
“Queremos darle un toque cultural y de arte al Transmilenio, y una nueva alternativa en esta materia para toda Bogotá” dijo el Alcalde Mayor Samuel Moreno el día que inauguró la exposición de afiches con obras de arte en el corredor subterráneo de la Estación Ricaurte del sistema de transporte Transmilenio.

“Queremos darle un toque cultural y de arte al Transmilenio, y una nueva alternativa en esta materia para toda Bogotá” dijo el Alcalde Mayor Samuel Moreno el día que inauguró la exposición de afiches con obras de arte en el corredor subterráneo de la Estación Ricaurte del sistema de transporte Transmilenio.
“A mi me parece muy bonito, además así uno se detiene un momento y deja el afán que tiene todos los días en una ciudad como esta. Es como un respiro”, asegura Mariela Castro, una madre cabeza de familia que, según el comunicado de prensa de la Alcaldía, para ver las estampitas “hizo una pausa en su raudo caminar”. La señora Castro debe estar muy agradecida con el gobierno de la ciudad, ninguna de sus necesidades ha sido atendida, quizá por básicas, y aquí le ofrecen lo que no ha pedido, lo que no ha tenido tiempo (ni espacio, ni sosiego) para pedir: arte, eso es lo que hay. Quizá para el alcalde un “toque cultural y de arte” es importante, pero debería pararse a oír para dar lo que se le pide en vez de hacerse el generoso y botaratas. Primero lo primero, y no que a la señora Mariela le toque transarse con el respiro de “Transarte” en medio de su asfixiante y agobiada rutina mientras el alcalde se da aires de grandeza y de gestor cultural cosmopolita: “No se trataba de una galería de arte, un museo o una exposición como las que se hacen en los metros de París, Londres y New York. Era la estación de Transmilenio de Ricaurte…”
Y no solo la Alcaldía transa a la señora Castro, también lo hace Unilever, la empresa que patrocina las obras de Transarte y que en un artículo de la Revista Dinero del 2007 explicaba su estrategia de mercadeo: “El proceso de comunicación se cimienta en dos estrategias, una en medios como la televisión y otra que le da prioridad a la visibilidad de la marca. Esto quiere decir, ganar un espacio en sitios de gran afluencia de público, como las ciclorrutas o los buses de TransMilenio” ¿Y que vende Unilever en el país? Desodorantes, lleva dos años reposicionándose en un nicho que hace ocho años tuvo que abandonar: Rexona, Impulse, Denim, Axe, Patridge y Brut desaparecieron silenciosamente del mercado por asuntos ambientales (algunas de sus formulaciones irritaban la capa de ozono) y corporales (algunas de sus formulaciones afectaban pieles sensibles). La rauda señora Castro dice que el arte es como un “respiro”, y lo dice antes o luego de montarse en un “transmilleno” donde el olor a humano es especial; un lugar ideal para que Unilever se lucre a punta del sudor ajeno y a la vez perfume con arte la apestosa fama que se ha ganado por parrandearse los derechos de sus empleados a nivel mundial.
“Queremos brindar un mayor valor agregado y tener una relación con nuestros consumidores que supere el tema del precio”, dice Natalia Tobón, gerente de desodorantes de Unilever Andina. A la vez, el Polo Democrático, la coalición de centro izquierda que gobierna la ciudad, no ve problema en que la “Bogotá Positiva” transe con una empresa como Unilever que ha tenido incidencia negativa en la vida de miles de trabajadores en el mundo y que los explota por derecha.
¿Malos olores? Tránsese con “Transarte”: ¿Chucha política?¿Golpe de ala corporativo? El arte como desodorante.

—Lucas Ospina