Por: Casa de las Estrategias.
Estuvimos en la Oficina Central de los Sueños con Jaiver Jurado, su director y también presidente de la Asociación Medellín en Escena. También estuvimos en Santa Elena con Fernando García, más conocido como El Gordo, que es no sólo el director de Barrio Comparsa sino su símbolo vivo. Como alguno de ellos lo define, les tocó cohabitar con el narcotráfico desde Pablo Escobar y aunque ellos son más bien modestos en el relato, lo que nos llamó la atención es indagar por la historia del levantamiento del arte y la cultura en contra del narcotráfico.
Posición y reflexión
Jurado, ya después de andar desde el 97 con la Oficina Central de los Sueños pero desde los 80’s con organizaciones legendarias como La Mancha y el Matacandelas, habla de una enfermedad que nos puede tocar a todos. Algo que está disperso y que uno puede ver en “una forma de vestir en la calle, en una forma de reaccionar o de llamarse en la calle y en un visaje”. Dice que el narcotráfico es muy difícil de erradicar porque está muy disperso, muy arraigado y encontró un terreno abonado en nuestra cultura, como una enfermedad. “Te coge y eso pone a la gente, digamos en un plano completamente distinto, lo sumerge en un lenguaje que tiene que ver con la violencia, con estigmatizar…”
Jaiver Jurado comenta, y en esto coincide con Fernando García, que el primer contacto con el narcotráfico fue empezar a ver que iluminaban las canchas como si fueran estadios. Luego se desató la violencia del narcotráfico, después de una aquiescencia larga que arrancó también con pocas herramientas para codificarlo. Ahí en esa violencia ambos concuerdan en que se sufrió mucho pero no como teatreros o músicos, sino como Medellinenses. Queda claro que el movimiento cultural y artístico no ha sido blanco del narcotráfico.
Barrio Comparsa arrancó en el 90 cundo ya Fernando, El Gordo, llevaba diez años o un poco más como zanquero y con un show peregrinante. Antes de eso anduvo por el país como fotógrafo de un par de agrupaciones teatrales. Fernando recuerda que en el barrio les estaban matando a los pelados en la puerta de la casa, en esa segunda fase donde el narcotráfico pasó del derroche de plata a los excesos de violencia.
“En los años 90’s cuando la guerra de Pablo Escobar invade los barrios pagando policías a millón de pesos, los chicos en el desespero de ganarse el millón de pesos vendían la placa, vendían la chaqueta y eso fue muy doloroso…”
“El narcotráfico para mí ha sido una ilusión con la que se atrapaba a los pelados diciéndoles que podían apoderarse del mundo con eso, podían salvar a la cucha.” Explica El Gordo que es una consecuencia de lo mismo, de un capitalismo mal trazado donde lo material y la adquisición es todo. Una especie de consecuencia de un sistema que definió el éxito, pero un éxito del que mucho pelado queda automáticamente excluido.
¿Resocialización y audiencias?
El Gordo cuenta una historia donde los niños se volvieron su público desde el comienzo de Barrio Comparsa, buscándolo a la casa para que se volviera a poner los zancos y fueran a jugar. Jugar siempre fue también la clave, lo que hace que el público de Fernando (El Gordo) siempre fuera un público interactivo, que aprendía, probaba y podía terminar como parte de cada presentación.
Mientras el camino de Barrio Comparsa fue netamente lo comunitario, el camino de la Oficina Central de los Sueños está más cerca de los cánones del teatro con propuestas contemporáneas pero bases clásicas. Desde la filosofía y “reglas” del teatro, Jaiver Jurado nos habla de sus semilleros, sus talleres, un grupo que se va formando y que implica mucha disciplina, desde la cual se desarrollan encrucijadas en el pelado con la dinámica del barrio.
“El pelado a veces no puede llegar a ensayar por las fronteras del narcotráfico y también se sigue encontrando con el amigo de infancia del barrio que quiere algo muy diferente a lo de él. Entonces algunos logran mudarse y concentrarse completamente en el teatro, se dan cuenta después de haber visto amigos asesinados que ese mundo del narcotráfico no es para ellos, entonces asumen una disciplina como la del teatro que es muy exigente.”
Entonces mientras Jaiver ve esta alternativa para adolescentes, que por su contexto podrían ser el perfil de un integrante de banda, como algo colateral o muy específico en su trabajo con el teatro, El Gordo lo ve como su función principal, mucho más importante que el producto. Sin embargo en el camino que escogió Jaiver hay una preocupación por el impacto social igual de fuerte, él aborda el tema de la generación de conciencia en una audiencia y es reiterativo en mostrar que con el teatro pueden cambiar sensibilidades, pueden ofrecer otras ideas y otros valores, todos ellos completamente distantes del narcotráfico.
Por su parte, el proceso de Barrio Comparsa se volvió semillero para varias agrupaciones y para varios dirigentes de la cultura hoy de gran importancia para Medellín, ya cuenta con artistas sólidos, con maestros de teatro adentro y afuera de Colombia. Hombre y mujeres, que lograron alternar el trabajo comunitario con los estudios universitarios, hoy hacen parte de otra generación (Fernando habla de 3) que se vuelve un referente para los niños y adolescentes que siguen llegando a la organización y más concretamente al Taller de la Alegría.
El Gordo habla de una propuesta de alegría donde el afecto es clave, logrando nuevos espacios de socialización en los cuales se rescata la individualidad y se ofrece una identidad que tiende a fortalecerse. Sobre ese pulso por pelados en los barrios que podrían terminar en bandas criminales, Fernando confiesa que es un pulso muy complejo, que la estrategia de él ha sido trabajar la espiritualidad del pelado que tiene al frente el estilo de vida del narcotráfico que está lleno de engaños.
De alguna forma, la tarea de El Gordo, nunca frontal pero muchas veces intencionada, es señalar al pelado, sin todo el daño de la experiencia y los falsos ofrecimientos del narcotráfico. Es un trabajo que parte de lo lúdico como un redescubrimiento del cuerpo, luego habilita una socialización intensa con otros de su misma edad y desde ahí se va dando un hallazgo de una fuente de afectividad que pareciera ofrecer, como lo muestran los alumnos ya casados que vuelven como profesores o que involucran a sus hijos, una identidad para toda la vida.
Levantamiento
En la oposición de estas dos organizaciones a la violencia de los 90’s, se puede rastrear el poder de lo simple: la agremiación de la que hace parte la Oficina Central de los Sueños (hoy llamada Medellín en Escena) se dedicó a abrirse, mientras que Barrio Comparsa se dedicó a pasar, a caminar.
“En los 80’s cuándo sonaban las bombas por el edificio de los espejos, en La Playa, en San Antonio, ese día no iba nadie a ninguna parte, ni a bellas artes, ni al Matacandelas, ni a La Mancha, ni a la Fanfarria, esos teatros se paralizaban, Comfenalco cerraba sus puertas y era el temor y el miedo y el miedo es una característica terrible que produce inacción.” Sin embargo, siguieron abriendo siempre, a pesar del toque de queda de las ocho de la noche decretado por Escobar y “llegaban dos o tres teatreros a acompañarnos, a ver la obra, gente que venía de Bogotá o de Cali y que no conocía del “toque de queda” o galladas grandes de estudiantes universitarios.”
Por su parte, El Gordo explica que Barrio Comparsa era una especie de movimiento en tanto era un proyecto acogido por 56 organizaciones para recuperar espacios del barrio para la vida y reivindicar la identidad de los jóvenes. Durante 7 años hicieron recorridos bastante periódicos, en los que incluían chirimías. Destacando que lo más simbólico fue un recorrido en el peor momento, en una buena parte del norte de la ciudad, traspasando las fronteras más peligrosas que le imponía el narcotráfico a los pelados de los barrios más pobres.
“¿Quién le tira a 300 niños con esa alegría y ese amor, cantando y gritando, a la vida? Ahí la vida es más fuerte.”
Sin embargo, tanto Jaiver como Fernando son conscientes de que su propuesta no es un gran obstáculo para el narcotráfico y después de tanto caminar, reconocen sus debilidades. “Que nosotros tengamos que competir con ese capital del narcotráfico nos queda muy verraco… nosotros estamos trabajando es con la pasión, con el deseo de la vida…”
Jurado reconoce que muy probablemente el narcotráfico ni se daba cuenta que abrían las puertas cuando había toque de queda, ni se enteraba de la temática de las obras; sin embargo, desde su esquina y con una convicción, quizás, de lo que era estético hacer, dice que cuando se dieron cuenta que no podían contra el narcotráfico, decidieron que había que “montarlo”, es decir, ponerlo en escena creando personajes y narrando historias o denunciando escenas. Sobre esto queda un importante rastro en la obra de Victor Viviescas, “Prométeme que no gritaré” y la obra “El paso” del Teatro la Candelaria.
El teatro y la comparsa de los 90’s, que hoy sigue conservando su esencia ya con más experiencia y más conocimiento, se estaba jugando en lo mínimo algo de gran calado filosófico; la ruptura era con el silencio, con la parálisis, con el encierro y con el cerrojo, que hacía de la propia organización o la casa una cárcel. Esta ruptura creaba y recuperaba pedazos de barrio perdidos simbólicamente, recuperaba el centro de la ciudad como espacio de encuentro y de refugio para esa violencia temperamental y como lo expresa Jaiver, algo tan tenue y a la vez tan denso como la noche:
“Nosotros sí hacíamos una resistencia desde la temática de las obras y abrir la sala de teatros aunque no fuera mucha gente como una actitud de continuar con la ciudad en las noches, porque la noche en ese momento era la muerte.”
El proceso no fue fácil, Fernando todavía llora a los pelados que perdió entre el 96 y 97, confusiones de fronteras e incluso uno que intentó interceder por un vecino para que no lo mataran. Que no fueran blanco del narcotráfico, dista mucho de que tuvieran algún tipo de inmunidad; se compartía contexto y territorio.
La resistencia del débil es amenazada por el descreimiento y por el despropósito. Jaiver testifica, como parte de una generación que sufrió mucho, la cual llama “desproyectada” y donde los que pudieron resistir y continuar de una sola manera (como en su caso fue el teatro), que les complace recordar la acción sutil como una acción precisa que desencadenó algo. A nuestro modo de ver y tal como Jurado relee ese momento, más que un grano de arena, se trataba de una ignición que producía una reacción llena de pequeñas partes, haciendo de la cultura pionera en un movimiento de dignidad frente al narcotráfico (en Medellín).
“Si la gente, los artistas, están teniendo una actitud de resistencia frente a esta zozobra, entonces metámonos todos y se metieron las empresas, las universidades, la prensa… También se desarrolló el teatro de calle en las comunidades y todo eso fue generando un gran movimiento solidario que fue refrescante en una etapa en el que el narcotráfico era muy cruel.”
¡Valió la pena!