Hay un placer contagioso en criticar al crítico. La posición crítica de Gustavo Petro como senador de oposición ante el Gobierno Uribe y el Cartel de la contratación es, en apariencia, la misma posición crítica que ahora aglutina a la jauría de contrincantes del Alcalde de Bogotá.

La crítica de Petro, el senador opositor, el que está contra los abusos de poder, se caracterizó por generar debates sobre hechos políticos que en un comienzo tuvieron poca difusión y acogida en los grandes medios de comunicación, pero que luego, con el tiempo, se mostraron polémicos y su crítica y discusión sirvió para definir con mayor claridad lo que es real.

En el año 2005 Petro señaló que Enilse López ‘La Gata’ había aportado 100 millones de pesos para la primera campaña presidencial de Uribe, el hecho fue apenas reportado y fue negado tajantemente por el Gobierno. Dos años después, cuando la empresaria fue capturada y señalada de formar un maridaje de política y paramilitarismo, el mismo Uribe reconoció que el dinero sí había ingresado a su campaña. Este reconocimiento tenía más de astucia que de contrición, era la admisión hábil de un error en miras a neutralizar futuras críticas.  Y en efecto, el tema, en lo periodístico y lo judicial, al menos para el Gobierno Uribe, paró ahí. Hace pocos días Enilce López fue condenada por un asesinato a 40 años de cárcel que se suman a una condena previa por paramilitarismo.

Pero Petro, el crítico, no paró ahí, incluso llegó a criticar a su mismo partido político, el Polo Democrático, en especial a un Cartel de la contratación que su misma colectividad evitaba criticar en vista de que unos de sus partidarios detentaban el poder en la Alcaldía de Bogotá. Y de nuevo, en su momento las críticas no tuvieron mucho peso, en lo político fueron vistas como un acto de deslealtad y en lo mediático algunos de los empresarios que criticaba tenían endulzado al país ventajoso y arribista. Tanto así que algunos miembros del cartel fueron portada de la Revista Semana, bautizados como “Los nuevos cacaos”, “jóvenes, millonarios y talentosos”, en una suerte de publireportaje. Pero cuando los Nule se convirtieron en “Los nuevos cacos” y las sospechas de su criminalidad se hicieron realidad, los grandes medios, que tanto le habían comido cuento al “olfato para los negocios” y la “halconería empresarial” de “esta generación de costeños” (Semana), acogieron el talante de Petro, y de muchos otros, y se montaron en la ola de la crítica, que llevó a un golpe de opinión: los Nule fueron capturados, se los judicializó por algunas de sus artimañas en Bogotá, pero otras, las del resto de la nación, permanecen ocultas para bien de sus benefactores.

Criticar al pasado alcalde de Bogotá no tenía mucha gracia. Ya como candidato Samuel Moreno había mostrado de lo que estaba hecho y cayó redondo en un debate cuando Mockus, jugando al guasón, le preguntó, “¿Si usted comprando 50 votos puede salvar la ciudad de caer en manos de alguien capaz de comprar 50.000 votos, lo haría?” y Moreno respondió sin darse tiempo para pensar: “Sí… No lo dudo”. Moreno fue elegido alcalde por la red de clientelismo, el engrase que le daba la continuidad partidista de la administración Garzón y la pésima campaña de los otros candidatos.

Con Petro la cosa es distinta porque criticar al crítico eleva el estátus crítico del opinador. Las ventajas de criticar a Petro son muchas: pone —en apariencia— al que critica al mismo nivel del criticado y ahora, dada la vulnerabilidad que ha mostrado Petro como Alcalde, el placer de la criticadera aumenta. El problema es que Petro les juega el juego, no ha entendido que es muy diferente criticar desde la oposición a ser crítico desde la acción. Y se involucra, es inmediatista en el sentido menos oportuno.

No es fácil pasar del terreno de la crítica a la acción, al menos a la acción política donde hay que hacer lo mejor posible con los medios disponibles y mucha veces hay que conciliar con una serie de males menores pera poder hacer realidad un bien mayor. Esta es una lección de real-politik que dificulta la acción de cualquier persona que quiera o aparente tener cero tolerancia con la corrupción. Petro ha intentado seguir siendo crítico y político ejecutor, pero una cosa es el Twitter y el mundo ideal de la crítica y otra, muy distinta, son los tiempos y maniobras —tanto logísticas como políticas— que demanda la ejecución. La realidad de los hechos factuales no vuela con la virtualidad de los trinos.

Criticar al crítico es un placer, y desde hace mucho tiempo no se sentía un ambiente similar, que recuerda el chaparrón de críticas e intentos de revocatoria que el Gobierno Peñalosa recibió al comienzo de su administración de la ciudad. Los críticos se enfilaron contra moños navideños, bolardos, ciclorutas, expropiación del Country Club… Tanto fue el rechazo a Peñalosa que un grafiti expresaba: “¡Menos obras, más promesas!”.

Petro lleva un año, y sí, ha pecado de crítica pero también de ejecutor, incluso parece que tuviera afán —tal vez por la amenaza de ser destituido— y ha procedido a ejecutar como si le quedara poco tiempo de vida (algún sentimiento agónico le debió dejar tanta amenaza y exilio).

Falta ver cómo serán las críticas en un año, o en dos o tres, o cuatro, si llega el Gobierno Petro a terminar el periodo. Sería bueno ver que el Alcalde confía en la elocuencia de los hechos, deja el micrófono y el Twitter que lo tienen en picota pública, recompone su equipo con personas capaces de tener una vocería fuerte y articulada, una suerte de fusibles que le eviten andar de programa y programa y entrevista y entrevista cebando la aturdida y tonta chiva de algunos periodistas, a los que parece no importarles nada más.

Bogotá, 1971. Profesor, Universidad de los Andes. A veces dibuja, a veces escribe.luospina@uniandes.edu.co