La controversia por la destitución de Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, por parte del procurador Alejandro Ordóñez, ha mostrado tres formas de chavismo: el retórico (Petro), el formalista (Ordóñez) y el internacionalista (Santos). El chavismo no es sólo una ideología, es principalmente un método contra el pluralismo político que nos aleja de la democracia.

La controversia por la destitución de Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, por parte del procurador Alejandro Ordóñez, ha mostrado tres formas de chavismo: el retórico (Petro), el formalista (Ordóñez) y el internacionalista (Santos). El chavismo no es sólo una ideología, es principalmente un método contra el pluralismo político que nos aleja de la democracia.

Petro en sus discursos empezó a encarnar el chavismo retórico. Estoy en contra de la injusta destitución del alcalde y creo que Ordóñez opera como el gran inquisidor de la política colombiana. Sin embargo, eso no es patente de corso para que Petro haga lo que quiera. Fui a la Plaza de Bolívar un par de veces cuando empezaron las protestas por la destitución y allí entendí que Petro, en ocasiones, habla como Chávez.

Un día llamó a sus opositores “espectros de la muerte” y muchos de los seguidores de Petro llevaban pancartas insultantes contra el Procurador con las que francamente no estoy de acuerdo. Su mensaje era divisivo y en ocasiones me sentía incómodo con sus palabras. A veces era como escuchar a Alejandro Ordóñez de izquierda. Valga decir que el procurador antes tenía una retórica parecida a la de Petro, aunque ahora hace gala de un tono apocalíptico mesurado.  El chavismo retórico es paranoico, tergiversa la realidad, estigmatiza al enemigo, es grandilocuente y alimenta el culto a la personalidad.

Ordóñez encarna el chavismo solapado que usa el derecho para sacar contradictores políticos de la vida pública. Según Chávez y después Maduro, en Venezuela existen instituciones y leyes vigentes. De acuerdo con el chavismo, lo que ha ocurrido con sus opositores, por ejemplo Leopoldo López, es que han violado la ley. El chavismo sabe usar la máscara del formalismo jurídico para eliminar a los opositores de la carrera política. Tanto el chavismo de allá como el procurador de acá hacen todo apegado a las reglas y a los procedimientos. Como dice la frase favorita de Ordóñez: “todo fue estrictamente jurídico”.

La ley no es sólo su texto, sino lo es también su interpretación y operación. El maquinista es tan importante como la máquina. Así también opera Rafael Correa quien usa el formalismo de la ley para censurar a los medios de comunicación. El chavismo usa las formas jurídicas de forma cínica y es muy efectivo en sacar o callar a sus opositores. En esta estrategia el caso de Gustavo Petro es casi idéntico al de Leopoldo López en Venezuela y a los medios opositores en Ecuador.

Santos encarna el chavismo internacionalista. No acató las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Petro con argumentos chauvinistas (ver columna de Rodrigo Uprimny) y particularmente malos (ver blog de José Espinosa). Por ejemplo, el de la canciller María Ángela Holguín quien dijo que los “derechos políticos no son derechos fundamentales”. Para completar este cuadro de desacato, el Gobierno dejará plantada a la Comisión en la audiencia citada para discutir el estado de los derechos políticos en Colombia. Esto es el chavismo internacionalista en acción, pero vestido de sacoleva: “se acata pero no se cumple”.

Este discurso de Chávez es un buen espejo para los chavistas colombianos:

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Los antídotos para estos chavismos son sencillos. La retórica de Petro debe ser más respetuosa de los opositores, menos incendiaria y olvidarse de él como caudillo. El legalismo hipócrita contra la oposición se cura con jueces independientes que revisen las decisiones del procurador, ojalá la Corte Constitucional lo haga pronto en el caso de Petro. Finalmente, el chavismo internacionalista se cura cumpliendo el derecho internacional de los derechos humanos más allá del cálculo electoral santista.

La disputa por la alcaldía de Bogotá es un mal ejemplo de gobernabilidad, de garantías de derechos políticos y de respeto al derecho internacional. Algo que no se puede repetir jamás.  Los juegos chavistas dejaron a la ciudad en un estado lamentable.

Este país tendrá una política más democrática cuando Petro, Ordóñez y Santos sean menos chavistas y más respetuosos del pluralismo político.