El presidente Gustavo Petro apela incesantemente al discurso y a las técnicas de propaganda. Como candidato, estas armas le dieron resultados. Pero el ejercicio de manejar un país es harto más dispendioso que el de ganar elecciones. La propaganda tiene límites.
Esta semana vimos cómo desde las cuentas de la presidencia de la República se emitió un mensaje manipulado del discurso de Petro en la ONU. Los libretistas del Palacio de Nariño no tuvieron empacho en editar el final del discurso, en donde se veía la poca asistencia, y reemplazarlo con los aplausos del discurso del presidente de Estados Unidos.
Más allá del ridículo, esta manipulación oficial es reveladora de cierta forma de hacer las cosas. En varios niveles, se observa cómo priman la propaganda, el discurso, el eslogan y el símbolo por encima de las acciones. Pero todo esto puede no salir tan bien.
Los ejemplos de propaganda son muchos. Los sloganes, sin duda bonitos (“Potencia mundial de la vida”, “Paz total”), se invocan como mantras, mientras el país se desangra. Seguimos siendo potencia mundial del homicidio. Aumentan las masacres y los secuestros, a la vez que las disidencias de las Farc cometen atentados en el Cauca y el Valle. La matazón de líderes sociales continúa. Para solo citar dos ejemplos de esta semana, traigo a la memoria a dos docentes rurales:
-Stiven Chalarca, asesinado en su escuela en Yolombó de 22 disparos. Era zootecnista, deportista, progresista, pertenecía al sindicato local, compartía textos de enseñanza en sus redes.
– Luz Stella Balanta, “la profe Stella”, con treinta años de servicio como docente, asesinada en el atentado terrorista de las disidencias de las Farc en Timba, Cauca
Tristemente, no son las víctimas de estas violencias quienes merecen las menciones en los trinos oficiales. ¿Es acaso porque la violencia se nos ha vuelto parte del paisaje? (Me he referido a ello recientemente).
Lo cierto es que el presidente trina en permanencia, pero no se pronuncia frente a estos crímenes contra docentes. No hemos visto tampoco que las instituciones del Estado, el Ministerio de Educación, por ejemplo, realice actos de homenajes por estos muertos, hombres y mujeres que en medio de las enormes dificultades del campo, buscan dignificar la vida de los niños. Ahora bien, el presidente sí se pronuncia frente a el asesinato o ataque contra individuos, pero sólo si se trata de militantes de su grupo político (ver este caso, y este otro, acaecidos en la misma semana de los crímenes contra los docentes). Parece, una vez más, como si el presidente se comportara como candidato, defendiendo a los suyos, y no como el encargado del ejecutivo, pendiente de la cohesión de la nación.
Otras manifestaciones de la propaganda se dan en la multiplicación de las apariciones en televisión del presidente. Interrumpir la programación para difundir los discursos presidenciales se está volviendo costumbre en Colombia. Estas formas de propaganda, además de ineficaces (es algo que aburre al televidente), terminan por debilitar la función presidencial. La voz del primer mandatario debería ser excepcional, y por lo tanto digna de escucha, no un banal ruido de fondo.
Otras formas de propaganda oscilan entre lo cómico y lo inquietante. Llamar “Petro” a unas zonas de reinserción, o retrinar constantemente el retrato digital (Petro difunde sin cesar los memes de la cuenta de propaganda “Resistencia en Colombia”) son manifestaciones ya sea de un ego inseguro, ya sea de un folclor básico. Asunto más inquietante es el uso de la cadena pública para hacerle propaganda a las acciones del gobierno. Esto es, confundir la función de un canal público con un canal oficial, y la comunicación oficial con la propaganda.
Se argumenta que los grandes canales comerciales de comunicación están fletados a intereses privados. No es del todo falso, pero hay matices: no por existir tales intereses hay uniformidad de voces, y no es verdad que todos los periodistas de esos medios estén trabajando en función de los intereses de los grupos económicos que los dirigen. ¿Podría el gobierno hacer de otra forma las cosas? Claro que sí, es cuestión de activar la imaginación sociológica. Por ejemplo, una respuesta pasa por fortalecer los medios independientes, que evidentemente también existen en Colombia, y en cualquier caso, por aportarle diversidad al canal público. Nada deslegitima más rápido un canal que verlo como el portavoz del mensaje oficial y unívoco.
En otros muchos planos (por ejemplo, en la discusión sobre las reformas de salud y pensional) se ve funcionar el aparato de propaganda del gobierno (privilegiar el martilleo sobre el argumento, el eslogan sobre la explicación, el símbolo por encima del contenido). Se desaprovecha la oportunidad para explicar y sopesar las ventajas de las reformas, y en cambio la disputa se centra en groseras simplificaciones.
Este modus operandi, privilegiar la propaganda por encima de los contenidos, ha sido la marca de Gustavo Petro. En su movimiento han sido ascendidos quienes hicieron sus pruebas en lo que he dado en llamar la guerrilla digital (activistas con seguidores en redes, es decir influenciadores, replicando mensajes coordinados contra un rival político o en defensa propia, y que a menudo se promocionan como “periodistas”).
Evidentemente, las bodegas y guerrillas digitales no son patrimonio exclusivo de Petro. La oposición también premió a personajes nacidos en la red, caracterizados por su tono propagandístico, independiente de la verdad y de los hechos, y a veces violentos. Por esta vía, han llegado a cargos importantísimos (en el Congreso, en instituciones del Estado) personajes expertos en el matoneo digital y en la “post-verdad”, que es otro de los nombres de la mentira. El gobierno de Duque ayer, y el de Petro hoy, tienen su buena cuota de propagandistas, personas cuyo mérito es defender a capa y espada cualquier acto del líder.
Estas tácticas de propaganda le funcionaron al otrora candidato. Al fin de cuentas, un candidato vende sueños, y puede elucubrar, prometer o incluso vender humo. Pero el ejercicio real del poder no es lo mismo que la venta de ilusiones o la promesa de acciones. Un presidente, un gobierno, se califica no por sus buenas voluntades, ni por sus buenas intenciones. Un presidente se evalúa por sus resultados.
El maquillaje de los aplausos de la ONU revela algo: Petro, y quienes lo editan, quieren que este gobierno sea reconocido y celebrado, quieren entrar en la historia. Que mediten entonces en lo siguiente: hay dirigentes que han marcado la historia por el uso y abuso de la propaganda, y hay aquellos que lo han hecho por sus realizaciones. Hay un trecho.