Hubo un tiempo en el que algunos historiadores juzgaban con severidad a Julio César Turbay Ayala, presidente de Colombia entre 1978 y 1982. Decían que su temido Estatuto de Seguridad puso al país en el mismo nivel que las dictaduras del Cono Sur, sentenciaban que las historias sobre torturas en las Caballerizas de Usaquén causaban escalofríos, contaban que el exilio forzado era tal, que se escribió en una pared que el último que se fuera que apague la luz; narraban que el auge de los escuadrones de la muerte de extrema derecha había sido dolorosamente sangriento y concluían que durante su gobierno el fantasma de la corrupción campeó nocivo por todo el país.
Ironizaban al recordar que todo parecía salirse de madre al punto que el ex presidente se ajustó su corbatín y sentenció con su voz nasal: “Hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”.
Cuando salió de la presidencia, Turbay Ayala parecía políticamente aniquilado para siempre. Pero se fue de Embajador ante la Santa Sede (1987-1989) y ante Italia (1991-1993) y muchos empezaron a olvidarse de esos temas y se dedicaron a destacar sus virtudes. Esa estancia en la península itálica le llegó como un bálsamo en medio de tantas acusaciones. Incluso cuando retornó, fue recibido como un héroe en el aeropuerto Eldorado por una multitud emocionada que lo vitoreaba al ritmo de los serenateros. El periódico El Tiempo tituló en primera página: “Turbay vuelve a salvar al país”.
Años después, el presidente Álvaro Uribe Vélez bautizó en su honor el Centro de Convenciones de Cartagena con el nombre de “Julio César Turbay Ayala”. Allí, en el cálido Caribe, donde se proyecta el Festival de Cine, donde hay conciertos de Música Clásica, donde se realizan cruciales reuniones que definen nuestro futuro económico –por ejemplo, las discusiones del TLC con Estados Unidos- donde se piensa, se reflexiona y se sueña con un país mejor, se hace en memoria del ex presidente Turbay Ayala.
Hoy vemos que algunas de las personas de confianza de Uribe han buscando un bálsamo en Italia. Por ahora, sin embargo, no han sido recibidos por emocionados seguidores sino por fiscales. Es el caso del ex director del DAS Jorge Noguera (Cónsul en Milán) –acusado de aliarse con los paramilitares para cometer crímenes-; y del ex ministro del Interior Sabas Pretelt de la Vega (Embajador en Roma) –llamado a juicio con el escándalo de Yidis.
En la Santa Sede ya está de Embajador el ex jefe de prensa de la Casa de Nariño, César Mauricio Velásquez, quien tiene aquí un proceso abierto en la Fiscalía por el caso de las chuzadas ilegales a magistrados, periodistas y opositores. Y lo que faltaba, ahora se anuncia que se va de Embajador a Roma el ex ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias, ‘Uribito’ –quien debe responder ante la Fiscalía por el escándalo del programa Agro Ingreso Seguro-.
Es muy pronto para que la historia juzgue al ex presidente Uribe y a lo que fue su gobierno. Pero, ¿será que Italia servirá, como le sucedió a Turbay, para que la gente empiece a hablar más de sus virtudes?