Hasta hace no muy poco, ayer quizá, el consumo de sustancias psicoactivas en el país era propio de personajes indeseables. Y se satanizó a quienes confesaron consumir o haberlas consumido. Pero hoy, y dada la fresquita confesión de unos candidatos a la presidencia y su ubicación ideológica, me aventuro a sostener que en el país, casi todo el mundo, desde la extrema y aristócrata derecha hasta la izquierda, ha consumido marihuana. ¿Nada más? Pero no quiero emitir un juicio de valor sobre tales confesiones. Lo cierto es que más allá de lo malo que eso signifique para la sociedad, ha llegado la hora de desnudar el problema, y allí quiero unirme a la propuesta del Partido Verde y su candidato: pongamos las cartas sobre la mesa, sin tapujos, y analicemos entonces qué es lo que pasa y qué es lo que queremos en materia de política de drogas en el país. Y qué de lo actual conviene y qué es lo que es menester cambiar. Volver a preguntarnos el porqué hace trámite en el Congreso de la República una nueva propuesta que castiga la dosis mínima, a pesar de que en un referendo, la voluntad popular, ya se hubiera pronunciado al respecto. ¿Qué es entonces lo que queremos en materia de libertades individuales y hasta dónde la intervención del Estado? Libertades que pasan por la libertad de cultos, libertad de expresión, de rumba –¿de nuevo la hora zanahoria?
Y aquí de nuevo, la cultura ciudadana.