadores de este tipo de filmes. La reacción del público se fabrica con cuidado, para desencadenar una serie de sensaciones necesarias; es como ir al funeral de algún conocido —pero no amado— personaje. La atmósfera sórdida del recinto guía eficiente y discreta a los invitados, y les cuenta dónde sentarse, a quién saludar y qué decirle a los dolientes.
Si el resultado del proceso fílmico es acusar, juzgar o condenar, pues qué pérdida de tiempo. Para acusar, juzgar y condenar nacieron los abogados y los jueces, no los cineastas. Más importante que un alegato a la justicia ciega y otras metáforas aburridas, está un mecanismo del cine. La imagen en movimiento es empática, como una maldición que se propaga por los fotones cargados de angustia y delicia. Que de la injusticia se encarguen las autoridades competentes, yo lloro por las elegías que nadie les hizo a los fetos de carbón que sacaron del palacio; y que solo el cine podría traer a la vida.
—Juan Sebastián Rangel

Si la historia cambiara 5 grados
Son imágenes muy impactantes las que lo mantienen a uno en silencio, atónito, y a la expectativa, logrando suprimir el aburrimiento por la repetición de documental tras documental, y permitiendo que uno disfrute de ésta película de acción que fue filmada con la sangre de mis compatriotas sobre la historia de mi país, que en sumo, al reconocer los fusiles G3 que utilizaba el ejército, el camuflado tipo habano de los bachilleres y el tipo tigrillo de la tropa, sin contar los tiros, los escombros y los escuadrones de cascavel EE-09, hacen que capte toda mi atención.
La toma del palacio de justicia me hace recordar mis días en el ejército, donde todo el tiempo se escuchaban historias y ésta era una de las más famosas: —¡Qué burla tan grande que una guerrilla se haya tomado el máximo símbolo de justicia del país!—, —¡Qué deshonra para las fuerzas militares!—, entre otros. Pero lo que más sorprende, es lo que sucedió con el Coronel Plazas Vega, de quien comentaban: —¡Pobre huevón!—, un comandante de la caballería mecanizada de ese entonces, un hombre que pudo haber sido cualquiera de nosotros. No quiero defenderlo ni a él ni a la guerrilla, pienso que ambos bandos pudieron haber hecho las cosas muchísimo mejor, pero realmente por muy coronel que fuese, tenía órdenes, y si las cosas hubiesen salido tan bien como él pensó (sin desaparecer a nadie) hubiese sido el más grande héroe, 5 grados a la derecha o a la izquierda, que hubieran cambiado la historia por completo, y más para este “pobre huevón”. Por otro lado, ¿qué pasa con el resto?, no hay que ser superdotado para saber que el coronel no se puso a disparar y torturar a la vez, ni que el mismo llevó los cadáveres hasta el palacio nuevamente para confundirlos con los restos de los otros, o que enterró a todos los demás. Pero como al más bobo se la montan, a nadie más se le cobra el daño, y con 5 grados de desviación, 5 grados de justicia, se hubiera podido resolver para que todos pagasen por lo que hicieron, y no mandar tan sólo un chivo expiatorio. 5 grados que, para bien o para mal, hacen mucha falta.
—William Pimiento Pérez

Lo que fui
6 de Noviembre de 1985
Es una hermosa mañana de noviembre. Hoy he decidido llegar más temprano de lo habitual para poder encargarme de mi hijo en la tarde. Atiendo algunos tramites de papeleo, contacto a ciertas personas y en un abrir y cerrar de ojos veo que mi reloj de pulso ya marca las 11:37. No termino de comprender como la mañana se ha pasado tan rápido cuando la sala se inunda de pánico, gritos y estruendos. Segundos después, mi brazo es fuertemente agarrado por un hombre uniformado, quien a gritos logra hacerme entender que debo seguirlo. Siento mi corazón palpitando vigorosamente, como nunca, y el aire empieza a faltarme. En medio del humo veo que aquel hombre es un militar y me tranquilizo al saber que me protegerá y que en la tarde, cuando termine cualesquiera cosa que está sucediendo pueda estar con mi tesoro.
Pasados algunos minutos me encuentro en un camión con otras diez personas que al igual que yo habían sido rescatadas por los héroes de nuestro país. En cuestión de minutos nos hemos alejado de la colosal y desconocida catástrofe. El camino guía a una zona desierta y los nervios invaden mi cuerpo nuevamente.
Se acercan a mi tres de los veinte militares que están en el camión. Dos me atan las manos mientras que otro saca un par de tijeras de su bolsillo. Grito en medio de la desesperación y él se acerca a mi, tensa mi cabello en sus manos y lo corta. Luego los otros me desnudan y como cerdos se hunden en mi para calmar su deseo animal.
Lloro confundida, desconsolada y enfurecida, pues en solo unos segundos me quitaron todo lo que era.
29 de Octubre de 2015
Han pasado casi tres décadas y en mi mente brota interminablemente aquel día en el que me despojaron de mi misma. Y si, sé que suena redúndate, pero hoy no soy más que un cuerpo vano que marcha vagabundamente en búsqueda de algo que devuelta el propósito a mi vida.
Lo único que siento hoy es ira: cólera de ser víctima del desacuerdo entre un régimen insensato y humanos desdichados que buscan poder mediante el sufrimiento de los demás, furia hacia aquellos animales que abusaron de mi e ira hacia los que hoy en día piensan que la toma fue única obra y desgracia del M-19. Ellos me causan pesar y solo espero que algún día se den cuenta de que nuestro “admirable” gobierno también fue cómplice de esta extravagante obra de teatro.
—Andrea Foliaco

A través de Irma
Estoy decidida. Debo hacerlo. Es una tarea riesgosa pero debo hacerlo. Contacto a aquellos hombres de grandes armas. Me evalúan y, ¡lo logro!, estoy dentro, pertenezco al M-19. Las labores son arduas. Debo invadir, secuestrar, torturar y hasta matar. Es engorroso pero defiendo mis ideales. Veo compañeros caer, pero debo seguir.
Es una buena época. Hay cese bilateral al fuego. Las cosas mejoran, me siento más tranquila. No dura mucho, solo 5 meses. Fuimos traicionados. Planeamos la venganza, atacaremos donde más duele.
Pasa el tiempo, ha llegado el día. Tomaremos el Palacio de Justicia. La entrada fue más fácil de lo planeado. Tomamos rehenes, asesinamos civiles. Empieza la ofensiva. Veo compañeros caídos, mucha sangre. Corremos, disparamos, nos escondemos. Me encuentran. Salgo del Palacio con vida. Voy a una casa cercana, es la Casa del Florero. Muchos rostros conocidos. Trabajadores del Palacio. Me mira, me gritan, me juzgan.
Me montan en un camión con otras 10 personas. No son compañeros, no son de mi bando. Llegamos a un sitio lejano. Parece ser una base militar. Nos interrogan, nos torturan. Es un inmenso dolor el que siento. ¿Por qué los acusan a ellos? ¡Son Inocentes! Intento avisar. Son despiadados y los asesinan. No podía estar excluida del grupo. Me muero. Lo merezco, supongo, pero ¿y ellos? Yo pagué por mis hechos, solo espero que ellos paguen por lo que acaban de hacer.
—Sebastián Ríos

…y nunca los devolverán ni volveremos.
Por cosas de la vida que en ese momento no entendía, tuve que dejar el país creciendo lejos de realidad colombiana y con un mentalidad completamente distinta. A los 15 años volví a terminar el colegio y posteriormente empecé la Universidad. En un principio, escogí permanecer en Bogotá debido a que en teoría el derecho solo se puede estudiar donde uno quiere ejercer. Pero inconscientemente escogí este camino para continuar la búsqueda constante de saber de dónde vengo, de conocer la historia de mi país y de entender la manera de pensar de los colombianos. A veces me siento como un outsider otras veces puedo blend in en la sociedad, sin embargo, siempre me encuentro en la incertidumbre y el desconocimiento de un historia sangrienta y ajena a mí.
Claro, por mis estudios en derecho, entiendo lo que fue la toma del Palacio de Justicia, las pruebas, los juicios e incluso las sentencias. Puedo recitar de memoria el artículo 165 del Código Penal “Desaparición Forzada” y hacer una análisis de la responsabilidad del Estado en el caso concreto. Lo entendí y lo aprendí. Sin embargo, este documental me mostró otra perspectiva, una que sabía que existía pero tal vez no quería aceptar. La verdad es que duele recordar y es difícil reconocer la tristeza, de hecho solo 3 de 10 colombianos lo hace. Y ahí es cuando me pregunto, ¿cómo podemos pensar en la paz de Colombia y en la reconstrucción de tejido social si carecemos de lo más básico, la empatía por el sufrimiento del otro? No hay respuesta, solo esperanza de que los colombianos vean este documental como un tipo de memoria, como una forma de transcender y asegurar la justicia, verdad y reparación. Aun así, considero que nuestras neuronas de espejo están dañadas y la violencia es una molécula más en nuestro exacerbado DNA. Algo tan natural como esa escena del documental donde un señor alimenta las palomas mientras los rehenes salen heridos o muertos del Palacio de Justicia luego de la toma de la guerrilla y la retoma del ejército. En efecto, desaparecemos de nuestra historia y así es difícil pretender que tenemos algún efecto sobre ella.
—Laura Lozano

¿Se condenó a un inocente?
Después de casi dos años de juicio en contra del Coronel Plazas Vega, la juez María Stella Jara lo condenó a treinta años de cárcel por la desaparición forzosa de los empleados de la cafetería y una guerrillera en medio de la retoma del Palacio de Justicia. Mientras los familiares de las víctimas y diversos representantes de los Derechos Humanos celebraron el anuncio, representantes de los militares y el expresidente Uribe se lamentaban por tal injusticia. Durante la proyección del film La Toma de Miguel Salazar constantemente me pregunte ¿quiénes son los verdaderos culpables? ¿la guerrilla o los militares?. Inicialmente juzgue a los militares en cabeza del Coronel Plazas Vega por la desaparición de civiles inocentes. No obstante, al escuchar la definición y la relación desde la infancia que había tenido Plazas con las guerrillas, al crecer en un entorno del ejército estatal y guerrilleros contra los que había que luchar, comencé a entender que ni los militares ni la guerrilla son los máximos culpables de la violencia que se vivió aquel 7 de noviembre de 1985, ni durante los últimos sesenta años.
Las guerrillas del Llano, a las que se refiere Plazas, se originaron como un movimiento restaurador del régimen liberal en la década de los cincuenta. Autores como Orlando Villanueva Martínez y Alfredo Molano afirman que estas guerrillas se consolidaron con el apoyo de la Dirección del Partido Liberal, el cual luego de incitarlos a tomarse del poder, los abandonó y se alió con el entonces gobierno conservador. Lo anterior es solo un ejemplo de cómo las elites políticas a lo largo de la historia han usado al pueblo para librar sus batallas, y de cómo los colombianos hemos heredado odios en contra de uno u otro bando. Plazas en su discurso es enfático al afirmar que desde niño aprendió que es necesario eliminar a los supuestos desadaptados, su padre luchó en contra de las guerrillas del Llano, desmovilizadas en 1953. Él debía luchar en contra de las guerrillas vigentes, en este caso el M-19. En efecto eso fue lo que hizo Plazas en la retoma al Palacio de Justicia. A pesar de que no pretendo justificar la acción violenta de los guerrilleros ni los militares, quiero resaltar que los principales culpables nunca han sido juzgados. Las elites políticas son quienes han incitado al pueblo a combatir entre sí y se han enriquecido ilícitamente, pero no se ven implicados directamente en la toma ni en la retoma, en los asesinatos y torturas.
—Lizeth Melissa

Memorias del palacio
Los domingos voy a la casa de mis abuelos paternos a almorzar con ellos. Este par, de abolengo, pensamiento de alcurnia, y muy de derecha me han contado con ira (¿o dolor?) del General Arias Cabrales quien, otrora, sería laureado por su acción ejemplar en la retoma del Palacio de Justicia. ?El General, amigo de mi abuelo, abuela y padre, fue enviado 30 años a la cárcel veintitantos años después de su acción militar en el centro de Bogotá.
Estos viejos rolos, que arrastran las eses y cada diez o doce palabras dicen ‘ala’ se sobresaltan cuando una moto los rebasa en carretera, o cada vez que reciben el chisme de una posible bomba en su amadísimo Unicentro.
Mi hermana y yo los oímos con paciencia, pero bloqueamos como ridículo y excesivo el pensamiento dominante de que una moto haga más que rayar el carro, o que los perros y sensores fallen en detectar cualquier peligro.
Ellos cuentan las historias del primo de Tal o la novia de Cual a quien, por no dar paso en la calle, le metieron un tiro, o le perdieron al hijo. Nosotros comemos callados porque nunca hemos estado cercanos a un dolor de ese tipo, nuestras noticias no se han cruzado con esas que cuentan mis abuelos en la tarde y confiamos en que algo así nunca nos pase. Nuestra aparente indolencia está justificada. Nosotros no somos víctimas del miedo.
—Esteban Dalel

La Sangre de la Justicia
En este texto voy a ser todo lo posible por ser instigador, polémico y detractor de todas aquellas críticas lanzadas en contra de las actuaciones del Cr. Alfonso Plazas Vega el día 6 de Noviembre de 1985. Hay que mencionar el caso del documental: la guerrilla del M-19 entra a la sede principal de la Justicia colombiana con el propósito de obtener un juicio abierto en pro de su proceso de paz, algo que venía reclamando hace un tiempo atrás, sin embargo, se afirman que existían fines oscuros, un mandato a ejecutar por el mayor narcotraficante del mundo, Pablo Escobar, para destruir todo lo relacionado —tanto expedientes como magistrados— con la extradición de los capos colombianos a Estados Unidos.
Como segunda medida hay que analizar las partes del conflicto: una guerrilla versus el Estado colombiano representado en este caso por las fuerzas armadas de Colombia y quiero calificarlos desde una perspectiva muy derechista cumpliendo con mis ideales. Las guerrillas son organizaciones criminales, dedicadas a toda clase de crímenes, entre ellos torturas, asesinatos, violaciones, secuestros, hechos que violan nuestra constitución y lo que ahí se define como Dignidad Humana. Y por otro lado el Estado Colombiano, con fallas y errores, pero que a pesar de todo tiene un contrato social en el que recae la soberanía que tiene sobre el pueblo, y que cuando se afecta la Justicia del Estado se afectan los intereses del pueblo y, desde mi perspectiva, esto constituye una violación para todos los habitantes del país.
Llegado a este punto, no me posible entender cual es la posición de aquellos que critican actuaciones como la gran respuesta del ejercito ante la más grave violación a la justicia colombiana hasta ese entonces, la desaparición de 11 personas del Palacio a las cuales posiblemente nadie vio, y la actitud de la población colombiana en general de apoyar al M-19 por entrar al palacio a hacer cumplir derechos. Tal vez no se dan cuenta que bajo esa lógica caen en las trampas políticas del M-19 de validar su acción y hacer quedar mal al ejercito colombiano, con el único fin de poder seguir ejecutando actos de este tipo y poder justificarlos.
En conclusión, defiendo mi Estado y defiendo lo necesario para conservarlo.
Nota: Se condenó a Plazas Vega, y el M-19 tiene congresistas y alcaldes, ¿es esto justo?
— David Jose Durango

Memorias que nunca existirán
Debo confesar que, luego de ver La Toma, encuentro en mi una multitud de sentimientos, pero a diferencia de lo que hubiera pensado antes de ver el documental resalta uno: respeto. Alejandra Rodríguez, hija de Carlos Augusto Rodríguez, uno de los tantos desaparecidos, está ahí, sonriendo, no ha derramado una lagrima en ninguna pregunta, parece tranquila. En el minuto 60, ella afirma “Y pues, este saco es realmente importante para mi porque está en la única foto que tenemos mi mamá, mi papá y yo. Saber que estuve en sus manos con ese saco es algo muy bonito”. Su relato es conmovedor, impactante ¿cómo no está llorando? ¿porque no se le quiebra la voz? ¿cómo puede estar tan tranquila? esa foto y ese saco son unas de las pocas cosas que le quedan de su padre. Cuantas experiencias le arrebataron, ella no pudo despedirse, no pudo siquiera saludar, y todo ello pasó sin una razón aparente ¿se imagina usted estar en esa posición? Tengo la seguridad de que nadie puede, sólo podemos saber que ella ha pasado por mucho dolor, pero en ningún estamos lejos de poder dimensionarlo.
¿Habrá Alejandra sentido algo más fuerte? difícil ¿no? pero la respuesta quizás es afirmativa: la impotencia generada por saber que, luego de ya más 30 años, aún no se conoce toda la verdad. Se vislumbran siluetas de lo ocurrido en un pasado oscuro, hay pruebas otorgadas por la fiscalía que indican que, al parecer, los militares desaparecieron a su padre, pero no se conoce exactamente que fue lo que sucedió. Y lo peor de todo es que posiblemente nunca se sabrá. Sí, Plazas Vega está en la cárcel, los “culpables” después de más un cuarto de siglo y de dilatar el proceso una y otra vez por fin están pagado y el Estado por fin pide perdón, pero eso no reparará el daño, tampoco devolverá a los desaparecidos. Los recuerdos de los uniformados parecen desaparecer de su memoria. Hasta que no se encuentren todos los cuerpos y no se diga absolutamente toda la verdad de lo sucedido esta incógnita no se resolverá. Sin embargo, en cualquier caso y frente a cualquier fallo, nada devolverá el tiempo y nada permitirá que Alejandra disfrute al menos un momento con su padre: esas memorias nunca existirán.
— Tomás Ceballos


A unas calles de aquí
En el décimo piso del Edificio Julio Mario Santo Domingo, en la Universidad de los Andes, frente a las Torres de Fenicia, me encuentro en una lucha interna por no quebrarme en llanto frente a las demás personas de la biblioteca de la Facultad de Administración, especialmente los dos que están en frente de mi escuchando plácidamente música.
La cosa va así. Suspiro, lagrimal expuesto, garganta entumecida y aguantar la respiración durante unos segundos para que esa gota no se deslice por mi mejilla y de paso a una lluvia torrencial de llanto. Al principio la historia de La Toma parece otra de las tantas historias de violencia en Colombia, pero poco a poco me voy adentrando más en el cuento. “Esa no es mi Colombia” fue lo que pensé, pero me di cuenta de que eran los años 80, no los 90, que también llevan otros tipos de violencia.
En algún momento del documental sentí que estaba viendo una historia de Sur África, de Afganistán o de la franja de Gaza. No sentía que era mi Colombia, cuando alzo la mirada veo en frente mío un paisaje de ciudad idéntico al de la pantalla que observaba en el salón en que pasaron la película, y no pude más, mis pelos parecían de gato erizado, mis ojos como si me hubiese metido un porro de marihuana y mi cara como si hubiese tomado un vaso entero de zumo de limón, las lágrimas caen sutilmente y decido ignorar a las personas a mi alrededor, ahora sé en donde estoy, en donde calló la sangre y sonaron las balas, en donde fue la injusticia y la depravación. Fue aquí, a unas calles, a unas cuadras, no fue Gandhi al que mataron, no fue a Lincoln, no fue a Kennedy. Fue a mi gente, personas como yo, que vivían como yo, y tenían familia como yo. Pude haber sido yo.
La sangre se desvanece, la historia queda. Ahora tengo una Bogotá impregnada de recuerdos, entre ellos unos nuevos de frustración y tristeza. La melancolía y injusticia se entrelazan para formar un caldo de ira puro. Por mi parte digo que la justicia más allá de una cárcel o una condena de muerte, está en el corazón. En saber perdonar, de lo contrario este tipo de apartheid seguiría, todos los negros odiarían a todos los blancos, ni que hablar de los judíos y los austriacos, o los pocos Guámbianos con la Colombia actual. El perdón es la fuente de la justicia, no los barrotes.
—David Vargas

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Miodesopsias
Según Wikipedia las “Miodesopsias son un defecto ocular que se manifiesta en la visión como un conjunto de manchas, puntos o filamentos (a veces en forma de telaraña) suspendidos en el campo visual, que no se corresponden con objetos externos reales”. Según esta definición entendemos que dentro de nuestro espectro visual se pueden llegar a ver objetos que no necesariamente tienen una correspondencia con la realidad. Estos objetos parecen estar allí ya que son visibles y tienen, aparentemente, un movimiento independiente. Lastimosamente, estos objetos no son más que un defecto ocular. Tal vez, la toma del Palacio de Justicia fue un defecto ocular, tal vez lo que vimos no estaba allí a pesar de parecer que si lo estaba. Como muchas cosas en este país, y en tantos otros países, al pasar el tiempo todo termina por estar cubierto bajo una pequeña mancha de oscuridad. Las miodesopsias también pueden ser producto de mirar fijamente al sol. Seguramente los medios de comunicación miraron por mucho tiempo hacia el sol de los hechos, cuando estos estaban sucediendo, y esta imagen quedo impresa en sus corneas, haciendo imposible que luego pudieran ver con claridad. ¿Cuánto tiempo más habrá que descansar los ojos para ver nuevamente con claridad? ¿Cuánto tiempo habrá que descansar los ojos para dejar de ver estos objetos que están allí, pero que realmente no lo están? El daño ya está hecho, las manchas seguirán allí y será imposible ver de nuevo con claridad lo que realmente sucedió, sucede y lo que está por venir. Habrá que ver muy de cerca el futuro de este país y detectar su próximas miodesopsias.
En Colombia hay 45 millones de personas viendo objetos que no están ahí. Las manchas de oscuridad siguen ahí, no tenemos más opción que esperar, esperar a que se vayan solas gradualmente con el tiempo, con el silencio y, por supuesto, con más oscuridad.
—Christian Bejarano

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Dos conversaciones con Miguel Salazar sobre La Toma: