Hace unos días, la viceministra de energía advirtió que en Colombia no se van a “explorar ni explotar más hidrocarburos”. Esta afirmación, que luego fue desmentida por el Ministro de Hacienda, muestra una tendencia ideológica en el gobierno que puede conducir al error estratégico de pensar que la responsabilidad del país en la lucha contra el cambio climático es liderar la transición energética, terminando la explotación de combustibles fósiles.

Esto es una ingenuidad, y sería un acto de desmesura y de vanidad. Colombia sólo aporta el 0.22% de las emisiones globales anuales. Sin embargo, la explotación de hidrocarburos representa el 3.3% del PIB anual y el 40% de las exportaciones de Colombia. La transición energética en Colombia, que tiene una matriz de energía relativamente limpia, debe considerar, y no desperdiciar, los recursos y las oportunidades estratégicas del país.

Lamentablemente, debemos ajustarnos a tendencias globales que apenas se ven afectadas por nuestras decisiones o nuestra voluntad. Lo que sí debemos hacer es adaptarnos para enfrentar las sequías, las inundaciones, y los cambios en la agricultura. Para esto, se pueden organizar unas de las misiones que tanto le gustan al presidente, creando incentivos para construir infraestructura de adaptación, e incluso usando los recursos que deja la explotación de hidrocarburos.

El centro de la responsabilidad de Colombia es la protección de las fuentes hídricas y del Amazonas. Pero, para que los esfuerzos de Colombia valgan la pena, es vital que Lula gane la presidencia de Brasil.

Algunos piensan que Lula no debe ganar. Lula fue acusado y juzgado por su supuesta participación en el entramado de corrupción “Lava Jato”. Fue señalado por el juez Sérgio Moro de recibir un apartamento a cambio de beneficiar a la constructora OAS, una empresa que estafó a Petrobras. Lula siempre negó las acusaciones, y el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas estableció que el juez Moro había violado la privacidad y los derechos políticos de Lula. La condena de Lula fue luego revocada por el Supremo Tribunal Federal, y quedó en libertad para enfrentársele a Bolsonaro, quien había nombrado a Moro como su primer ministro de justicia.

A pesar de que su condena fue revocada, Lula y su partido siguen teniendo fama de corruptos para una parte importante de los brasileros. Este descontento, incrementado por la piromanía de Bolsonaro, y por sus mentiras y su populismo, ha hecho que algunos crean estar ante una decisión imposible, casi, en la que las dos opciones son igual de malas. Esta es una falsa equivalencia y un engaño. Bolsonaro, quien también ha sido señalado de corrupción (acaso con mejores pruebas), representa una amenaza existencial para el Amazonas, mientras que Lula no lo es. Esta es una razón suficiente para preferir a Lula.

El Amazonas es el recurso (o, más bien, el conjunto de recursos) más importante de Suramérica, y quizás del mundo. Es el bosque tropical más grande del planeta, y contiene una de cada diez especies de animales, muchas de ellas aún no descritas. En la Amazonía también hay alrededor de cuatrocientos grupos indígenas, cada uno con visiones particulares del mundo, y con conocimientos y lenguas que están en peligro de desaparecer en la medida en que la selva se quema. El rol del Amazonas en la regulación ambiental y en la producción de oxígeno es fundamental para el equilibrio climático del planeta, y para el sostenimiento de la vida.

Más urgente que esto es prevenir las consecuencias directas de la deforestación y de los incendios forestales cada vez más comunes y devastadores. Se ha calculado que el Amazonas contiene entre 90 y 140 billones de toneladas de dióxido de carbono: si los árboles del Amazonas desaparecen, no sólo no vamos a tenerlos como productores de oxígeno y como preservadores de especies de animales y de diversidad humana, sino que su destrucción va a acelerar el cambio climático (cada vez que un árbol se quema, libera carbono), haciendo que sea imposible alcanzar las metas internacionales que buscan limitar el aumento de la temperatura global a “sólo” grados, lo que será de todas formas catastrófico.

Brasil tiene más o menos el 60% del Amazonas, y, lamentablemente, su protección pasa por decisiones de su presidente. Durante los últimos años, los años de Bolsonaro, hemos visto los efectos devastadores de la política y del populismo de derecha sobre la selva. El peor año en deforestación fue 2019, el primer año de la presidencia de Bolsonaro. Y septiembre de 2022 fue el mes en que más selva se perdió (1455 kilómetros cuadrados: casi el tamaño de Bogotá). Al permitir la explotación comercial de tierras indígenas, el gobierno de Bolsonaro ha autorizado que las industrias ganaderas y de soya expandan la frontera agrícola a través de la deforestación, y ha legalizado la posesión de tierras en la selva, creando incentivos para que el narcotráfico y la minería ilegal se apropien de importantes porciones de la Amazonía. También, ha eliminado protecciones a líderes ambientales, lo que probablemente se vio reflejado en los asesinatos de, entre otras personas, Dom Phillips y Bruno Pereira. Bolsonaro también ha erosionado las capacidades de las agencias estatales dedicadas a la protección ambiental.

Incluso si Lula y sus aliados son corruptos, él sí tiene experiencia probada en la protección del Amazonas. Durante su primer gobierno, entre 2003 y 2010, la deforestación en el Amazonas se redujo significativamente (algunas fuentes dicen que la reducción fue de un sorprendente 82%). En esta campaña, Lula ha prometido aumentar las capacidades técnicas y la incidencia de las agencias estatales de protección ambiental, acabar con los incentivos para invadir la selva, aumentar la protección a los indígenas y sus territorios (una política que, como en Colombia, contribuye a la protección ambiental, aunque va en contra de la igualdad). Lula también ha prometido que va a alinear las políticas públicas con los compromisos de Brasil en el Acuerdo de París, y que, con él, Brasil será un líder global en la lucha contra el cambio climático (algo que, en el caso de ese país, sí es realista y necesario).

El Congreso de Colombia acaba de aprobar el acuerdo de Escazú, y el presidente Petro ha hecho un énfasis importante en su voluntad de proteger la Amazonía. Estas dos cosas están bien encaminadas. Sin embargo, y como lo señaló el etnólogo Martín von Hildebrand hace unos días, lo más importante para el futuro de la Amazonía no depende de Colombia, sino de Brasil. Por eso, y para proteger la selva y el futro ambiental y ecológico de la humanidad, es necesario que Lula gane las elecciones. 

Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale. Ha estudiado en la Universidad de Chicago y en Oxford. Es abogado y literato de la Universidad de los Andes. Es cofundador de la Fundación para el Estado de Derecho, y ha sido miembro de la junta directiva del Teatro Libre de Bogotá y del Consejo...