Alguna vez Carlos Lleras de la Fuente dijo que Santos era una rata. Lo decía básicamente por todo lo que le reprochaban antes desde una orilla y hoy desde otra. Pues bien: en 2010 votó una mitad del país por él y en 2014, otra. Desde el domingo, para bien o para mal, esa rata también es nuestra.
Con los resultados del domingo, el santismo de ocasión ayudó a apagar el incendio del Zorro y, más importante todavía, enterró de una vez por todas la perorata uribista de la traición. Así es: Uribe ya no tiene ninguna paternidad sobre el gobierno de Juan Manuel Santos, y si piensa seguir en la oposición tendrá que sacar un disco nuevo para cantar en las emisoras.
Mr. Santos recargado le pertenece a los ciudadanos con tapabocas, la izquierda pragmática, el centro, los biches y verdes, los liberales, uno que otro conservador y –cómo no– las musas y los ñoños. Esa paternidad compartida es a la vez la mala y la buena noticia. Buena porque ahora Santos tiene deudas con muchos, que es mejor a tener deudas con uno solo (como era el caso de Zuluaga); pero mala porque entre sus acreedores también hay gente impresentable.
Mucho uribista anda diciendo que ahora Mr. Santos traicionará a sus nuevos electores. Lo dudo. Podrá hacer un mal o pésimo gobierno, pero este Juan Manuel Santos que salió elegido el domingo, con sus dobleces y amagues, con sus tibiezas y vacilaciones, es lo más cercano a lo que es Juan Manuel Santos.
No me refiero a ese discurso populachero que tuvo en la campaña diciendo que su gobierno es el gobierno de los pobres. Todo lo que sabe Santos sobre pobreza lo aprendió en un laboratorio, y todo lo que quiere hacer en esa materia cabe en una hoja de Excel. Cuando digo que esta versión de Mr. Santos puede ser la más auténtica, hablo de su proceso de paz.
Por supuesto que la paz de Santos es más complicada que lo que vendió en la campaña, pero al final de cuentas es el proyecto que más ha masticado en su vida política. Ahora, además, cuenta con un mandato en las urnas para perseguirlo. O mejor, la gente votó por eso antes que por él. Matador lo estampó perfectamente en esta caricatura:

Quienes aún creen que Mr. Santos es un mal político –o que perdió a pesar de haber ganado, como dijo La Silla Vacía en un ataque de originalidad– piensen en esto: Juan Manuel Santos se hizo elegir con los votos del uribismo en 2010 y con los del anti-uribismo en 2014. Se necesita ser un muy buen político para lograr eso, especialmente si ese político es Juan Manuel Santos.
Con el contra-ataque del uribismo y el resultado apretado de esta elección, Mr. Santos debería tener claras sus debilidades y muy presente la glosa con la que recibió millones de votos. Salió elegido por necesidad. Acá el riesgo ya no es que se vuelva el puñalero de un antiguo aliado político con ínfulas de redentor, sino que pase a la historia como una caricatura. La de un acróbata sin agenda distina a hacer acrobacias.
Alguna vez Carlos Lleras de la Fuente dijo que Santos era una rata. Lo decía básicamente por todo lo que le reprochaban antes desde una orilla y hoy le reprochan desde otra. Pues bien: en 2010 votó una mitad del país por él y en 2014, otra. Desde el domingo, para bien o para mal, esa rata también es nuestra.