Un tal Carlos Alberto Jiménez es el remitente de un , lleno de resaltados en negrita y subrayados, enviado de forma masiva, que dice así:

Un tal Carlos Alberto Jiménez es el remitente de un , lleno de resaltados en negrita y subrayados, enviado de forma masiva, que dice así:

“Señores, trabajo en la Universidad Nacional y hablé con un profesor amigo, cristiano, que conoce a Mockus… Y me ha contado lo siguiente: No solamente es ateo sino que adicionalmente desprecia profundamente a los “ignorantes” que creen en un DIOS. Fue la razón de haberse casado de la manera como lo hizo, y como, por su especialidad, usa muchos símbolos para expresarse, este es un símbolo de ridiculización de lo que piensan los “ignorantes” que quieren que DIOS bendiga su vínculo matrimonial. Adicionalmente, está de acuerdo con los matrimonios con personas del mismo sexo y que tengan derecho a adoptar… Incluso alentaría la creación de instituciones educativas para homosexuales (Recuerde que Garzón está con Él). (Colegios, universidades) Esto último le daría la estocada final a la familia, que se supone, es la base de nuestra sociedad. Los invito a hacer lo que el Señor Mockus a [sic] recomendado… VOTEMOS CON CONCIENCIA… Seamos consecuentes con nuestra FE y nuestros valores… de manera que si somos cristianos, votar por Mockus estaría en contravía directa con los principios que siempre hemos defendido. Cristiano… VOTA CON CONCIENCIA CRISTIANA… Carlos Alberto Jiménez Vergara.”

Me gustó eso de “la estocada final a la familia”, pero faltó mencionar esas otras dos palabritas (“tradición” y “propiedad”) para completar el nombre de la franquicia que Colombia heredó del fascismo español: . No hace mucho, aunque hoy parezca mentira, los representantes de este grupo acechaban altivos en los semáforos, como despistados músicos de tuna, cruzados con pendones leoninos que rugían por una Colombia tan digna como la España de Franco. Esta es una asociación paraestatal que, incluso en 1983, publicaba de página entera en la prensa donde le sugerían a la “población que habita donde la guerrilla actúa” que abandonara voluntariamente sus tierras “para posibilitar la acción militar sin que ésta tenga que discriminar entre los habitantes honrados pero amenazados y los subversivos que pugnan por confundirse entre ellos.” Porque efectivamente eso fue lo que pasó, “se les dijo, se les advirtió”, dirían algunos paramilitares y militares antes de masacrar sin “discriminar entre los habitantes”. Hay gente que no lee el periódico.

Afanado por esos voticos religiosos, Juan Manuel Santos, en su cruzada política, satanizó a su contendor más próximo: “Me diferencio de él en muchas cosas. Primero, yo me quité la barba. Yo creo en Dios. Yo creo en tener un Ejército” Con y otros actos, como sus idas a misa, Santos se juega la carta católica y confesional, una jugada manida para un hombre que funge de avanzada y liberal —ahora hasta de ex—, pero que actúa con astucia y pragmatismo al momento de hacer sus guerras santas. Basta recordar el uso estratégico del símbolo de la Cruz Roja en la Operación Militar Jaque, que Santos, como Ministro de Defensa, primero negó enfáticamente y luego ante la evidencia, termino por . Para Santos lo primordial es lograr sus objetivos a como de lugar, el uso de una u otra cruz, sea crucifijo, cruz roja o cruz gamada, poco importa. Es por ese desenfadado travestismo que el ex ministro de Defensa ahora se ofrece henchido de Fe como candidato ideal para religar dos sociedades: la sociedad colombiana y la Sociedad Colombiana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad.

Este misal de política y religión, inminente restauración de la comunión entre Dios y la Constitución (acolitada por el ), tácita renovación del con la burocracia de Dios, el Vaticano y su Opus Dei, esta eucaristía oficiada por un Santos que, “”, promete transustanciar —como su predecesor— el orden institucional en un orden místico y feudal para seguir manejando el país como si se tratara de una gran finca, me trae a la mente dos de la película española , de Mario Camus, basada en la novela de Miguel Delibes.


Una Marquesa visita su finca (¿en ?, ¿en Anapoima?) acompañada de un Cardenal (¿?) al que unas pobres familias en acción le muestran sumisión besándole el anillo (¿será que en privado el prelado se lleva a los pobres niños a lo oscurito a que le besen “el ”?, porque para algunos cristianos no es pecado ser violador pero ser homosexual sí). La Marquesa va acompañada de su sobrino, una especie de Juan Manuel Santos impuber, un imberbe de alta cuna que aprende de sus mayores el arte de dirigir. En otra escena la dama platinada preside una mesa bajo un árbol donde le entrega a cada empleado unas moneditas, no sin antes someterlos a un engorroso cuestionario sobre los puercos y los niños. Además, con motivo de la primera comunión de su nieto, les tiene una sorpresa: “el señorito” también les dará unas moneditas. El crío está algo distraído pero es reprendido por su abuela que le pide atención, tiene que aprender a dirigir: someter al otro a punta de desprecio y humillar a costa de . El ritual de la jerarquía se refuerza cuando la marquesa aparece desde lo alto de un balcón a recibir a los trabajadores que la vitorean y aceptan sumisos la transmisión automática del mandato al futuro heredero o presidente bajo la sombra: “¡Qué viva el señorito!”, gritan.


La escena que sigue es un banquete en la finca. Los familiares del “señorito”, autoritarios, paternalistas, le muestran a un embajador (¿un delegado de la ONU?) cómo los empleados de la finca sí saben escribir, prueba irrefutable de que ellos, los dueños, los dirigentes y hasta sus lacayos, han hecho “todo lo humanamente posible para redimir a esta gente”. El hombre que preside esa hacienda mental, un híbrido de paisa con cachaco , le dice a su sirviente, “esmérate, esmérate que nada menos está en juego que la Dignidad Nacional”. Vemos como el sirviente, y otros dos que siguen, incluso una mujer —los dirigentes ya no “hacen distingos” de género—, apenas pueden garabatear, nerviosos, algo en el papel, pero saben rayar, un gesto inane para escribir pero válido para firmar cláusulas de desalojo o hacer la cruz en el tarjetón electoral. El es concluyente, el patrón asume los garabatos como estadística y le espeta al embajador: “esto, esto cuenta, para que lo cuentes en Paris o donde te salga de las pelotas, mamón. Que os gastáis muy mala leche al juzgarnos. Esta mujer por si lo quieres saber, hasta hace dos días firmaba con el pulgar. Anda, podéis largaros, lo habéis hecho muy bien.” Un sirviente musita “Con Dios, señores”, se despiden como es debido, los siervos de la gleba dejan comer tranquilos a sus amos, el banquete de Tradición, Familia y Propiedad continúa ininterrumpido, se reparten el pastel ad infinitum

Mientras tanto el buen cristiano sigue con sus mensajes contra el Anticristo Lituano, fecunda tarea, ayer nuevamente advirtió sobre los peligros de ese candidato con barba de chivo y pezuñas de que nos va a apartar de la fe: “¡Vade retro Mockus!”. Los remitentes de estos correos copian y pegan juiciosos —a pesos el día— el libreto de propaganda negra hecho por algún mercenario chabacano del lenguaje, (¿un ?). La nueva , una hostia en púrpura y rojo, titulada “Sana preocupación por el nuevo presidente”, es una letanía que reza:

“…La sana preocupación va dirigida a los compañeros de fórmula presidencial y en especial al Dr. Luis Eduardo (Lucho) Garzón, quien en su mandato en la alcaldía dio puerta abierta al lesbianismo, homosexualismo, incluso proponiendo que Bogotá fuera la capital gay de Suramérica… Note que hasta ahora este mensaje lleva una reflexión sana sin ningún ataque a la honra, dignidad de las personas, pero sí a sus ideologías… Que sentiría usted si se entera que la profesora de sus hijas es  una lesbiana y de su hijos un homosexual, que lo abraza y comparte con ellos tantas horas al día. Que puede sentir usted y su familia si en la mesa de al lado en un restaurante ve besar a dos hombres y darse bocado a dos mujeres, todo esto enmarcado en la famosa ideología de la tolerancia?… Si usted percibe que este es un mensaje que propende por la moral de nuestra familia y que en él no hay una mala motivación de atacar a una persona, puede reenviarlo para que los demás también reflexionen.”

¡Y qué viva el señorito Juan Manuel!, pero que viva bien lejos, en su finca en Anapoima, donde podrá ser amo y señor, rodeado de sus , sus falsos positivos y sus animales disecados, souvenirs de sus safaris africanos… Que viva a su ritmo, en en el que se quedó: aquel en el que el presidente, el representante del pueblo y su seguro servidor, se da ínfulas de patrón.

Bogotá, 1971. Profesor, Universidad de los Andes. A veces dibuja, a veces escribe.luospina@uniandes.edu.co