No sé ustedes, pero yo nunca había visto a Mr. Santos tan a gusto gobernando Colombia como esta semana desde Nueva York. Llegó allá el lunes pero parece que fuera toda una vida.

No sé ustedes, pero yo nunca había visto a Mr. Santos tan a gusto gobernando Colombia como esta semana desde Nueva York. Llegó allá el lunes (el viernes anterior, me corrige alguien) pero parece que fuera toda una vida. Reuniones, condecoraciones, entrevistas, anuncios, más entrevistas, una conferencia, otro anuncio. No para. Todos sabemos que para trabajar a distancia es suficiente con un portátil y una conexión a internet. Mr. Santos ni eso necesita. Un enjambre de periodistas a su lado ha sido más que suficiente para mantener este barco a flote.

Nadie puede negar que nuestro Presidente nació para las reuniones de alto nivel. Ahí está con Rosen Pelvenliev, su homólogo de Bulgaria, país con el que tenemos una extensa agenda común; 

con Michelle Bachelet, la presidenta de Chile, hablando del gustico de las releecciones; 

condecorando al ilustre fundador del Foro Económico Mundial;

contándole a Mark Rutte, de los Países Bajos, cómo se movió el avión presidencial entrando al JFK;

y eufórico y ligeramente coqueto (sin perder la compostura) con la Reina Máxima, también de Países Bajos.

Acá en una entrevista. Ningún periodista colombiano llegó a estar tan cerca de Mr. Santos.

Una ‘selfie’ con Michael Bloomberg y Ollanta Humala; 

y –no podía faltar– una reunión con su padrino político y mentor para repasar la brevísima doctrina de la tercera vía.

En fin. Puede que a Mr. Santos le quede imposible competir con la sonrisa de galán de Enrique Peña Nieto, pero lo importante es que nos gobierna feliz y sabroso desde la capital del Mundo (nada que ver con Gustavo Petro, a quien se le ve tenso allá, pensando obsesivamente en su siguiente tuit).

Se equivocan quienes dicen que Mr. Santos no ha hecho nada más que viaticar. Miren, solo por poner un ejemplo, lo que hizo por el proceso de paz.

Claro que sí. Paloma para Ban Ki-moon. Estamos del otro lado.

Mr. Santos jamás ha pasado más de dos días en un lugar de Colombia que no sea Bogotá, Anapoima o Cartagena (y lo de Cartagena no es seguro, pues el calor y la humedad suelen espantarlo de vuelta a Anapoima). Pero en la Gran Manzana –que lo arropa como al hijo pródigo de Manhattan– lleva cuatro o cinco o seis y bien podría quedarse unos años hasta el empalme con Vargas Lleras en 2018. 

Piensen lo conveniente que resultaría: nada de reunirse con congresistas, nada de visitar zancuderos (para eso está ahora el Primer Escolta de la Nación), nada de ir a hospitales a cargar bebés. Si los colombianólogos piensan nuestro país desde un sofá en Harvard, ¿por qué no gobernarlo desde un hotel en la Quinta Avenida?